“No nos entendemos”. Respuesta tajante, viril, digna e histórica, del Titán de Bronce a Arsenio Martínez Campos, cuando el general español fuera a seducirle con promesas pueriles a cambio de deponer las armas.

El encuentro entre los dos jefes, el cubano rebelde y el español pacificador, tuvo lugar el 15 de marzo de 1878, en mangos de Baraguá, hasta entonces un sitio anónimo, que tal vez lo hubiese sido para siempre de no ser por el gesto de Maceo, con lo cual lo hizo eterno y trascendente; lo convirtió en historia, lo levantó bandera para devolvérnoslo después como juramento eterno.

El 10 octubre de 1868, los mejores hijos de la Cuba de entonces se alzaron en armas contra el colonialismo español. Lo sacrificaron todo y se fueron a la manigua a conquistar la libertad. Pero transcurrida una década, aun cuando se mantenía vivo el patriotismo en las filas insurrectas, la falta de unidad, el resquebrajamiento de la disciplina y otros males menores, que desde sus propias entrañas corroían la revolución, se agudizaron de tal forma, que la duda comenzó a ganar terreno.

La administración peninsular vio las grietas y quiso aprovecharse. Incrementó las operaciones militares y al mismo tiempo ofreció perdón y olvido a quienes se entregaran o depusieran sus armas y abrazaran a España “como madre patria”.

En consecuencia, el 10 de febrero de 1878, en San Agustín del Brazo, el Comité del Centro -en representación de la auto disuelta Cámara de Representantes-, de común acuerdo con Martínez Campos, puso punto final a la Guerra Grande, con la firma de un documento, que se diera a conocer con el nombre de Pacto del Zanjón.

Pero si después de tanta sangre, tanta carga y tea, algunos jefes podían pactar; Maceo no. Aquel mulato arriero que se alzó soldado y llegó a general, sin que nadie pudiera escamotearle méritos, no estaba dispuesto a dejar caer su Paraguayo.

La única salida posible a la guerra era la libertad sin condicionamientos. No podía dejarse morir la revolución, cuando todavía contaba con brazos dispuestos a seguirla defendiendo. Y Maceo, con serenidad y mesura, se dio a la tarea de salvar al movimiento independentista.

Maceo ni el resto de los mejores hombres de la revolución lamentablemente no pudieron (porque objetivamente no podían) evitar la derrota, pero hicieron todo por impedirlo, en tanto no aceptaron ni la claudicación ni la derrota, con lo cual salvaron la honra propia y de todo un pueblo.

Ni impulso pueril ni gesto de sublime rebeldía, Baraguá fue, por sobre todo, la respuesta de las nuevas fuerzas populares que querían y buscan la culminación del proceso independentista, aglutinadas en torno a la figura de Maceo.

Martínez Campo se personó en Baraguá convencido de ir al encuentro de un mulato estúpido, arriero inculto, pero como reconociera luego en una carta, encontró un General entero y probado, con “tanta fuerza en la mente como en la mano”.

Como no halló con el Zanjón la redención del negro ni fin del coloniaje, y tampoco asideros para futuras peleas revolucionarias, Maceo convocó a Martínez Campos.

Cuentan que fue una entrevista respetuosa, pero fría. El pretendido pacificador esgrimió el elogio como arma, pero el Titán, tajante, le cerró el paso:

"No estamos de acuerdo con lo pactado en el Zanjón; no creemos que las condiciones allí estipuladas justifiquen la rendición después del rudo batallar por una idea durante diez años y deseo evitarle la molestia de que continúe sus explicaciones porque aquí no se aceptan”.

Como colofón, la postrera frase cruzada por los dos generales, que resultaría definitoria para los destinos de Cuba y la decisión de continuar la lucha: “No nos entendemos”.

Y a instancias de Maceo se corrió la voz por el campamento. En lo adelante a prepararse aceleradamente, dentro ocho días –el 23 de marzo- habría de romperse el corojo (hostilidades).

Lamentablemente no fue posible vertebrar de nuevo un proceso revolucionario coherente, pero estaba salvada la honra y se mantuvo vivo el espíritu rebelde.

El gesto de Baraguá dio exacta medida del líder. Fue la personificación misma del pueblo cubano.