La realidad en la Cuba de septiembre de 1958 no era diferente a la de la mayoría del resto de las naciones latinoamericanas. Reinaba la miseria, el hambre, la rebeldía popular, pero también una represión tiránica y brutal.

La insurrección armada en las montañas de Oriente –en tierra antillana- estaba en pleno apogeo y la resistencia en las ciudades cobraba fuerza. No obstante, Batista quería hacer creer que la Isla vivía en la normalidad.

El Movimiento 26 de Julio decide demostrar lo contrario. En el municipio capitalino de Regla se festejaba al compás de la celebración patronal. Pero la cosa no estaba para parrandas. El 5 de septiembre, los revolucionarios raptaron la imagen de la santa patrona (Virgen de Regla).

Ello, unido al ajusticiamiento de Manolito «el Relojero», chivato número uno de Esteban Ventura Novo, desató de inmediato una persecución desesperada y cruel. 

El 12, otro vil delator conduce a los esbirros al apartamento 11, del edificio ubicado en Rita No. 271, entre Blume Ramos y Serafina, reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón. Allí se ocultaban Alberto Álvarez Díaz, Leonardo Valdés Suárez, Onelio Dampiell Rodríguez y Reynaldo Cruz Romero, participantes en la sustracción de la imagen divina.

Ellos compartían el amparo de la morada con Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrals, dos valerosas combatientes y mensajeras de la Sierra Maestra. Fidel les tenía alta estima y mucha confianza.  

La sorpresa no deja espacio a la resistencia. Los cuatro jóvenes fueron salvajemente golpeados, primero; luego asesinados sin ninguna piedad. El mayor, Leonardo, solo tenía 23 años; y Reynaldo, con 20, era el más joven.

A Lidia y Clodomira, después de masacrarlas sin que les pudieran arrancar una palabra, ya casi muertas, pero vivas aún, las introdujeron en sacos con arena y las lanzaron al mar. Eran todos cubanos humildes, con historias de vidas particulares, pero un marcado elemento común: ¡el valor!

Foto: ACN Agencia Cubana de Noticias

El Líder Histórico de la Revolución cubana retrató a Clodomira como “una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, … torturada y asesinada, pero sin que revelara un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo”.  

Por su parte, el Guerrillero Heroico, Ernesto Che Guevara, dijo de Lidia:  “La conocí apenas a unos seis meses de iniciada la gesta revolucionaria. Estaba recién estrenado como comandante de la cuarta columna y bajábamos, en una incursión relámpago, a buscar víveres al pueblecito de San Pablo de Yao, cerca de Bayamo en las estribaciones de la Sierra Maestra. Una de las primeras casas de la población pertenecía a una familia de panaderos. Lidia, mujer de unos cuarenta y cinco años, era uno de los dueños de la panadería. Desde el primer momento ella, cuyo único hijo había pertenecido a nuestra columna, se unió entusiastamente y con una devoción ejemplar a los trabajos de La Revolución”.