Mucho ha dado de que hablar y se hablado de la Operación Carlota. Nueve lustros después de iniciar aquella extraordinaria epopeya militar e internacionalista, poco o nada queda por relevar de los aspectos generales, aunque justo es reconocer que no ha dejado de atraer y suscitar el interés y la admiración de entendidos y neófitos, y todavía sobra mucha tela para desafiar el filo de centenares de tijeras, en lo concerniente a los detalles, gestos épicos individuales y heroicidades personales, esas que deslumbran, y mueven al llanto unas veces, y a la carcajada, otras, pero sin transcender más allá de la tropa o el campamento.

Fue la respuesta de Cuba a la solicitud de ayuda militar de Agostinho Neto, presidente del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), quien viera amenazada la proclamación de independencia, a tenor de las acciones armadas por parte de Zaire y Sudáfrica, además del Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), los grupos armados que se disputaban el poder, con un títere al frente de cada uno de ellos, Holden Roberto y Jonas Savimbi, respectivamente, todos, de una u otra manera, al servicio de la CIA y el imperialismo yanqui.

Ningún tributo mejor para la negra Carlota, arrancada de tierras africanas (casi seguro que de Angola), quien el 5 de noviembre de 1843, amarrada a unos caballos por las extremidades, fuera descuartizada, obligadas las bestias a correr en dirección opuesta. Pretendían con ello un ejemplar castigo por haber liderado una sonada rebelión de esclavos, en el ingenio Triunvirato, de Matanzas.

Se sabe, al decir del Comandante en Jefe Fidel Castro, fue “…la más justa, prolongada, masiva y exitosa campaña militar internacionalista de nuestro país. El imperio no pudo alcanzar sus propósitos de desmembrar Angola y escamotear su independencia. Lo impidió la heroica y larga lucha de los pueblos de Angola y de Cuba”.

La Operación arrancó en los primeros días de noviembre de 1975, cuando partió hacia África un batallón de Tropas Especiales del Ministerio del Interior (MININT) (652 hombres) –vía aérea-, seguido por mar por un regimiento de artillería. Concluyó, tres lustros después, el 25 de mayo de 1991. Para entonces más de 300 mil combatientes pasaron por la Misión. Lamentablemente, unos dos mil no vivieron el placer de la victoria. A los colabores militares también se sumaron unos cuantos miles de civiles.

Resultó una verdadera hazaña, que marcó un antes y un después. Sudafricanos y zairenses fueron mandados a casa con el rabo entre las piernas. A los mercenarios que querían hacerse del país, les tocó revolcarse en los polvos de la derrota. Cuba jugó un rol principalísimo en lo que sin lugar a dudas fue una proeza militar, que hizo también la independencia de Namibia y quebró en sus cimientos el oprobioso sistema del apartheid.

Hubo negativas, sí. Y es lógico. El miedo como la disensión es un derecho. Pero la Operación Carlota devino para la casi totalidad de los cubanos en orgullo mayúsculo, prácticamente una medalla colectiva.

La agudeza del Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, sacó a la luz el caso de un muchacho que se alistó sin permiso de su padre, y luego ambos se encontraron en Angola. También puso sobre el tapete la estrategia de muchos profesionales de alto rango, que se decían trabajadores comunes y corrientes, temerosos de una negativa, en correspondencia con su desempeño laboral.

Yo mismo supe de dos muchachos universitarios que, sin consultar con sus mayores, visitaron los comités militares de varios municipios, con la insistencia de ser tomados en cuenta, aun cuando, por cuestiones de edad, ni siquiera estaban inscriptos en el Registro Militar.

¡Sabrá Dios cuántas historias personales como estás quedan por contar!

Me interesa, sobre todo, ahondar en las lecciones que para la historia dejó la Operación Carlota, en particular ahora que repican los tambores de la guerra, al compás de los imperios.

Gracias a la solidaridad y el internacionalismo, Angola no resultó el camino de rosas que pensaron transitar sus invasores. Y hasta los mismos invasores (y la propia OTAN) se declararon “sorprendidos” por la feroz resistencia que enfrentaron.

Subestimar a los pueblos puede resultar fatal. La vida está llena de buenos ejemplos: Río Yalu, (Corea 1951), Dien Bien Phu en (Vietnam 1954), Bahía de Cochinos (Cuba 1961), Argelia (1962), Nicaragua (1979), Cuito Canavale (Angola 1988), Al Nasiriya (2003), Líbano (2006)… Y ahora mismo otra vez Cuba, sometida a una guerra silenciosa.

Más que el poderío militar importa el hombre. Cuando medio mundo hablaba de la obsolescencia del armamento soviético, Cuba, con esos mismos hierros, derrotó dos veces a las tropas sudafricanas en Angola, que hasta poseían armas nucleares, suministradas por Estados Unidos.

Está demostrado: El arma vale lo que vale el hombre que la tiene en manos. No importa si una onda, un clavo puesto en medio del camino, un viejo fusil, un encrespado puño o cualquier otro artefacto blandido en nombre de una justa causa.

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