De nuevo en Cuba, tras un exilio no deseado que les atenazaba el alma. Generales que no contaban el título expedido por la Academia, pero con sobrados méritos y amplia expedientes de heroicidades como para hace temblar a los enemigos con el solo hecho de pronunciar sus nombres: De los Maceo, Antonio y José, no por gusto bautizados, respectivamente, Titán de Bronce y León de Oriente, además de Flor Crombet, otro de los grandes en el batallar por la independencia de la amada Isla.
Retornan a sumarse a la manigua. Han decidido sumarse a la Guerra Necesaria, que esta vez estalló el 24 de febrero, organizada por el más brillante de los Pinos Nuevos. José Martí, su gracia, y lleva tanta fuerza en sus argumentos, que hasta los Gigantes de contiendas anteriores –temidos y admirados hasta por los propios adversarios- responden sin vacilaciones a su convocatoria.
Le secundan otros 23 revolucionarios. Tocan tierra por playa Duaba, cerca de Baracoa, el 1 de abril, del que se presagia como un muy agitado 1895. Hicieron travesía en la goleta Honor, y vienen armados con el limpio honor para probar que no ha muerto el espíritu de Baraguá, que ha de librarnos de la vergüenza de un “zanjonazo”, al que nos condujo más la desunión y la inmadurez que las propias balas hispanas.
Tendrán que dispersarse los patriotas, perderá la vida el temerario Flor, en emboscada enemiga, pero el resto hace contacto con los mambises guantanameros, y temblará el imperio porque Maceo está de nuevo en la patria adolorida.

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