El golpe de Estado acontecido en Chile el 11 de septiembre de 1973 no dista mucho de otros impulsados durante décadas en Latinoamérica y el Caribe por parte de oligarquias con intereses económicos-financieros y grupos militares proclives a Washington.

Desde la anterior centuria es larga la lista de golpes e intervenciones norteamericanas contra gobiernos democráticos con ideología o maneras de pensar y legislar diferente a los Estados Unidos. Por solo mencionar algunos ejemplos tenemos Guatemala, República Dominicana, Granada, Honduras, Perú, Bolivia y Chile; en esta última nación mencionada se produjo, (luego de la abominable azonada contra Allende) el mismo comportamiento criminal que las sangrientas dictaduras militares del Sur del continente que trajeron consigo cientos de muertos, desaparecidos, torturados, encarcelamientos masivos y considerables desigualdades socio-económicas.   

Los principales protagonistas del golpe en la República chilena fueron las Fuerzas Armadas lideradas por el General Augusto Pinochet, oficial que traicionó la Constitución y confianza depositada en él por el mandatario y su pueblo.

De igual manera entonces fueron cómplices representantes del Partido Nacional, la Democracia Cristina y otros complotados con apoyo externo y una activa participación de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, con apoyo y patrocinio de la Casa Blanca.

Ellos quebrantaron la democracia y los derechos humanos de un pueblo que tres años antes había elegido como Presidente de la República, al prestigioso político de orientación progresista, marxista y socialista, Salvador Allende. 

Su gobierno no tuvo la posibilidad de desarticular las añejas y obsoletas estructuras económicas existentes; aunque trató de efectuar reformas a favor de las grandes masas de desposeídos de la nación fue brutalmente acechado por presiones de tradicionales partidos en el Congreso. Y también resultó víctima de la cruzada mediática orquestada por la rancia burguesía local y regional con apoyo del entonces dignatario Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger, entes que mucho tuvieron que ver con el financiamiento, la promoción y el estímulo a la oposición ultrareaccionaria que propinó el golpe.

Desde el ascenso de Allende, con un gobierno democrático de concepción popular, los sectores hegemónicos del país y sus aliados de Occidente comenzaron a establecer estrategias comunicacionales de desprestigio e injurias contra el electo mandatario, también contra la Unidad Popular que previó erigir un sistema más justo y equitativo, un socialismo que enarbolara la paz y democracia para todos los chilenos.

Los preceptos del nuevo gobierno de Allende entraban en contradicción con las ambiciones de recursos e influencias de grupos de poder, y particularmente de Washington que no podía admitir otra Cuba en la región, capaz de transformar las otroras estructuras socio-económicas del capitalismo salvaje destinadas solo a favorecer al gran capital y a sus socios, en detrimento de las necesidades más acuciantes de la mayoría de la población.

La nacionalización del cobre y el fomento de una Reforma Agraria estaba en los objetivos del gobierno de la UP y ello contribuía a mayor independencia y dominio de los recursos naturales para el pueblo, elementos éstos inadmisibles para los centros de poder tradicionales.

Este y otros proyectos para satisfacer históricas y justas demandas populares fueron una de las causales del plan golpista. Los enemigos del movimiento progresista popular se aprovecharon del complejo contexto económico y de una mayor polarización de la sociedad donde los oligarcas y sus aliados del Norte ( que contaban con toda la maquinaria mediática para persuadir y mentir) emplearon todos sus potentes medios informativos y desplegaron una férrea campaña de comunicación plena de distorsión, falacias y desinformación contra el presidente constitucional, Allende.

Igualmente, la rancia oligarquía nacional utilizó  estrategias y métodos de coerción y miedo contra la población y naciente administración, dispuesta a producir cambios importantes a favor del pueblo y la salvaguarda de los intereses de la Patria.

Pero una vez más el odio, el extremismo y la vulneración de principios constitucionales elementales se impuso, ante las necesarias transformaciones sociales y económicas de corte progresista y socialista orientadas a una mejor distribución de las riquezas para los ciudadanos que demandaba la inmensa mayoría de los chilenos. Quedarían, desde entonces, pendientes las reivindicaciones de su población.

Y bajo la égida del gobierno estadounidense se consumó ese fatídico día 11 de septiembre la barbarie provocada por militares encabezados por Pinochet. Estos se apoderaron del poder bombardeando el Palacio de la Moneda donde el legítimo presidente Salvador Allende, luego de una alocución firme y digna a sus compatriotas resistió con un grupo de sus más leales colaboradores, hasta morir sin renunciar al mandato del pueblo, como trataron los traidores.

El asalto a la sede del gobierno fue violenta, con actos lacerantes de la vida humana, y a partir de entonces, y  hasta el año 1990, Chile vivió un férreo control militar propio de una dictadura salvaje, violatoria de los principios internacionales enarbolados por las Naciones Unidas, y contraria a la democracia y los derechos humanos. Se sucedieron en ese contexto de golpismo, prácticas de irracionalidad y crueldad, sin precedentes. Seguidores de la Unidad Popular, intelectuales, cantautores, militantes socialistas, comunistas, y ciudadanos civiles de otras líneas de pensamiento contrarias a la ideología fascista imperante, fueron objeto de implacable persecución.

A pesar de la nefasta influencia de la oligarquía y grupos de derecha pro-imperiales que todavía coexisten en la región y hacen daño a millones de personas que exigen su derecho a conquistar un mundo mejor, cada año los pueblos rememoran la trágica fecha como el vil suceso que jamás debe repetirse.

Y en Chile y otras tierras del mundo se rinde merecido tributo al líder popular Salvador Allende, quien a pesar del acoso, la injuria y traición de la cual fue objeto se mantuvo en pie de lucha en el Palacio hasta sus últimas consecuencias, y jamás negoció con los traidores, ni renunció como exigían los complotados.

¡Gloria eterna para Allende y demás compañeros que junto a él defendieron el honor y la Constitución de la República de Chile!

¡No más golpes de Estado ni injerencias externas en la autodeterminanción de los pueblos libres e independientes de Latinoamérica y el Caribe! 

Foto: Tomada de Internet

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