El 24 de noviembre de 1871, alumnos del primer curso de Medicina esperaban en el Anfiteatro Anatómico la llegada de su profesor Pablo Valencia, quien debía impartir una clase, pero al enterarse que demoraría, varios de ellos se dispusieron a asistir a las prácticas de disección del doctor Domingo Fernández
Cubas.
Según apuntes históricos, algunos entraron en el cementerio, ubicado cerca de la escuela, y recorrieron sus patios, pues la entrada no estaba prohibida, y uno de ellos, Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del cementerio, lo cual provocó la ira del celador, nombrado Vicente Cobas.
Cobas los acusó de rayar el cristal que cubría el nicho donde reposaban los restos del periodista español Gonzalo Castañón, director de La Voz de Cuba, vocero del cuerpo de voluntarios, que había sido ultimado por un patriota cubano en Cayo Hueso.
Los estudiantes fueron apresados y procesados en un juicio sumarísimo, pero el fallo no fue aceptado, y se realizó un segundo juicio, donde se determinó condenar a los jóvenes a la pena máxima, mientras otros tres estudiantes fueron escogidos al azar para colmar las exigencias de sangre de los voluntarios.
Los ocho estudiantes condenados a morir fueron conducidos tres días después, el 27 de noviembre de 1871, hasta la explanada de La Punta, donde se llevó a cabo la ejecución, considerada uno de los crímenes más atroces cometidos en la Isla por el colonialismo español.
José Martí en una proclama y en un poema elaborado en 1872 en ocasión del primer aniversario del fusilamiento de ocho estudiantes de medicina en Cuba por parte de las autoridades españolas, fustigó ese vandálico hecho y patentizó su homenaje a esos jóvenes que fueron incluso acusados y condenados por un delito que no cometieron. Y precisamente al conmemorarse el primer aniversario de dicho crimen creó un
poema que tituló “A mis hermanos muertos el 27 de noviembre”, en cuya parte inicial, al referirse a los jóvenes fusilados, expresó:
¡(…) Cuando se muere/ en brazos de la patria agradecida,/
la muerte acaba,/ la prisión se rompe;/ ¡Empieza, al fin, con el morir,
la vida!
También de manera esencial Martí destacó la gran labor realizada por su gran amigo y hermano Fermín Valdés Domínguez, quien llegó a demostrar la inocencia de sus compañeros de estudio. El 28 de noviembre de 1886 desembarcó en La Habana el joven Fernando Castañón, hijo menor del periodista Gonzalo Castañón quién llegaba a Cuba con el objetivo de exhumar los restos de su padre con el fin de trasladarlos a España.
Enterado de eso Fermín y para continuar su ferviente labor de reivindicar a sus hermanos, se personó en el cementerio habanero en el amanecer del 14 de enero de 1887 y le pidió al hijo de Castañón que le diera un testimonio escrito de que no se observaban señales de violencia ni en el cristal, ni en la lápida que cubría el nicho.
El peninsular accedió y después Valdés Domínguez publicó en el periódico “La Lucha”, del 26 de enero de 1887, el citado testimonio lo cual resultó ser la prueba documental más contundente de que los estudiantes de medicina fusilados eran inocentes.
(Redacción digital con fragmentos de textos de Tribuna de La Habana y tomados de Habana Radio, de Víctor Pérez-Galdós Ortíz)
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