La luchadora independentista Amalia Simoni Argilagos, mujer de gran sensibilidad y demostrado amor por la patria, es más recordada en la historia, por ser la esposa del patriota Ignacio Agramonte y Loynaz, con quien vivió una corta pero intensa historia de amor.
Desciende de una familia acomodada, fruto del matrimonio del médico José Ramón Simoni y Manuela Argilagos, los cuales no estaban conformes con su relación debido a las insuficientes riquezas materiales de Ignacio. Ante la inicial oposición paterna, Amalia le dice: “No te daré, papá, el disgusto de casarme contra tu voluntad, pero si no con Ignacio, con ninguno lo haré”. Luego los enamorados se casan en la parroquia de Nuestra Señora de la Soledad el 1 de agosto de 1868.
Pronto Ignacio va a la manigua para luchar contra el colonialismo español, mientras Amalia queda embarazada. El primero de diciembre, la familia Simoni decide abandonar la casa-quinta de Puerto Príncipe y trasladarse a su finca La Matilde, ya que en la ciudad estaban señalados por las autoridades coloniales porque los dos yernos del doctor Simoni, Ignacio y Eduardo Agramonte Piña, eran líderes de la insurrección.
La finca se convierte en el nido de amor de la pareja, donde nace el primogénito Ignacio Ernesto, al cual su padre llama cariñosamente Mambisito. Pero la situación se complica por la cercanía del enemigo. Por eso, Agramonte decide trasladarlos a la finca San José de los Güiros, donde establece un sitio que nombra El Idilio, en las proximidades de la serranía de Cubitas.
Cuando celebraban el primer cumpleaños del niño, se anuncia la inminente llegada de una columna española, por lo que deben separarse. “La esposa de un soldado tiene que ser valiente”, dicen que esta fue la última frase que le dice a Amalia.
Desde que eran novios, mientras él estudiaba o trabajaba en La Habana, ella permanecía en Puerto Príncipe, y se comunicaban a través de intensas cartas. Este intercambio se incrementa en el período de la guerra, con muestras del profesado amor como manifiesta Ignacio en una carta que le dirige el 1 de abril de 1871:
“… ¡Como lucha el corazón, bien mío, uno y otro día, en todos los momentos de la vida, con esa separación de las prendas que así adora! ¡Que honda amargura encierra el pecho, porque no te veo, y vivo lejos de ti! Y sin embargo me siento dichoso cuando pienso en que me amas y que con frecuencia piensas en mí...”
Amalia no solo fue la esposa y madre de los hijos de Ignacio, también había sido una activa colaboradora de las fuerzas mambisas y prestaba servicios en hospitales de campaña. Sufrió los rigores de la cárcel y luego el exilio.

Fue arrestada durante la Guerra de los Diez Años, y le demandan que le envíe una carta a su esposo para que abandonara la lucha, a lo que responde: "Primero me dejo cortar una mano antes que escribirle a mi esposo para que sea un traidor". ¡Fáciles son los héroes con tales mujeres!, diría años después José Martí, al conocer sobre este hecho.
Al hacerse insostenible su permanencia en Cuba emigra a Nueva York, donde nace su hija Herminia, a la cual su papá no pudo conocer, pues el 11 de mayo de 1873 cae en combate en los potreros de Jimaguayú el Mayor General Ignacio Agramonte, conocido como El Mayor.
Amalia conoce de la caída en combate de su amado en Mérida, Yucatán. Apenas 11 días antes, le había exigido más prudencia en el combate al escribirle: “Cuantos vienen de Cuba Libre y cuantos de ella escriben aseguran que te expones demasiado y que tu arrojo es ya desmedido. ¡Ah! Tú no piensas mucho en tu Amalia, ni en nuestros dos ángeles queridos, cuando tan poco cuidas de una vida que me es necesaria, y que debes también tratar de conservar para las dos inocentes criaturas que aún no conocen a su padre.
“Yo te ruego, Ignacio idolatrado, por ellos, por tu madre y también por tu angustiada Amalia, que no te batas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. ¿No me amas? Además, por interés de Cuba debes ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia de que necesita tanto. Por Cuba, Ignacio mío, por ella también, te ruego que te cuides más…”
Ignacio nunca recibió esta carta, y cuando Amalia conoce del triste suceso, estaba enferma de gravedad; pero sigue luchando por su vida y por la Patria. Al concluir la guerra en 1878, regresa a Puerto Príncipe, pero en 1895 estalla la nueva contienda, organizada por Martí, y el gobierno colonial prácticamente la obliga a emigrar.
De vuelta a Estados Unidos, otra vez recauda fondos para la lucha. En esa época actúa como soprano en el De Garmo Hall, de Nueva York, en funciones benéficas.
Al finalizar la guerra, se opone tenazmente a la intervención yanqui y a la Enmienda Platt. Le ofrecen ayuda económica por ser la viuda de El Mayor, pero la rechaza al expresar: “Mi esposo no peleó para dejarme una pensión, sino por la libertad de Cuba”.
El 24 de febrero de 1912 develan una estatua ecuestre de Agramonte, en el principal parque de la ciudad de Camagüey, antiguo Puerto Príncipe, hecha por la colecta popular. Cuentan que el monumento estaba envuelto en una enorme bandera cubana, y una honorable anciana tira del cordón que la anuda. Resplandece al sol el bronce, y la conmovida anciana se desmaya, ¡tanto era el parecido! Porque aquella señora era la viuda de El Mayor, quien más allá del tiempo y de la muerte, había encontrado allí a su amado Ignacio.
Poco tiempo después regresa a su casa habanera. Años más tarde, la noche del 23 de enero de 1918, se reclina en un sofá mientras le pide a la hija Herminia que toque en el piano una de las melodías preferidas de su juventud. Al parecer, tras años de tanta angustia y dolor, y de vivencias imborrables, su corazón deja de latir en medio del sosiego que le provocaban las tiernas y nostálgicas notas de Chopin. Por lo que con 75 años moría Amalia Simoni.
Deseaba que la enterraran junto a su padre en el Cementerio de Camagüey, cerca del lugar donde, según la leyenda popular, podrían estar esparcidas las cenizas de Ignacio. Pero solo años más tarde, el primero de diciembre de 1991, fueron trasladados desde la capital, los restos de Amalia, y al fin logran reposar en su querido Camagüey.

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