El Generalísimo Máximo Gómez envainó su machete por última vez en 1898, después de más de 30 años de guerra y alrededor de 235 combates en los que recibió solo dos heridas; sin embargo, en la etapa final de su vida debió enfrentar otras circunstancias que pusieron a prueba su integralidad política y moral, hasta fallecer enfermo el 17 de junio de 1905.

El dominicano se había unido al movimiento nacionalista cubano contra la dominación colonial española en 1865. Cuando estalla la Guerra de los Diez Años (1868-78), lucha junto a Carlos Manuel de Céspedes, y gracias a su experiencia militar, asciende hasta obtener el mando sobre las fuerzas de la provincia de Oriente.

Su firme decisión de luchar por la independencia de Cuba lo lleva a declararse ciudadano cubano. Se incorpora al ejercito mambí el 14 de octubre de 1868. Dirige la primera carga al machete, en Pino de Baire y, desde ese momento, el movimiento revolucionario contó con un jefe militar, capaz de preparar un ejército popular y enfrentarse al enemigo con extraordinarias posibilidades de triunfo.

Era capaz de disgregar a las columnas hispanas, como ocurre en Mal Tiempo, en solo 15 minutos. Céspedes lo nombra mayor general, cuyo merecimiento demostraría con inteligencia y coraje, y lo asigna a las fuerzas del mayor general Donato Mármol.

A partir de 1870 comienza a destacarse como jefe militar al frente del distrito Cuba (hoy Santiago de Cuba), en sustitución del entonces ya fallecido Mármol. En lo sucesivo se revela como gran estratega en la invasión a Guantánamo, la Campaña mambisa en Camagüey (1873-1874) y la invasión a Las Villas.

Fue General en Jefe del Ejército Libertador en la Guerra de Independencia de 1895 a 1898. Supo corresponder a la confianza que José Martí le depositara. Junto a Antonio Maceo destaca como uno de los grandes estrategas de la Campaña de Invasión a Occidente y de la guerra contra las tropas élites españolas.

Al finalizar esta contienda considera que su misión había concluido, y como extranjero piensa que no debía intervenir en los destinos de la Isla, ni ocupar cargos de gobierno. Pero no queda indiferente ante los planes del primer presidente Estrada Palma, quien poco antes de culminar su período presidencial en 1906, decidereelegirse, valiéndose del poder, la corrupción y el fraude.

Otra vez el sentido de la dignidad de Gómez representaron a los verdaderos patriotas que veían en la ambición del mandatario la causa de una guerra civil, y lo enfrenta personalmente, junto a otros representantes, para decirle lo incorrecto de su proceder, pero Estrada Palma no desiste de sus ambiciones.

Al ocurrir la intervención de Estados Unidos en la guerra, Gómez se hallaba hacia el centro del país, en su tarea de diezmar las decadentes tropas españolas y a punto de avanzar por segunda vez a La Habana para invadirla definitivamente.

En 1898 se había trasladado para la Quinta de los Molinos, donde fue recibido por una multitudinaria manifestación de simpatía. Al establecerse la Asamblea del Cerro como Gobierno Provisional, Gómez entró a formar parte de ella, pero se negó a dirigirla, alegando su carácter puramente militar y su condición de extranjero.

Pronto entró en contradicciones con los asambleístas, sobre todo por si debían aceptar el donativo ofrecido por el Gobierno estadounidense de tres millones, o si pedir un empréstito mayor que asegurara un descanso decoroso a los soldados del Ejército Libertador.

Gómez era partidario de tomar el donativo, por temor al nacimiento de una República endeudada. Y la Asamblea del Cerro era partidaria de un empréstito mayor, pues aunque la República naciera endeudada, ella sería reconocida como el organismo legal representante de los intereses del pueblo cubano, destinado a devolver el empréstito a los bancos estadounidenses.

El 12 de marzo de 1899, la Asamblea del Cerro acordó la destitución de Gómez como General en Jefe del Ejército Libertador, y la eliminación definitiva de ese cargo. Por ello, mediante un manifiesto a la nación, expresó:

"...Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario; y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse. Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Prometo a los cubanos que, donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo."

Debido a este hecho, las masas populares realizaron manifestaciones de condena a la Asamblea del Cerro, y de solidaridad con Gómez. Durante tres días desfilaron ante la Quinta de los Molinos en espontánea acción por el agravio. En toda la isla se quemaron monigotes que representaban a los asambleístas, y el 15 de marzo aparecieron fuertes críticas y burlas hacia estos en la prensa, a quienes el pueblo acusaba de ir hacia el abismo de la anexión. Días después de la destitución de Gómez la Asamblea se disuelve bajo presiones populares, quedando el pueblo de Cuba sin representante.

