Existe un debate historiográfico acerca de la muerte de José Martí, pues hay diversas referencias poco conocidas sobre este hecho, según un proyecto de investigación de Manuel de Paz Sánchez, presentado en su trabajo: La muerte de José Martí: un debate historiográfico, en el que presenta cuatro versiones sobre los últimos momentos del Héroe Nacional de Cuba.
A su vez, especialistas militares coinciden en afirmar que la acción de Dos Ríos, si bien cobró significación por la muerte de Martí, no tuvo gran importancia desde el punto de vista militar. Las circunstancias del combate han sido objeto de variadas versiones que difieren en determinados detalles, pero en general coinciden en la manera en que ocurrió su muerte.
El historiador cubano Rolando Rodríguez descubrió y estudió documentos en archivos militares madrileños. En su libro “Dos Ríos; a caballo y con el sol en la frente” (2002), afirma que desde aquel suceso “elaboradores de fantasía y ficciones de género diverso, han pretendido, contra toda evidencia histórica, retorcer hechos, aferrarse a relatos inexactos o documentos repletos de lagunas y, sin contrastación adecuada o haciéndolo de manera forzada, han presentado una versión particular y totalmente errónea de los acontecimientos”. Aunque todavía quedan momentos sin respuesta, en opinión de Rodríguez, los lados oscuros de aquellas horas son mucho menores de lo que algunos quieren hacer ver.
El fatídico día
La mañana del 19 de mayo de 1895, el coronel español José Ximénez de Sandoval al frente de una tropa de más de 600 soldados tomó prisionero a un campesino colaborador del ejército independentista cerca de Dos Ríos, en la actual provincia de Granma, el cual confesó que en la región se encontraban Máximo Gómez y José Martí, por lo que el oficial decidió ir tras los jefes insurrectos.
Máximo Gómez, al regresar al campamento de Vuelta Grande, de donde salió el 17 para hostilizar, con unos treinta hombres, el convoy que conducía el coronel Ximénez de Sandoval, encontró que el mayor general Bartolomé Masó acompañaba a Martí, al frente de una partida de trescientos hombres.
Almuerzan, tienden las hamacas de los jefes para la siesta, y se dice que Martí (aunque parece poco probable), trabajaba en la redacción de lo que sería la Constitución de la República en Armas. De pronto, un teniente penetra en el campamento a todo correr, anunciando que se escuchan disparos en dirección a Dos Ríos; y el general en jefe ordena montar a caballo.
Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano, no permanece en el campamento, como aseguran algunas versiones. Gómez quiere entablar combate en un sitio alejado de Dos Ríos, donde se le facilite maniobrar a la caballería. No lo logra y tiene que emprender la acción en ese lugar, a unos cuatro kilómetros de Vega Grande.
Pasan los insurrectos el Contramaestre y ya en la sabana, una avanzada española trata de detenerlos. Los mambises la aniquilan, pero la columna de Ximénez de Sandoval, formada en cuadro, rompe el fuego contra los cubanos. El general en jefe trata de proteger al Delegado, por lo que le ordena a Martí echarse para atrás.
Detiene Martí un tanto su caballo Baconao y al concentrar su atención sobre el enemigo, Gómez lo pierde de vista. Según Rodríguez, es probable que Martí merodeara por el terreno tratando de aproximarse al escenario inmediato de la lucha, y en compañía del subteniente Miguel Ángel De la Guardia Bello, se lanza al galope contra las líneas españolas y se coloca a unos cincuenta metros a la derecha y delante del general en jefe, donde ambos jinetes se convierten en blanco perfecto de la avanzada contraria, oculta entre la hierba.
Pasan el Delegado y su acompañante entre un dagame seco y un fustete caído. Las balas alcanzan a Martí, y se desploma. Baconao vuelve tinto en sangre, pues había sido alcanzado por una bala que le penetró por el vientre y salió por una de las ancas. Este sobrevivió a la herida y luego Gómez ordena que lo suelten en la finca Sabanilla con la indicación expresa, por respeto a Martí, que nadie más lo montara.
Martí es impactado por tres disparos. Una bala le penetra por el pecho, al nivel del puño del esternón, que quedó fracturado; otra entra por el cuello, y le destroza, en su trayectoria de salida, el lado izquierdo del labio superior, y otra más, lo alcanza en un muslo.
Su acompañante, quien queda atrapado bajo su caballo herido, logra librarse del peso de la bestia y atrincherarse detrás del fustete caído para batirse desde esa posición con el adversario, escondido en el herbazal, pero no consigue rescatar el cuerpo de Martí. Con el paso lento que le permite su caballo herido retorna De la Guardia a los suyos.
El generalísimo Máximo Gómez desesperado por la funesta noticia, se lanza al lugar del suceso a fin de recuperar a Martí, vivo o muerto. Una barrera de fuego impide a Gómez llegar hasta el cuerpo de Martí. Lo hallan los españoles y el cubano Antonio Oliva, un práctico conocido por el sobrenombre de El Mulato, alardea de haberlo rematado con su tercerola.
