El 29 de septiembre de 1933, el Partido Comunista convocó al entierro de las cenizas del luchador revolucionario Julio Antonio Mella, a quien Gerardo Machado había ordenado asesinar en México cuatro años antes. Se auguraba un clima de violencia, pues elementos reaccionarios dentro del Ejército, encabezados por el entonces coronel Fulgencio Batista, querían sabotear la ceremonia. 

La madre de Paquito González  intentó que no saliera de la casa, pero este le dijo: “Yo soy pionero y mi deber es ir”. Había hecho una pancarta que decía: “¡Abajo el imperialismo!”. Dicen que llevaba un brazalete de la Liga de Pioneros y en el pecho un sellito con la imagen de Mella. 

En Reina No. 403 hizo guardia de honor junto a otros pioneros. Cuando el Ejército comenzó a masacrar al pueblo, Charo Guillaume, guía de la organización, resguardó a los pioneros en una casa, pero Paquito quiso seguir en la manifestación. Dicen que la última vez que lo vieron con vida, levantaba con todas sus fuerzas la pancarta que había escrito. Murió frente a la Liga de los Pioneros; sólo tenía 13 años.

La madre de Paquito trabaja en una zapatería o en una fábrica de cigarros, enfrentándose a diario con la difícil situación de tener que mantener a sus seis hijos. Gracias a eso pudo cursar estudios en la escuela No.33 de Monte y Pila; y luego, cuando se mudaron para Correa entre San Indalecio y Rabí, en el barrio de Santos Suárez, se matriculó en la escuela No. 41, situada en Calzada de 10 de Octubre y Cocos. 

Ingresa en la Liga de los Pioneros en 1933. Durante la lucha contra Machado, cooperó en las colectas de ayuda a los presos políticos, distribuía propaganda, pintaba consignas revolucionarias en las paredes. Según sus compañeros y amigos, era un niño respetuoso, generoso, que cuidaba mucho su apariencia personal. Le gustaba cantar, bailar, la lectura, el cine y jugar a la pelota. 

Se dice que disfrutaba conversar con personas mayores sobre temas de actualidad en su momento, y sobre las luchas revolucionarias. Leía incansablemente, no solo materiales recreativos, sino también sobre temas políticos, y los periódicos del día.

Estas lecturas le habían permitido adquirir una formación ideológica superior a la que correspondía a su edad. Además, su hermana América, de ideas progresistas y lectora infatigable, así como su hermano mayor, Julio, contribuyeron a su formación.

Participaba activamente en las actividades pioneriles y asistía a las manifestaciones, huelgas y otras movilizaciones populares. La madre, sabiendo el peligro que los acechaba en aquellos momentos de lucha, trataba de disuadirlo, pero Paquito era valiente y decidido, por lo que estaba dispuesto a cumplir sus compromisos con la organización y con la patria, como ocurrió el funesto día de su muerte. El próximo 19 de octubre se cumplirá el centenario de su natalicio. 

Foto: Radio Reloj

Guiado por un pensamiento martiano y la fuerte influencia de su hermano mayor Julio, el niño Francisco González Cueto, Paquito como sus amiguitos y familiares lo llamaban, se definía a sí mismo como un luchador y defensor de la causa revolucionaria.

Corrían tiempos difíciles y en extremo convulsos en plena dictadura machadista y el Partido Comunista le había orientado a la Liga Juvenil que creara la organización de los pioneros, conocida como Liga de los Pioneros de Cuba, que dejó un conmovedor legado de combatividad y un mártir que era apenas un niño de 13 años: Paquito, quien fue asesinado el 29 de septiembre de 1933, al ser reprimida la multitudinaria marcha pacífica que intentó en vano sepultar en esa ocasión en Cuba las cenizas de Julio Antonio Mella. 

Durante dos días miles de habaneros se habían dado cita en el local de la Liga de los Pioneros, situada en las céntricas calles de Reina y Escobar, para rendir postrer tributo al destacado líder juvenil y consagrado antimperialista, asesinado en México el 10 de enero de 1929.

De la guardia de honor se encargarían los pioneros que la integraban, entre ellos Paquito, quien había asegurado a su madre Flora y a su hermano: “Mella ha muerto por la Revolución y mi deber es ir, aunque me maten”. Minutos antes de sacar la urna con las cenizas para ser depositadas en el sitio escogido del Parque de la Fraternidad, los niños fueron protegidos en una casa cercana donde no corrían peligro, pero Paquito quiso participar de todas formas en la marcha y se situó al frente de la misma portando un cartel con la consigna “¡Abajo el imperialismo!”. 

Con emotivas palabras, desde un balcón el destacado dirigente comunista Rubén Martínez Villena despidió el duelo en horas de la tarde y de ahí se iniciaría la marcha, pero desde edificios aledaños se inició una lluvia de disparos contra la multitud que provocaron gran confusión y alcanzaron a herir y matar a varios participantes, y entre los primeros en caer estuvo Paquito, con el cráneo destrozado por las balas.

Su entierro aconteció el día 30 de septiembre de manera muy modesta, como había transcurrido su vida, y sus restos depositados en un lugar del cementerio de la Habana, donde la Revolución en su honor construyó después un pequeño obelisco. 

Se perdía así la vida de un valiente pionero, que se convirtió en bandera de lucha. Cursaba en ese tiempo el sexto grado de escolaridad y era el menor de sus cinco hermanos. Era un niño como los demás, aunque había madurado lo suficiente para observar y comprender los males de la sociedad, leía con avidez todo tipo de materiales, en especial la prensa diaria y algunos textos sobre temas políticos.

Se había entrenado en la actividad pioneril de la Liga, fundamentalmente clandestina, y participaba en manifestaciones, huelgas y actos públicos, pero también por su carácter inquieto y jovial sacaba tiempo para aprender cada día algo nuevo, bailar, ir al cine, jugar a la pelota, compartir con los pequeños del vecindario y cuidar a los animales.

No obstante vivir en extrema pobreza, en su barriada se le quería por su generosidad, su compañerismo, su disposición a compartir lo poco que tenía, ayudar a sus compañeros de aula con dificultades docentes y brindar amor a todos.

Son muchas las escuelas que en Cuba llevan su nombre y los pioneros lo dignifican. Paquito González constituye un ejemplo a seguir por las actuales y futuras generaciones y a él rinden tributo cada día, sobre todo en los días cercanos a la triste fecha de su asesinato, hoy a la distancia de 85 años, porque su valiente y heroica actitud no se olvida. 

Referencias: Ecured