
La Caravana de la Libertad, liderada por Fidel Castro, llegó a La Habana el 8 de enero de 1959. Fue un momento sin precedentes en la historia que estremeció la ciudad, cuyos pobladores, ávidos de nuevas esperanzas, acuden a saludar a los héroes de la Revolución cubana.
Había iniciado el 2 de enero en la oriental provincia de Santiago de Cuba por la Carretera Central, recorriendo durante seis días más de mil kilómetros hasta la capital, en marcha triunfal del Ejército Rebelde, tras derrocar al gobierno de Fulgencio Batista.Antes de partir para Santiago, Fidel le había ordenado a las columnas al mando de Camilo Cienfuegos y del Che, avanzar hacia La Habana y tomar posesión de la capital del país; de Columbia y La Caba¬ña, respectivamente.
“El recorrido tenía por objeto transportar la columna en apoyo de los compañeros que iban hacia la capital; yo pen¬saba pasar rápidamente. Pero en eso se cae, mejor dicho: fue derrocada la tiranía, porque no se cayó: la derrocaron, al dictador y a los que quisieron sustituirlo; en un día se cayeron dos: Batista y Cantillo.
“Ese era el objetivo del viaje. Yo no tenía pensado hacer una marcha triunfal, ni mucho menos; me parece que eso estaría un poco fuera de lugar en este momento. Yo me he deteni¬do en los pueblos porque me han detenido en los pueblos, el pueblo. Y no he podido hacer otra cosa que hablar con el pueblo, a pesar de que me parecía que era necesario que estu¬viésemos en La Habana cuanto antes, y todo el mundo sabía que necesitábamos estar en La Habana cuanto antes; pero ya veníamos en este recorrido, y no podía menos que atender el deseo del pueblo de hablar con nosotros y de saludar a los combatientes del Moncada”, expresaba Fidel en Santa Clara el 6 de enero de 1959.

Dos días más tarde, llegan al Cotorro después de las 2:00 p.m., lugar donde Fidel reencuentra a su hijo Fidelito. Sus compañeros querían que entrara a La Habana sobre un tanque, pero él desecha la idea, pues nunca llegarían a tiempo a Columbia, por lo que se baja y sigue en un Jeep de la Columna 17, con Celia Sánchez, la escolta y otros compañeros.
Sobre ese momento Juan Almeida rememora: “Ante la muchedumbre, el Co¬mandante en Jefe de las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra de la República está alegre, sonriente, feliz. La barba enredada, demarca el rostro rosado al que la visera de la gorra le da sombra. Lleva su uniforme verde olivo, el fusil colgado al hombro, la canana con pistola a la cintura. Junto a él, sus compañeros, hombres armados rodeándolo con delicada discreción.
“(…) El mar de pueblo dando gritos, saludos, palmadas, cantando. Llevan banderas, pancartas, telas. Hay cabezas descubiertas o protegidas del sol con sombreros, gorras, periódicos, paraguas y sombrillas de todos los colores y estampados. Es un día de arrobo colectivo, de alegría; muchas mujeres lloran como si a través del llanto escapara el dolor reprimido tantos años”.

La Caravana bordea la bahía habanera por la Avenida del Puerto. Se detienen en el edificio de la Marina para saludar a los oficiales allí reunidos, al frente se halla el alférez de fragata, y luego comandante, Juan Manuel Castiñeiras. De pronto divisan el yate Granma en un muelle cercano, y Fidel sube a la embarcación. Las fragatas Máximo Gómez y José Martí, ancladas en el puerto, disparan salvas en saludo.
“La multitud afuera grita: « ¡Fidel en el Granma! ». Corre la voz como el relámpago y a su paso laten con más intensidad los corazones. En los rostros resplandecen los colores del rubor, los ojos se llenan de lágrimas que, liberadas, corren por las mejillas”, relata Almeida.
Continúan hacia el Palacio Presidencial donde Fidel se dirige al pueblo. A la salida, deben atravesar a una nutrida multitud. Frente están estacionados tres flamantes autos que habían pertenecido al derrotado gobierno.

Cuenta José Alberto León (Leoncito, el escolta y chofer de Fidel), que: “el presidente y algunos ministros abordan el primero; Fidel y otros jefes el segundo, y en un tercero nos embutimos los escoltas. El auto delantero parte, pero en el que va Fidel se detiene apenas unos metros después. Fidel no se quiere perder el contacto directo con el pueblo; de haber seguido en el automóvil ese contacto vivo no se hubiera producido”.
“(…) En la Caravana venía otro yipi, manejado por un chofer del ejército derrotado que se había sumado a nuestras filas. Lo recuerdo, y eso se puede corroborar en las fotos, porque el hombre usaba todavía un casco militar. El yipi tiraba un cañoncito que desenganchamos. Y Fidel se sube a ese vehículo. Ese fue el transporte que utilizó finalmente para arribar a su destino”, añade Leoncito.