Un militar español, Enrique Ubieta, calificó de fantasía el tiro casi a boca tocante de Oliva sobre Martí moribundo. Al historiador Rodríguez le parece evidente que El Mulato se pavoneaba de lo que no había hecho porque buscaba que el ejército español lo premiase con una distinción pensionada. De todas formas, Ximénez de Sandoval anotó a Antonio Oliva entre los combatientes distinguidos en la acción de Dos Ríos y se le otorgó la Cruz del Mérito Militar de Cuba, con distintivo rojo, pero nada de pensión.
Al morir, Martí vestía pantalón claro, chaqueta negra, sombrero de castor y borceguíes (zapatos) también negros. Su ropa debe haber llamado la atención del enemigo. Por la documentación que portaba, los españoles sospecharon de inmediato que se hallaban ante el cadáver del “pretendido” presidente de la República o de la Cámara Insurrecta; el “cabecilla” Martí, y su reloj y su pañuelo llevaban las iniciales JM.
El capitán Satué, que lo conoció en Santo Domingo, corroboró la identificación, y un tal Chacón, cubano hecho prisionero horas antes, la confirmó. Llevaba documentos oficiales y varios papeles personales, como la célebre carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, fechada el 18 de mayo, en la que habla sobre el verdadero sentido de su vida:
“Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”.
Tributo al apóstol
El sitio donde murió fue identificado por el campesino José Rosalía Pacheco, vecino de la finca Dos Ríos, quien había compartido con Martí poco antes de su muerte. Pacheco, en compañía de su hijo Antonio, buscó en el campo de batalla, la parte del terreno donde quedó tendido el cuerpo del apóstol. Lo encuentra por la sangre coagulada sobre la tierra.
Pocos meses después, el 10 de octubre de 1895, Enrique Loynaz del Castillo visitaba la zona. Llevaba una encomienda del marqués de Santa Lucía, presidente de la República en Armas: determinar de la manera más exacta posible el lugar del suceso con el objeto de levantar allí algún día un monumento merecido.
Tanto el marqués como Loynaz desconocían, al parecer, el gesto de Pacheco y sería el propio campesino quien lo lleva al lugar identificado. “Aquí, dijo a Loynaz, aquí mismo recogí la sangre de Martí. Vea todavía la huella del cuchillo por donde arranqué a la tierra el charco de sangre coagulada para guardarla en un pomo”. Loynaz, emocionado, besó aquel pedazo de suelo que el campesino le mostraba, levantó un acta que daba cuenta del cumplimiento de su misión y la introdujo en una botella. La enterraría debajo de la cruz de madera que José Rosalía preparó y clavaría en el lugar.
El 9 de agosto de 1896, Máximo Gómez dispuso que cada uno de sus hombres, desde los soldados hasta los oficiales, recogiese una piedra del río. Enseguida la tropa se puso en marcha, en silencio, solo Gómez hablaba. El lugar, apareció ante sus ojos cubierto por la hierba de guinea. Ordenó su limpieza y, una vez desbrozado, el generalísimo, primero y Calixto después dejaron caer en el lugar de la tragedia las piedras que portaban. A continuación lo hicieron los jefes superiores, seguidos por sus subalternos, hasta el último soldado.
Evocó el jefe del Ejército Libertador el combate de Dos Ríos, la situación comprometida, la noticia inesperada de la desaparición de Martí, la incertidumbre acerca de su muerte, la imposibilidad del rescate: “el Delegado del Partido Revolucionario Cubano fue a la muerte con toda la energía y el valor de un hombre de voluntad y entereza indomables”. Entonces asienta un compromiso: “Todo cubano que ame a su patria y sepa respetar la memoria de Martí, debe dejar siempre que por aquí pase una piedra en este monumento”.
Así se hizo hasta el final de la Guerra de Independencia, en 1898. “Muchos fueron los que pasaron por el lugar y dejaron allí su piedra como testimonio de homenaje y tributo…”, escriben Omar López y Aida Morales en su libro Piedras imperecederas; La ruta funeraria de José Martí (1999).
El destino final
En un vagón de carga agregado al tren y bajo la protección de 81 soldados españoles, fueron trasladados los restos de Martí desde San Luis a Santiago de Cuba. Los llevaron al cementerio de Santa Ifigenia y fuerzas de un batallón custodiaron la necrópolis a fin de frustrar cualquier acción insurrecta.
El general Garrich, gobernador militar de la plaza, tomó las medidas para el entierro y dispuso que el coronel Ximénez de Sandoval estuviera presente en la ceremonia. El capitán español Enrique Ubieta, que se decía amigo de Martí, escribió al alcalde de la ciudad para informarle que los generales Garrich y Salcedo, comandante de la Primera División del Ejército en campaña en la provincia: “procediendo con la nobleza de sentimiento característica de la hidalguía española, habían dispuesto se diese sepultura en un nicho del cementerio católico al cadáver de don José Martí, no viendo en él al insurrecto que había sucumbido peleando contra los defensores de la integridad nacional, sino los despojos de un ser cristiano, a los que debía darse cristiana sepultura”.
