Cuentan que nunca antes se había visto a tantos cubanos congregados. Dan fe, las imágenes que testimonian el acontecimiento. Corría el primero de mayo de 1959 y la hasta entonces Plaza Cívica, y en lo adelante Plaza de la Revolución semejaba un hervidero. Más de un millón personas daban riendas sueltas a la alegría desbordada. Era tanta y eran tantos que la inmensa explanada parecía chiquita. Por primera vez, ahora sí, tocaba la hora de los desposeídos.

Hasta entonces, la fecha, más que a celebrar convocaba al reclamo y el enfrentamiento. La primera vez que los cubanos salieron a las calles movidos por la conmemoración, en 1890, imperaba el estado de terror, pero los anhelos de justicia hicieron que unos tres mil trabajadores se agruparan, aunque prácticamente fue decretado estado de sitio.

Pero, “pasó el tiempo, y pasó un águila por el mar…”, y también batallas, luchas, enfrentamientos y un enero victorioso, que puso de la mano a pueblo y gobierno. Entonces, los desfiles y actos de aquel 1959, en todo el archipiélago de la Mayor de las Antillas, quebraron las expectativas y terminaron por asombrar al mundo.

En la capital se congregaron obreros, estudiantes, soldados, intelectuales, campesinos, de las en ese momento tres provincias más occidentales (Pinar del Río, Matanzas y La Habana). Hubo, incluso, quien prefirió hacer el viaje a caballo, desde su lejana zona rural. Se respiraba un verdadero ambiente de alegría pueblerina. Esta otras manifestaciones de apoyo al a Revolución triunfante hacían del acto un acontecimiento singular.

El hasta ese momento tradicional recorrido con meta al frente del Palacio Presidencial (en Refugio #1), fue sustituido por una marcha a la inversa, más colorida, jubilosa y festiva, que concluyó con la hasta ese momento más populosa reverencia al Héroe Nacional cubano, al pie del monumento a su memoria, erigido en la que ya para siempre sería el sitio de congregación, por excelencia, de los habitantes de la Isla.

A los conductores del transporte público tocó el honor de abrir la marcha en aquella memorable jornada. Habían dejado de trabajar y llegaron a la Plaza, la víspera, con las primeras sombras de la noche, sin embargo, retornaron a sus puestos ese propio día, a la seis de la tarde, apenas sin pegar un ojo.

Los estudiantes intercambiaron sus libros por las armas de los barbudos rebeldes, un gesto que hoy suena normal, pero por aquellos tiempos erizaba la piel y hasta puso a hacer pucheros a más de uno.

Los cubanos mostraron la fuerza de la que se revelaba la más estratégica pieza de su arsenal para la defensa, en lo adelante: la unidad del pueblo; asumida y mostrada, como juramento, a la vera del Maestro.

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