Entre un mar de pueblo, la Caravana transita por el Malecón. Luego sigue por la Calle 23, en el Vedado; atraviesa el puente Almendares y toma la ruta hacia el campamento de Columbia, donde llega alrededor de las ocho de la noche.
Cuentan que a su paso por el Hotel Hilton (Habana Libre), los turistas norte-americanos destrozaron las hojas de las guías telefónicas para hacer caer sobre Fidel una lluvia de menudos pedazos de papel, a la manera tradicional de Broadway.

La Caravana se acerca al final de su recorrido; cuando están por entrar a Columbia sucede algo inesperado según relata Leoncito: “Parece que el chofer temía golpear a cualquiera de las personas que se habían echado a la calle y rodeaban el perímetro del campamento militar. El caso es que se pasa de la ruta de entrada”.
“La situación se resolvió de la siguiente manera. Penetramos en la Academia de Arte de San Alejandro, contigua a Columbia, pero sin acceso directo. No sé a quién se le ocurrió proponerle a Fidel saltar la verja que separaba la Academia del campamento. No era descabellado. Teníamos entrenamiento guerrillero. El jefe, todo un atleta, saltó sin problemas. A la que ayudamos fue a Celia. Los que nos esperaban en Columbia se sorprendieron al vernos”.

Acerca de ese memorable instante narró Almeida: “Después de los gritos, las exclamaciones y los aplausos, Fidel hace un gesto con la mano. Eleva y baja su figura, se lleva el índice a los labios. El silencio se impone lentamente, los que gritaban y reían, callan, quedan a la escucha, aguardan con la respiración contenida, envueltos en la emoción. La tensión es rota por la voz de Fidel”.
A su vez, uno de los reporteros allí presentes relata: “Tres palomas de una casa cercana despertaron por la algarabía y los aplausos del pueblo. Atraídas por la luz de los reflectores que iluminaban fuertemente a Fidel comenzaron a revolotear alrededor de él. Una de ellas se posó en su hombro izquierdo mientras que las otras dos caminaban por el borde del podio.“Los flashs de las cámaras se sucedían uno tras otro y los aparatos de cine funcionaban sin parar para captar aquella increíble escena. Para los creyentes era una bendición de Dios, un milagro. Para otros simbolizaba la paz. Pero la mayoría sabía que era un capricho de la naturaleza y presagiaba el destino de la Revolución y de Fidel: construir una sociedad culta, saludable, justa, libre y soberana, digna de aquella merecida demostración de confianza y cariño que le había dado el pueblo”.

Fidel se dirige al pueblo: “(…) Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.
Después de un largo discurso, de pronto Fidel se detiene y se dirige a Camilo Cienfuegos, y le pregunta: “¿Voy bien, Camilo?”, y el guerrillero responde: “¡Vas bien, Fidel!”. Y luego de las aclamaciones de Viva Camilo, continúa hasta finalmente expresar:
“Lo importante, o lo que me hace falta decirles, es que yo creo que los actos del pueblo de La Habana hoy, las concentraciones multitudinarias de hoy, esa muchedumbre de kilómetros de largo –porque esto ha sido asombroso, ustedes lo vieron; saldrá en las películas, en las fotografías–, yo creo que, sinceramente, ha sido una exageración del pueblo, porque es mucho más de lo que nosotros merecemos (exclamaciones de: « ¡No! »).
“Sé, además, que nunca más en nuestras vidas volveremos a presenciar una muchedumbre semejante, excepto en otra ocasión –en que estoy seguro de que se van a volver a reunir las muchedumbres–, y es el día en que muramos, porque nosotros, cuando nos tengan que llevar a la tumba, ese día, se volverá a reunir tanta gente como hoy, porque nosotros ¡jamás defraudaremos a nuestro pueblo!” (ovación).
Treinta años después, el propio Fidel recrea aquella noche, en el discurso pronunciado en el acto conmemorativo por el aniversario de la entrada de la Caravana de la Libertad:
“(...). No sé si será fácil que ustedes puedan vivir las emociones que vivieron aquellos compatriotas, porque ustedes no vivieron los días de horror, de humillación y de sufrimientos que ellos vivieron. En nuestra patria había muchas cosas por hacer. Los problemas que teníamos entonces no son los problemas de hoy; había todo un mundo que cambiar, había una Revolución por hacer”.
“(…) También nosotros expresábamos la idea de que hasta ese momento, por difícil que hubiese parecido el camino, estábamos seguros de que era mucho más fácil que el camino que teníamos por delante. Siempre estuvimos conscientes de esa realidad, no nos hicimos ningún tipo de ilusiones. Veníamos diciendo también a lo largo del trayecto que esta vez sí había llegado la hora de la Revolución, que la Revolución sería una realidad inexorable”.
Referencia
Libro Caravana de la libertad. Luis Báez y Pedro de la Hoz. 2009. Casa Editora Abril

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1761392590)