En una pequeña sala del Hospital Civil Saturnino Lora, el 16 de octubre de 1953 se llevó a cabo el juicio de Fidel Castro, quien pronunció su alegato de autodefensa en los sucesos contemplados en la causa número 37/53, conocido como La Historia me Absolverá, convertido en el programa político del movimiento revolucionario.

Unos días atrás, los acusados de participar el 26 de julio en el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, situados en Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente, fueron juzgados en la Causa No. 37 de ese año, iniciada el lunes 21 de septiembre.

En el Palacio de Justicia santiaguero ocurrió un juicio sin precedentes, donde los acusados se convirtieron en acusadores ante el asombro de todos. El 6 de octubre, al final del proceso judicial, 29 de los 102 acusados fueron sentenciados a condenas entre siete meses y trece años de privación de libertad. Siete días después fueron trasladados al Presidio Modelo de Isla de Pinos.

El juicio de Fidel tuvo lugar junto a Abelardo Crespo, acostado en una cama debido a las múltiples heridas recibidas, y a Gerardo Poll Cabrera. Al igual que en el anterior, los acusados se tornaron acusadores, al denunciar los crímenes cometidos contra sus compañeros. Fidel asumió su propia defensa, haciendo uso de su condición de abogado. Finalmente fue sentenciado a 15 años de privación de libertad.

Durante su alegato, que se extendió por dos horas, expuso varias ideas. Entre ellas, estableció el concepto de pueblo para las condiciones cubanas de entonces, formado por la masa que sufría las desdichas y luchaba contra la dictadura, lo que excluía a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que convenía cualquier régimen opresor.

También expone los seis grandes males socioeconómicos que padecía el pueblo: El problema de la tierra, poca industrialización, falta de vivienda y precios excesivamente altos de alquileres, abandono de la educación con un alto índice de analfabetismo, el problema de la salud del pueblo con un 90 por ciento de parasitismo en los niños y epidemias que podían erradicarse, y un gran desempleo.

Para su solución, planteó una serie de medidas, como la nacionalización de los servicios públicos, entrega de tierras a quién las trabaja, rebaja de los alquileres a un 50 por ciento, construcción de viviendas, atención a la salud pública, reforma de la enseñanza, aumentar los salarios de los maestros, eliminar el desempleo y ofrecer un sueldo decoroso a los empleados y obreros.

Resulta abrumador cuando se refiere al precio que pagaron algunos asaltantes por su lucha: “…El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre; en las paredes las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos…”

“…El primer prisionero asesinado fue nuestro médico, el doctor Mario Muñoz, que no llevaba armas ni uniforme y vestía su bata de galeno…En el camino del Hospital Civil al cuartel le dieron un tiro por la espalda y allí lo dejaron tendido boca abajo en un charco de sangre.

“Pero la matanza en masa de prisioneros no comenzó hasta pasadas las tres de la tarde. Hasta esa hora esperaron órdenes. Llegó entonces de La Habana el General Martín Díaz Tamayo…Dijo que era una vergüenza y un deshonor para el Ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes y que había que matar diez prisioneros por cada soldado muerto. ¡Esa fue la orden!...”

Declara que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos, y los perseguidos políticos de las tiranías encontrarían en Cuba asilo y apoyo; denuncia los crímenes cometidos por la tiranía en Santiago después de los sucesos del Moncada y narra los hechos, y retoma la figura de José Martí como autor intelectual de la acción.

Al final expresa: “Termino mi defensa, pero no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una república donde está de presidente un criminal y un ladrón…

…En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá”