Han transcurrido 62 abriles, pero, en tanto hoja brillante de la historia propia, ni siquiera los buenos patriotas que entonces no habíamos nacidos podemos olvidar ni dejar de estremecernos orgullosos, cuando por una u otra razón se pasa revista a los acontecimientos.
Muy convulsa estaba la Cuba del (19)58. Corría el día 9 del cuarto mes del año. Y cuando las manecillas de los relojes estaban a punto de marcar las 11:00 a.m., los micrófonos de las principales emisoras dejaron escuchar un mensaje del Moviente 26 de Julio, liderado por Fidel Castro, dirigido a todo el pueblo:
“Atención cubanos, es el 26 de Julio, llamando a la Huelga General Revolucionaria… Adelante…, desde este momento se comienza en toda Cuba la lucha final que solo terminará con el derrocamiento de la Dictadura”.
La respuesta popular no se hizo esperar. La Isla entera se levantó en pie de guerra. Miles de trabajadores humildes respondieron a la convocatoria. El propósito era paralizar el país e incentivar un levantamiento popular generalizado que diera al trate con la tambaleante dictadura, que encabezada por Fulgencio Batista, tenía sumida a la nación en un mar de dolor y sangre.
Los capitalinos salieron a las calles a hacer su parte. No les importó que la sonada maquinaria represiva del sátrapa tuviera aquí sus principales centros de tortura y muerte, accionados por sus más sanguinarios representantes.
Cuentan que en La Habana hubo voladura de registros de electricidad, paros y sabotajes en varias terminales del transporte, quema de gasolineras y automóviles, interrupción de la entrada y salida de vehículos al territorio, y que Guanabacoa y el Cotorro semejaban hervideros.
El comando del M-26-7, en La Habana Vieja, liderado por Marcelo Plá, protagonizó una de las acciones más sonadas, aquí en la ciudad. Infructuosamente trató de tomar la armería, ubicada en la calle Mercaderes, hoy convertida en Museo 9 de abril. Las “hierros” que pretendían ocupar secundarían otras acciones planeadas para la barriada.
Sorprendidos, los asaltantes entablan combate con la policía. Cuatro caen en el intercambio de disparos.
Se reportaron alzamientos revolucionarios de un extremo a otro de la Isla. Decenas de combatientes murieron en las acciones o eran asesinados por los cuerpos represivos, y cientos resultaron detenidos. Con 23, La Habana reportó la mayor cifra de muertes.
Muy bien la jornada pudo haber marcado el anhelado fin y unos de los capítulos más triste de desgobierno en Cuba, pero la falta de una buena coordinación hizo de las suyas. El paro del transporte no llegó a generalizarse; pensar que el papel de los obreros era mantenerse en sus casas, sin participación activa en las acciones, constituyó un desacierto; hubo grupos acuartelados a los que nunca les llegaron armas y a otros, insuficientemente…
En consecuencia, al mediodía empezó a bajar el tono de la efervescencia. La tiranía batistiana tendió un manto de terror y muerte de un extremo a otro de la Isla. Más de un centenar de cubanos fueron masacrados por las fuerzas represivas.
Marcelo Salado, integrante de la dirección del M-26-7 en la capital, quería saber qué había hecho abortar los planes previstos con los transportistas. Cuando con ese propósito se trasladaba del edificio Chibás (G y 25) -Estado Mayor de las acciones en la capital- hacia un inmueble ubicado a solo dos cuadras, donde acuartelaban a los integrantes del Frente Obrero Nacional, agentes del tenebroso Esteban Ventura lo acribillaron a balazos.
Como sucede siempre frente a todo gran fracaso, cundió el escepticismo. Otro pueblo tal vez hubiese claudicado, pero ya para entonces, nadie como el líder Fidel Castro y el suyo para convertir los reveses en victorias. La frustración de la huelga hizo pensar algunos que era el fin. Sin embargo, tan solo ocho meses después el Ejército Rebelde entraba triunfal a la capital.