A 70 años de la primera Marcha de las Antorchas, se volvió a reunir la juventud en la Universidad de La Habana para homenajear a José Martí. El recorrido desde la escalinata a la Fragua Martiana es mucho más que caminar casi un kilómetro pendiente abajo, es también participar de la historia durante un recorrido que todos los que hemos sido jóvenes comprometidos hemos hecho.

Ir mientras cae la tarde; encontrarse con amigos de estudios, incluso con algunos que hacía tiempo que no veíamos; desafiar la noche usualmente fría del Vedado y el aire que sube directo del malecón, son experiencias que quedan en la memoria de los que fuimos. También el cuidado de no quemarse con algún irresponsable. Pero se hace feliz, con la satisfacción de haber hecho algo bueno. Y es que la Marcha de las Antorchas es mucho más que bajar por San Lázaro con una tea en la mano, aunque en la vorágine del día a día no nos demos cuenta.

En vísperas del Centenario de Martí, un grupo de jóvenes, que no superaban la edad de los que este viernes reeditaron su recorrido, decidió no dejar morir al Apóstol. Iniciaban una tradición que 70 años después sigue viva. Esos mismos jóvenes seis meses más tarde empuñarían las armas y le pondrían el pecho a las balas para enfrentar a la dictadura que gobernaba el país. Inspirados por el ideario martiano, fueron hasta Santiago de Cuba a iniciar una nueva etapa de lucha. Las antorchas que habían iluminado las calles capitalinas, debían iluminar también las conciencias de los cubanos, tal cual hecho el Héroe de Dos Ríos. Y lo lograron.

Rompieron el orden existente e hicieron una Revolución más grande que ellos mismos. Y al frente, Fidel Castro, que hizo coincidir el pensamiento martiano con las ideas más avanzadas a nivel internacional para construir un nuevo paradigma emancipatorio sirviendo de faro continental. Porque la Marcha de las Antorchas es para recordar a Martí, pero también para recordar a la Generación del Centenario, que lo sacó de los libros y el mármol para transformarlo en autor intelectual de su obra.

Pareciera que los tiempos de las grandes revoluciones han quedado atrás, y es la idea que nos intentan implantar. Convertir a Martí en una frase es, suponen algunos, nuestro destino. Vaciar al héroe de sus esencias, el continente del contenido, dejarnos un busto sin alma ni fuego ni significado es su tarea. No sacan de sus labios el nombre de Martí, pero nunca lo han tenido en sus corazones. A ellos, las palabras de Mella: ``es necesario dar un alto, y, si no quieren obedecer, un bofetón a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita… que escribe o habla de Martí´´. Y el alto a esos mercachifles, aunque especialmente lo hagamos en días llenos de significado, debemos hacerlo cada jornada, ya sea con una antorcha o con nuestra obra.

Martí encarna en sí mismo a Cuba, de un lado a otro de esta isla. Nacido en La Habana, descansa en Santiago de Cuba, uniendo en un ciclo vital todo el país; al igual que Maceo, que lo une en el sentido inverso, de oriente a occidente. Y esa unidad que simbolizan es la que debemos practicar. Pero no una unidad formal, aparente; sino una esencial, fundante. Que sirva para construir la Nación, anteponiendo los intereses de esta a los propios; y sobre todo, uniendo los intereses propios a los de Cuba.

Martí y la Generación del Centenario tienen más vínculos que la Marcha de las Antorchas. Es de construcción de un país, de llevar a la práctica un ideal, de poner en el centro de nuestro accionar la dignidad humana. Pero no basta con proclamarlo, con enseñarles a los niños el hombre de La Edad de Oro, con escoger la estrella por sobre el yugo.

Hay -sobre todas las cosas- que llevar a ambos, al ideal martiano y a la Revolución en él inspirada, al centro de nuestra práctica cotidiana. Rendirle tributo al héroe simbolizado en el mármol, pero también bajarlo del pedestal y hacerlo guía de nuestra obra. No basta que deseemos construir un mejor país, preciso es que lo hagamos todos, con la urgencia que los tiempos demandan.