Una de los rostros infantiles más publicitados por la Alemania nazi fue la niña Hessy Levinsons. En el año 1935, a los seis meses de edad, sus padres la llevaron a un estudio de fotografía. Su fisonomía angelical, cabellos dorados y una inocente mirada de alba cautivaron al fotógrafo quien inscribió la imagen en una competición organizada por la propaganda hitleriana. La pequeña ilustró la portada de cierta revista versada en el ansiado hogar ario y su imagen constituyó unos de los tantos símbolos de la supremacía racial Goebbelsana. Pero en realidad Hessy era judía, de padres letones y todo fue una broma protagonizada por quien tomó la instantánea y de suerte nunca se descubrió. La familia terminó huyendo del holocausto antes de ser gaseada, sus pieles convertidas en una postal de navidad o los cuerpos en jabones de uso terapéutico.
Craig Cobb, líder supremacista blanco y uno de los pretensores de la “cruzada racial” en los Estados Unidos de Norteamérica accedió a realizarse una prueba ancestral de sus genes y hacer alarde de sus resultados en un programa televisivo intentando demostrar la pureza de la llamada estirpe caucásica. Ante un auditorio étnicamente heterogéneo los resultados dejaron en ridículo al segregacionista: 86 % de la información de su genoma proviene del viejo continente y el 14 % restante fue rastreado hasta el África Subsahariana. Aunque pretendió sonreír para comprar el tiempo necesario del argumento solo esgrimió la mueca inflamada de odio e impotencia ante un público que sonreía implacable, aunque lo mejor del instante fue la frase de la conductora, ¡ hey bro, tienes un poco de negro dentro!
Y es que el concepto de raza aplicado a la naturaleza humana, afiebrado aún de controversia política y científica, ha constituido históricamente una herramienta ideológica oportunista para instalar la jerarquía de un tipo social sobre otro; la violencia legitimada de una cultura y religión en detrimento de otros pueblos a los que se les perfila como “bárbaros”, “salvajes” o simplemente o “inferiores” sobre la base de etiquetas peyorativas de carácter antropógeno.Tradicionalmente los imperios y las clases empoderadas han empleado el método del marcaje fisionómico y la demonización atávica de seres humanos que dicen estar involucrados en lacerar su espacio vital para así exterminarlos o simplemente instaurar sistemas oficiales de apartheid y destierros poblacionales sobre franjas y guetos.
¿Pero existen las razas humanas? Desde los albores del pensamiento antropofísico moderno, especialmente a partir de la obra del naturalista Carlos Linneo en 1758, el homo sapiens fue clasificado en europeo, americano, asiático y negro; más adelante acuñado en cinco grupos raciales como amarillos, caucásico, africanos, rojos y malayos o pardos; y por esa ruta empezó el desfile secular de teorías para catalogar la individualidad humana. Todos a partir de su físico, de su morfología atribuyéndosele defectos y vicios en su moral. Por supuesto la mejor, la más selecta de las razas es a la que pertenecía el archivador, es decir, la epidermis más clara, o bien la económicamente insuperable. Así comenzó la aventura del racismo científico que pervive hasta nuestros días sustentado en el Darwinismo Social y que inspiró la Eugenesia que en el siglo XX engendró la esterilización y sacrificios legales de muchos seres por sus rasgos físicos en orden de mejorar genéticamente la pureza y las virtudes humanas.
En el año 2001como fruto del Proyecto Genoma Humano se publica la secuenciación de aproximadamente màs del 90 % del genoma humano y en año 2003 se logra establecer el conocimiento del 99 % del componente genético del hombre. Somos una especie biológica que compartimos esa proporción génica y solo un 1 % de las secuencias o variaciones del otro ADN restante define particularidades cromáticas, enfermedades, predisposiciones fisiológicas y otros rasgos no esenciales para el funcionamiento a priori de la existencia. Científicamente no existen las razas humanas sino una sola especie de hombre formado evolutivamente a partir de la interacción entre la constitución genética y hereditaria ya precitada y los factores ambientales en que se fue desenvolviéndose.
Estamos tan acostumbrados a juzgar con nuestras miradas que cuando vemos por primera vez a alguien de inmediato comenzamos aplicarle el efecto de la otredad y se inicia el ritual subconsciente de procesar su semblante, con arreglo a nuestros muy exclusivos criterios, perjuicios y parámetros morales propios de la clase imperante o del lugar de donde venimos. Es una reacción innata que posee un causalismo ancestral. Pero en ocasiones, nos olvidamos que esa persona también posee sentimientos, que lucha por vivir con dignidad, por amar, por cuidar a su familia y sin embargo empezamos a extraer conclusiones a partir del examen de su color epidérmico, su origen geográfico, nivel de instrucción, alcance económico y la actividad laboral que realiza para otorgarle un puesto en nuestra escala de aceptación expresa o tácita.
La lucha contra el racismo es un fenómeno que debe ser abordado multidimensionalmente. La ciencia por sì sola no puede vencerlo. Puedes explicar cientos de veces desde la escuela a la academia que no existen genes supremacistas ni ventajosos monopolizados por un grupo étnico determinado en menoscabo de otros y que ningún rasgo fisionómico descuella para alzarse con una licenciatura, con un doctorado o con una mente brillante. Siempre habrá superlativos basados en los estereotipos de moda así como ojerizas y subculturas destinadas a odiar al prójimo proveniente de animales, de mediocres o de intelectuales eméritos que saben delinearlas con eficacia. Eso si, desde el primer gesto de andar de un niño, a la notable rebeldía del adolescente y al inmenso soñar del joven quienes no pueden fallar en inculcar el amor al ser humano son sus familiares, sus profesores, los actores políticos y sociales, porque la trinchera de esta bella guerra depende más de enseñarse la nobleza de la condición humana que la secuenciación de un ADN.
Otras informaciones:
Al ser humano le está costando trabajo asumir un resultado de ciencia constituida: si bien existen razas en varias especies de animales, no las hay en la especie humana. Existen diferencias de color de piel y rasgos fenotípicos y mínimas diferencias en los marcadores genéticos, aunque existen marcadores ancestrales. Debemos aceptar que la espacie humana es unirracial o monorracial y por tanto, se debe decir Raza humana en singular como sinónimo de especie humana. No es atribuible determinadas conductas, características estéticas e intelectuales a las personas por su fen o gen.