Añadía Ubieta que si el Ayuntamiento no estaba dispuesto a eximir de pago los derechos de ocupación del nicho por cinco años, él y los militares mencionados abonarían el dinero requerido para hacerlo, pero no fue necesario pues el cabildo de la ciudad acordó concederlo gratis y por el tiempo solicitado.
Los cubanos Antonio Bravo Correoso y Joaquín Castillo Duany pidieron a oficiales españoles amigos que les facilitaran la oportunidad de identificar el cadáver. El capitán Ubieta los acompañó a Santa Ifigenia y allanó el trámite con el oficial español que mandaba el batallón que protegía la necrópolis, quien dio su autorización y acompañó al grupo hasta el lugar donde se hallaba el ataúd. En una rústica caja de madera, precintada por tiras de lata, se encontraba depositado el cadáver de Martí.
Entonces Ubieta llamó a un soldado de la custodia y le pidió que levantase la tapa. Estaba de espaldas, con la boca abierta y el pelo peinado hacia atrás, descompuesto a pesar del embalsamamiento. El pantalón desabotonado dejaba al descubierto el abdomen.
Castillo Duany dijo: “No hay duda alguna, es Martí”. Otros cubanos reconocieron también los restos y un fotógrafo, Higinio Martínez, dejó constancia gráfica del cuerpo asolado por la muerte, aunque en la fotografía, no parece estar dentro de un ataúd.
Llega la hora del entierro. El coronel Ximénez de Sandoval pregunta si había algún amigo, pariente o conocido de Martí que quisiese despedir el duelo. Como nadie aceptó la encomienda, el militar español asumió la tarea. Fue breve. Suplicó que no viesen en Martí al enemigo, sino el cadáver “del hombre que las luchas de la política colocaron ante los soldados españoles”.
Los restos de Martí se mantuvieron en el nicho 134 de la galería sur de la necrópolis santiaguera hasta 1907, momento en que fueron trasladados a un pequeño templete de estilo jónico, erigido en el mismo lugar que ocupara el nicho. A mediados de 1951 queda inaugurado el mausoleo que desde entonces guarda sus restos.
Referencias
- Ciro Bianchi Ross. Contar a Cuba una historia diferente
- http://www.josemarti.cu/biografia/
- Manuel de Paz Sánchez. La muerte de José Martí: Un debate historiográfico
- Anuario 26 del Centro de estudios martianos
Hay mucha tela por donde cortar sobre lo sucedido en los últimos días y horas de la caída de Marti , hay que ver el documental sobre este hecho y que se ha exhibido bastante poco en nuestros medios y la cantidad de historiadores, especialistas y analistas que participan en el mismo ,empezando por Eusebio Leal , del el recuerdo bien una frase “y hay mismo le llenaron la copa al apóstol” , también lo relacionado con las 3 ultimas paginas del diario de Marti que fueron arrancadas y desaparecidas sin que hasta hoy hayan aparecido y algo mas, hay que leer los artículos publicados por el periodista Ciro Vianchi de la odisea del traslado del cadáver de Marti desde donde cayo hasta llegar a Santiago de Cuba sin que a mi modesta opinión nadie lo rescato, como paso con Céspedes, con Agramante, con Maceo (afortunadamente rescatado horas después del combate y por que los españoles no se percataron) . Esas publicaciones y el documental los tengo en mi computadora.
Por favor, puedes compartir esas informaciones?.....
Los que mueren por la vida No deben llamarse muertos Porque viven para siempre en los corazones de la gente que lucha por la justicia.
HOMENAJE A MARTÍ En Dos Ríos cayó Martí En Mayo de cara al sol, Y su fecundo arrebol Nos acompaña hoy aquí. Fuerte y brillante rubí, Bajo su luz nos formamos, Construimos y ayudamos Con solidario esplendor, Por ese mundo mejor Que todos necesitamos. Javier Viamontes Correa Embacuba Zambia
Ayer por el canal 6 de la televisión cubana en horas de la tarde se retransmitió el documental DOS RIOS EL ENIGMA , sobre lo acontecido con la muerte de Martí, al que hice referencia el día de ayer y posteriormente en la noche en el noticiero la entrevista que le fuera realizada a Eusebio Leal relacionada con estos hechos , ojala como se dice en buen cubano haya sido vistos ambos materiales por muchas personas en todo el país , de nuestro apóstol hay que hablar todos los días y en todos los medios , Marti fue un hombre de carne y hueso que sobrepaso las barreras del tiempo y en su pocos años de vida dejo una obra descomunal escrita en las mas difíciles condiciones que le toco vivir y conocer su obra es el mejor homenaje que podemos hacerle todos los cubanos que amamos este país como el lo amo.
Martí no debió de morir. Pero ya lo dicen las estrofas de nuestro himno: No temas una muerte gloriosa que morir por la Patria es vivir. Gloria eterna a nuestro Héroe Nacional. Vivirás eternamente en los corazones de todos los cubanos.