Aquella madrugada del 7 de diciembre de 1996 -Centenario de la caída en combate del Mayor General Antonio Maceo y Grajales y su ayudante el Capitán Francisco Gómez Toro-, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, se detuvo frente al brocal donde fueron lavados los cuerpos de Maceo y Francisco, después del heroico rescate realizado por el Coronel Juan Delgado, en la terrible escaramuza de la finca San Pedro, Bauta, actual provincia Artemisa.
Raúl -acompañado de numerosos compañeros y cadetes de la Escuela Interarmas Mayor General Antonio Maceo, Orden Antonio Maceo-, permaneció meditativo. En su rostro se reflejaba el momento vivido, entre aquellos valerosos hombres, bajo la dirección del Coronel Juan Delgado (Bejucal), que hicieron un pacto secreto para dar sepultura al Titán de Bronce y su ayudante, el hijo del Generalísimo Máximo Gómez Báez, en la finca El Cacahual.

La dimensión de la caída en combate del General Maceo quedó perpetuada en las palabras del desaparecido doctor Eusebio Leal Spengler, cuando relataba -visiblemente conmovido- uno de los momentos en que “el Titán de Bronce fue herido (26 heridas de bala en combates) de cuatro disparos producidos por un arma de alto calibre en el pecho, en la caja torácica.
“El fabricante del arma aseguraba que un solo disparo (en esa parte del cuerpo) puede producir la muerte instantánea. Argumentaba que, el médico personal de Maceo, dijo: “¿Para qué me lo traen?” Y Maceo sobrevivió, una vez más, en medio de condiciones extremas de la guerra en la manigua, cercados por un poderoso ejército. Hizo referencia a María, la esposa, que manifestó la condición de “hacer todo por el General…”
Tenía, explicaba el historiador, solo 33 años cuando el General Antonio Maceo se reunió en Baraguá, con el General del Ejército Español, Arsenio Martínez Campos y este, sorprendido, expresó: “…no sabía que era usted tan joven.”
Quiero recordar, también, la carta del Mayor General, José Martí*, escrita a Maceo y fechada en La Jatía, el 12 de mayo de 1895 (una semana antes de su caída en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895). Poco más de un año, antes de la muerte del Titán de Bronce.
Sr. Mayor Gral Antonio Maceo.
General y amigo:
No puedo ver salir correo para sus tierras, sin decirle como ansío saber nuevas de Vds., y de aquél denodado campamento, con el que de seguro habrá Vd. espantado a Santiago, barrido los alrededores, y cerrado todas las vías al enemigo. Vd. allá con su ojo de conjunto, habrá hecho lo que por asá están aún por hacer, como que por el territorio desocupado se anda esparciendo, y eligiendo posiciones el enemigo, y ha podido entrar en Bayamo un rico convoy sin obstáculo alguno aunque no los custodiaban más que soldados cansados. Tengo mi pena, y es creer que aún no está bien encendido el espíritu que la pujanza de Vd. infundirá en todas partes de un solo paseo. ¿De qué heridos numerosos nos hablan por aquí? ¿De alguna acción brillante de Vd., el día en que lo vi rodeado de aquellas filas que juzgo invencibles? Eso es lo que me preocupa; que entre pronto la guerra en un plan general, -que ofenda, y ocupe el país, antes que el enemigo aún insuficiente, perezoso y aturdido, que nos pongamos pronto en marcha para el revuelo final, que -si no dejamos condensarse al enemigo puede ser cercano. Vea eso en mí, y no más: un peleador: de mí, todo lo que ayude a fortalecer y ganar la pelea.
A Masó no lo hallamos por aquí, y hemos de esperarlo. Mientras, escribiré largo al generoso José, que ya no se nos saldrá del corazón agradecido, -y a la ferviente y viril juventud de Santiago. Escríbanos en detalle todos sus hechos.
El General está ahogado de catarro, y fía en que yo le escriba por los dos. A él también le preocupa la poquedad de las operaciones, la continua proveeduría de reses a las ciudades, y la desocupación de la mucha gente buena que ansía más guerra de la que hay. Súbase en los estribos, y haga arder los hombres a su voz. Se va el correo, y con él un abrazo, y gracias por los sucesos que le adivino en estos dios, de su amigo.
José Martí.

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