Los últimos días del Gómez

En mayo de 1905, Máximo Gómez invita a su esposa a viajar a Santiago de Cuba, junto a sus hijas Clemencia y Margarita para que estas conozcan la capital oriental, y visitar a su hijo Maxito, quien residía en esa ciudad junto a su esposa Candita, y los nietos. Pero este no es el único motivo del viaje, pues tenía una segunda intención: impugnar los planes reeleccionistas del presidente Tomás Estrada Palma y promover la candidatura presidencial del general Emilio Núñez.

El recorrido constituyó una gran demostración de cariño del pueblo de esa región. La gente le cierra el paso en la calle. Todos quieren verlo y saludarlo. Fueron tantas las muestras de afecto y cariño, que al recibir numerosos saludos su mano se infectó, justo en el sitio donde días antes se había hecho una pequeña herida.

El malestar aparentemente sin importancia, se complica al surgir una gran infección y fiebre, por lo que el doctor José Pareda, su médico de cabecera, al diagnosticarle una piohemia, dispone de inmediato su regreso a La Habana.

Fue trasladado en un tren junto a su familia, tres doctores y una enfermera, y dos generales del Ejército Libertador. En Matanzas, suben los generales Fernando Freyre de Andrade y Juan Rius Rivera, secretarios (ministros) de Gobernación y Hacienda, respectivamente; el secretario de Obras Públicas, Rafael Montalvo; el secretario del Presidente, el Gobernador de La Habana y Domingo Méndez Capote, presidente del Senado y rector del gubernamental Partido Moderado, y el general Emilio Núñez.

En la capital, una multitud lo espera en la estación ferroviaria de Villanueva (por el Capitolio), pero el tren para en la Quinta de los Molinos para que desciendan los viajeros, y en coche se trasladan al sitio escogido. El médico principal había indicado que no lo llevaran a su casa de la calle Galiano, y el Gobierno, que cubre los gastos de la enfermedad, alquila la residencia de 5ta esquina a D, Vedado, ocupada hasta poco antes por la representación alemana.

El General empeora, persiste la debilidad y se detecta un absceso hepático a punto de supurar. El día 11 su estado era ya de gravedad extrema, por lo que Gómez estaba consciente del inevitable final. La noche del 12, lo visita su amigo el general Emilio Núñez, uno de los pocos que tuvo acceso en todo momento a su habitación.

En la mañana del día 17 se despide de su esposa y sus hijos. A las cuatro llegan a visitarlo el secretario (ministro) de Gobernación y el jefe de la Guardia Rural, general Alejandro Rodríguez, interesados por saber si la familia estima oportuna la visita del presidente Estrada Palma. Cuando llega el mandatario a la casa, Gómez ya estaba en agonía. A las seis en punto de la tarde, el doctor Pareda da la noticia: “Señores, el General ha muerto”.

Embalsaman el cuerpo y lo colocan en la sala principal de la casa. A las 11:30 de la noche el Senado, en sesión extraordinaria, declaraba luto nacional del 18 al 20 de junio, y establece que los cuerpos armados guarden duelo oficial durante nueve días. Dispone que las honras fúnebres tuvieran carácter nacional. Y se tributarían al difunto las honras correspondientes a un presidente de la República.

Poco después se reúne la Cámara de Representantes y aprobaba por unanimidad, el proyecto del Senado que, firmado por Estrada Palma, se convierte en ley y se publica de inmediato en una edición extraordinaria de la Gaceta Oficial.

Los funerales tienen lugar en el Salón Rojo del Palacio Presidencial, antiguo de los Capitanes Generales. Las banderas de Cuba y de su país natal cubren el ataúd. Acude el Gobierno en pleno, los parlamentarios, altos oficiales del Ejército Libertador, pero su hija Clemencia se percata de que el cadáver permanece aislado del pueblo y reclama su presencia.

A las tres de la tarde del  20 de junio, al toque de 21 cañonazos, sale el cortejo fúnebre desde el Palacio Presidencial con destino a la Necrópolis de Colón.  Veinte carruajes y dos largas hileras de personas transportan las ofrendas florales.

Nunca antes hubo un sepelio más concurrido. Ocurren algunas alteraciones del orden porque la muchedumbre insiste en llevar el féretro en hombros, y la fuerza pública trata de controlar la muchedumbre a golpes. Entonces, José Cruz y Juan Barrena, cornetas de siempre del general, dejan escuchar el toque que tantas veces acompañó los combates en la manigua insurrecta, y logran calmar a la multitud.

Los generales mambises Bernabé Boza, Emilio Núñez, Pedro Díaz y Javier de la Vega sacan el ataúd del carruaje que lo condujo a la Necrópolis y lo depositan en la fosa. La Isla había quedado paralizada mientras todos despedían al viejo mambí.

Referencias

Como murió Máximo Gómez. Ciro Bianchi Ross.

Enciclopedia cubana Ecured