Durante el año 1894, decisivo en los preparativos de la guerra necesaria, como la calificó Martí, nuestro Héroe Nacional sostuvo una necesaria e intensa correspondencia con los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, en medio de los avatares que incluía la persecución de los servicios de inteligencia del ejército español para impedir la conspiración revolucionaria.
La sagacidad de Martí, su grado de alerta máximo, su pupila insomne, le permitió encontrar las fisuras en la vigilancia española y minimizar los daños a la obra gigantesca que dependía de su paciencia, tenacidad, habilidad, sagacidad y firmeza. Y sobre todo, de su sinceridad y capacidad de sacrificio.
El 15 de abril de 1895, José Martí fue ascendido en la manigua al grado de Mayor General del Ejército Libertador. Aquel día escribió en su Diario de Campaña: Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador, por él su Jefe, electo en consejo de jefes, me nombra Mayor General...
La entereza de Martí, Delegado del Partido Revolucionario Cubano, que fundara junto a Carlos Baliño, fue demostrada con creces hasta su caída en Dos Ríos. Antes, el 20 de abril de 1894 Martí envía carta a Maceo en la que tiene que salir a desmontar intrigas: “Descanse Vd. Descansen todos. Nadie ha pretendido, ni pretenderá, pasar por sobre Vd., ni por sus compañeros. Vd. es imprescindible a Cuba. Vd. es para mí…uno de los hombres más enteros y pujantes, más lúcidos y útiles de Cuba…Vd. es demasiado grande, Maceo. (…) yo le digo que siento por Vd. cariño entrañable, íntimo; como si hubiera…nacido en su misma cuna; que lo defendería y mantendría, en caso necesario, con más brío que a mí mismo; que aborrezco, persigo y ahogo toda injusticia e intriga; que tendré acaso mi día más feliz, cuando en Oriente, único suelo digno de nosotros, cuando en suelo cubano, pueda Vd. decir, ente los hombres que no se han de desmontar: “Un hermano este””. Y más adelante: “Escribo con mi sangre y muero. Descanse, que jamás, mientras tenga yo mano, se prescindirá de Vd.”