Una nueva edición de Juegos de agua. Versos del agua y del amor (Ediciones Loynaz) de la escritora cubana Dulce María Loynaz (1902-1997) se puede adquirir en las librerías de la ciudad. Con excelente prólogo de Jesús David Curbelo, solo comparable con un paisaje “dividido por empinados abismos y espumeantes crestas”, donde nos va a presentar la figura y la obra de la Loynaz con pericia y certeza, como le hubiese gustado a ella misma que la mostraran.

El libro está dividido en tres partes, Agua de mar (el infinito, la fuerza omnipotente, la protección), Agua de río (el fluir, la perseverancia, el arraigo) y Agua escondida (la capacidad de transformarse) en las que el agua es eje-centro de cada impulso y estremecimiento de la pluma de la autora; será elemento vivificador, remanso de paz, renacimiento, agonía del amor o dolor reprimido que viaja subterráneo entre las piedras del alma. Se nota cuán compenetrada se sentía con el preciado líquido la escritora cuando dice en uno de sus poemas ¡Cómo miraré yo el río, / que me parece que fluye / de mi…! para ella es elemento creador y principio esencial.

Aquí se encuentras los panegíricos Isla y Al Almendares, poemas dedicados a Cuba y al emblemático río habanero, respectivamente, en el primero ella misma se sabe una suerte de isla, con todo lo que esto entraña. En el segundo profesa su infinito amor a aquel río que ella misma llamó “de nombre musical”.

El agua, llena de símbolos y significados en este poemario, toma relevancia para los isleños que vivimos rodeados de ella, es además un ciclo inevitable en busca de la eternidad; un pretexto para hablar de los estados del alma, de su capacidad para transformarse o volver sobre su propio cauce y resaca.

Esta obra es considerada por muchos como la consolidación de su creación poética. Una poesía que lleva al lector como en una montaña rusa de emociones y reverberaciones del alma.