Salimos temprano en la mañana hacia uno de los cayos de la Península de Hicacos, al noroeste de la capital cubana, en la provincia de Matanzas. A bordo de una lancha patrullera mediana (Griffin) de las Tropas Guardafronteras, cada uno de nosotros, ese día, representaba la culminación de una etapa preparatoria y también de llegada a nuestras unidades de destino. Repasé cada detalle de la sofisticada instalación electrónica artillada por un dúplex de 14,7 milímetros donde debíamos introducirnos para abatir un blanco a una distancia alejada de la costa. La práctica estaba condicionada por una situación climatológica regular: el mar de leva hacíia escorar lo suficiente para que los disparos “escapados” impactaran sobre la superficie a solo cinco metros de la embarcación. La visibilidad exterior se reducía a lo visto a través del cristal óptico infrarrojo y la escucha mediante el sistema de comunicación ajustado sobre nuestra cabeza.
Las pruebas anteriores, realizadas con diferentes armamentos y condiciones meteorológicas adversas, no resultaban tan extremas como la sensación de limitarse a un espacio justo para accionar los mecanismos de disparo en el interior de la estrecha cápsula. Pero lo más difícil resultó cuando nos advirtieron de la presencia del Comandante en Jefe, Fidel, en una nave próxima a nosotros. Estaría allí, nunca supimos por qué, pero saberlo (en ese momento de tensiones) resultaba suficientemente comprometedor en relación con las posibilidades de mostrar las habilidades aprendidas, sin perturbarnos por la observación que realizaban desde El pájaro azul.
Poco después del mediodía, mientras esperábamos la calificación, llegó una singular propuesta: “El Comandante, nos ha propuesto una competencia”. Todos escuchamos sorprendidos y el oficial a cargo continuó: “Nos dará una ventaja para ver quiénes llegan primero a la base”. Observamos del lado de estribor. En la distancia cabeceaba majestuosa la figura de la nave en la cual se encontraba Fidel. Conocíamos que había sido construida en Cuba y que el ingenio de sus armadores le había dotado de un potente corazón (motores) capaz de hacerla desplazar a una velocidad increíble para ese tipo de embarcaciones, en aquella época.
También habíamos escuchado que, al Comandante en Jefe, le gustaba hacer algunas cosas así; supongo que en sus escasos momentos de poca tensión. Pero tampoco era un secreto que no le gustaba perder “ni a las escupidas” como decíamos los cubanos. Así que nos preparamos para la inusual carrera acuática con la ventaja acordada por Fidel, a favor de nosotros, y el viento en la proa. Minutos después era perceptible la capa de espuma pulverizada que dejaba unos metros detrás, El pájaro azul. Cruzó a una distancia de cien metros, frente a nosotros y le vimos alejarse en dirección al canal que se abría en un punto de la costa, rumbo al canal próximo a Las Morlas, en Punta de Hicacos.
Cuando llegamos a la base ya, El pájaro azul se encontraba atracado. Uno de los oficiales nos sonrió desde el puente. Fue entonces que conocimos el resultado de la singular competencia. “El Comandante les envía felicitaciones. Nos ganó. Ya debe estar llegando a La Habana”.
Estoy convencido de que a todos nos hubiera gustado haber compartido unos minutos con el Líder histórico de la Revolución cubana. Sobre todo, deseábamos intercambiar, escucharle, pero había sido una demostración de confianza: observar desde un lugar próximo a donde realizábamos la práctica de tiro naval. Posteriormente, tendríamos (muchos de nosotros) la satisfacción de sentir, en cada una de las misiones cumplidas, su presencia. Años después recibí una extraordinaria noticia sin ninguna relación con el suceso antes narrado. Llegó a través de un compañero, estudiante de la Facultad de Periodismo, en una conversación informal pero llena de emoción, explicó: “Por orientación del Comandante en Jefe, Fidel, recibes la condición de militante de la Unión de Jóvenes Comunistas”, dijo y agregó: “Hemos leído tu expediente. Pareces que has vivido como ochenta años, aunque sabemos que tienes veinte y cinco”.
A veces pienso que la Revolución cubana nos ha permitido, a cada generación nacida después del 59, vivir cada año con una intensidad que trasciende las pautas reconocidas del espacio y el tiempo. Es la suerte de haber nacido en Cuba y tener el privilegio de vivir con el ejemplo de Fidel, un hombre comprometido con su tiempo.