Creyó España que el ensañamiento podía destruir el ejemplo de valor e intransigencia revolucionaria del combatiente que abandonó sus afectos, comodidades y riquezas para servir a la Revolución y la Patria. Pero se equivocó. 

Foto: Sitio web del Partido

Ignacio Agramonte y Loynaz había nacido el 23 de diciembre de 1841 en la ciudad de Puerto Príncipe. Sus padres —Agramonte Sánchez Pereira y María Filomena Loynaz Caballero—tenían una posición económica próspera y crearon una familia integrada, además, por otros cuatro hijos. Ignacio realizó sus primeros estudios en la ciudad natal donde sus padres estimularon su interés intelectual; y los continuó en el colegio El Salvador en La Habana.

En 1852 los siguió en la ciudad de Barcelona, en España, hasta que regresó a Cuba y tras unas breves vacaciones en Puerto Príncipe ingresó en la Real Universidad de La Habana a estudiar Derecho Civil y Canónico.

Desde su época de estudios en la Universidad en La Habana en una de las sesiones donde los estudiantes debatían temas referentes a sus estudios; Agramonte leyó una denuncia del régimen de opresión a que estaba sometida la Isla, sin aludir concretamente a la situación de Cuba. Antonio Zambrana, uno de los presentes y después compañero de lucha en la Guerra de los Diez Años escribió: “Aquello fue un toque de clarín. El suelo de todo… temblaba. El catedrático que presidía el acto dijo, que si hubiera conocido previamente aquel discurso no hubiera autorizado su lectura.”

El 11 de junio de 1865 se tituló como Licenciado en Derecho y, aunque esto le permitía ejercer como abogado, Ignacio continuó para obtener el Doctorado. Efectuado el último examen el 24 de agosto de 1867 trabajó por un tiempo en La Habana como Juez de Paz del Barrio de Guadalupe y para un bufete particular.

En las vacaciones de estos años, Ignacio visitó su ciudad natal en varias ocasiones; en 1866 inició relaciones amorosas con Amalia Simoni Argilagos con la cual mantuvo un hermoso epistolario que se extendió más allá del matrimonio por causa de la Guerra y la deportación de Amalia. A mediados de 1868 Ignacio regresó a Puerto Príncipe; tres asuntos importantes lo debieron mantener completamente ocupado. 

Foto: Archivo

Cuando se produjo el Alzamiento de Las Clavellinas por los camagüeyanos el 4 de noviembre de 1868, Ignacio Agramonte fue encargado por la dirección de los patriotas para realizar trabajo de inteligencia, su incorporación a las fuerzas insurrectas se produjo cuando desde el Ingenio Oriente se comunicó con Salvador Cisneros Betancourt y se presentó a este en Sibanicú el día 11 del mismo mes.

Sus dotes de dirigente político se consolidaban y en elecciones realizadas por los partidarios de continuar la lucha, fue elegido —junto a Salvador Cisneros Betancourt y su primo Eduardo Agramonte Piña— para formar el Comité Revolucionario de Camagüey. El día 28, participa en el Combate de Bonilla, donde los insurrectos pretendían frenar el traslado de fuerzas del Conde de Valmaseda de Puerto Príncipe a Nuevitas para continuar hacia a Oriente y sofocar el levantamiento en esa región.

La comprensión de la necesaria unidad y organización de una sola representación de todos los patriotas de la Isla para obtener la victoria, determinó que los revolucionarios orientales, villareños y camagüeyanos se reunieran el 10 y 11 de abril de 1869 en Guáimaro en Asamblea Constituyente. Por encargo de los representantes, Agramonte y Antonio Zambrana redactaron la Constitución de la República de Cuba, que fue aprobada el día 11 por la Asamblea y debía regir mientras durase la guerra de independencia.

Al constituirse la Cámara de Representantes, Agramonte fue elegido secretario; pero, el 26 de abril renuncia a esa responsabilidad para ocupar el cargo de jefe de la División del Ejército Libertador en Camagüey con el grado de Mayor general.

Protagonisó durante la Guerra grandes acciones como: Combate de Ceja de Altagracia, Combate de Sabana de Bayatabo y una de sus acciones más conocidas Rescate del brigadier Julio Sanguily Garritte.

El 11 de mayo de 1873, prepara un combate para golpear la caballería de una fuerte columna española en el potrero de Jimaguayú; la acción no se desarrolla como la había concebido —por la astucia del jefe español— y después de dar órdenes para que parte de la caballería saliera del teatro de operaciones, el Mayor realiza un nuevo intento de provocación a la caballería españolas y encabeza una carga acompañados de pocos hombres contra un flanco de la infantería enemiga. No ha visto —por las características de la vegetación— que una compañía enemiga ha penetrado por el centro del potrero y sus disparos le causan la muerte.

La caída de Agramonte en el Combate de Jimaguayú y la captura de su cadáver por la columna española fue un duro golpe a la Revolución; sus restos fueron llevados a la ciudad de Puerto Príncipe donde oficialmente se identificó y certificó su muerte. Con el propósito de no dejar un lugar donde los buenos cubanos pudieran rendirle tributo, los españoles desaparecieron su cadáver sin que se pueda asegurar que fuese incinerado y convertido en cenizas.

Su ejemplo, sin embargo, emergió más fuerte y se ha multiplicado en millones que con dignidad, intransigencia, patriotismo y firmeza, siguieron batallando por la verdadera independencia, esa que seguimos hoy defendiendo también, “con la vergüenza de los cubanos”.

(Tomado del sitio web del Partido)

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