Uno de los acontecimientos más trascendentales y controvertidos de la historia fueron los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, ocurridos respectivamente el 6 y 9 de agosto de 1945, ordenados por Harry Truman, Presidente de Estados Unidos de América, contra el Imperio de Japón, hecho que conllevó al fin de la Segunda Guerra Mundial.

Dicen que el 2 de agosto de 1939, el reconocido científico Albert Einstein dirigió una carta a Franklin Delano Roosevelt, acerca de las investigaciones realizadas por Enrico Fermi y Leó Szilárd, mediante las cuales el uranio podría convertirse en una nueva e importante fuente de energía. En dicha carta además, explicó la posibilidad de fabricar bombas sumamente potentes.

Estados Unidos, con la ayuda del Reino Unido y Canadá en sus respectivos proyectos secretos, diseñaron y fabricaron las primeras bombas atómicas mediante el Proyecto Manhattan. La investigación científica fue dirigida por el físico estadounidense Robert Oppenheimer.

La bomba atómica fue probada el 16 de julio de 1945, cerca de Alamogordo, Nuevo México, hecho denominado Prueba Trinity. La bomba utilizada en la prueba, llamada gadget, provocó una explosión cercana a la que ocasionarían 20 mil toneladas de TNT.

El proyecto Manhattan produjo dos modelos distintos de bombas atómicas. La bomba lanzada sobre Hiroshima, llamada Little Boy, cuyo diseño era más sencillo que el de la utilizada en Nagasaki, donde detonaron la bomba Fat Man.

El ataque a Hiroshima

Monumento de la Paz de Hiroshima. Foto: Ecured

El B-29 Enola Gay lanzó la Little Boy a las 08:15 horas de Hiroshima y alcanzó en 55 segundos la altura determinada para su explosión, aproximadamente 600 metros sobre la ciudad. Debido a vientos laterales falló el blanco principal, el puente Aioi, por casi 244 metros, detonando justo encima de la Clínica quirúrgica de Shima.

La detonación creó una explosión equivalente a 13 kilotones de TNT. Se calcula que la temperatura se elevó instantáneamente a más de un millón de grados centígrados, lo que incendió el aire circundante, creando una bola de fuego de 256 metros de diámetro aproximadamente. En menos de un segundo la bola se expandió a 274 metros.

Dicen que Bob Caron, artillero de cola del bombardero describió así la escena: “Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación”.

El radio de total de destrucción fue de 1,6 kilómetros, provocando incendios en 11,4 km2. Se calcula que entre 70 mil y 80 mil personas (cerca del 30% de la población) murieron instantáneamente, mientras que otras 70 mil resultaron heridas.

La estimación total de muertes a finales de 1945, que incluyen quemaduras, las relacionadas con la radiación, y efectos agravados por la falta de recursos médicos, varía entre los 90 mil y 140 mil. Algunos aseguran que más de 200 mil personas fallecieron para 1950, por cáncer u otros padecimientos a largo plazo. Entre 1950 y 1990, el 9% de las muertes ocasionadas por cáncer y leucemia entre los sobrevivientes al bombardeo se debió a la radiación de las bombas.

El ataque a Nagasaki

Ciudad de Nagasaki. Foto: Ecured

Durante la mañana del 9 de agosto, el B-29 Bockscar transportó la Fat Man con la intención de lanzarla sobre Kokura como blanco principal y Nagasaki como objetivo secundario. El plan fue prácticamente idéntico al de Hiroshima: Dos B-29 volando una hora antes sobre el objetivo para hacer el reconocimiento de las condiciones climáticas y dos B-29 más acompañando el bombardero con instrumentación.

Los enviados como observadores climatológicos informaron que ambos objetivos estaban despejados. El bombardero arribó al punto de reunión pero la tercera aeronave, Big Stink, no logró unirse tempranamente a la misión, por lo que el bombardero y la aeronave de instrumentación tuvieron que volar en círculos durante cuarenta minutos esperando a la aeronave retrasada, pero decidieron continuar la misión.

Kokura estaba cubierta en un 70% por nubes, que la oscurecían. Después de pasar tres veces por encima, con el combustible consumiéndose y en un nivel bastante bajo debido a un desperfecto en una de las bombas de un motor, decidieron ir por Nagasaki, el objetivo secundario. Poco después de las 11:00, la bomba fue liberada e hizo explosión a 469 metros de altura sobre la ciudad y a casi 3 km de distancia del hipocentro planeado originalmente.

La explosión resultante tuvo una detonación equivalente a 22 kilotones y generó una temperatura estimada de 3900 grados Celsius y vientos de 1.005 km/h. Se estima que inmediatamente fallecieron entre 40 mil y 75 mil personas, mientras que el total de decesos para finales de 1945 alcanzó los 80 mil.

El radio total de destrucción fue de 1,6 km y se extendieron incendios en la parte norte de la ciudad hasta una distancia de 3,2 km del hipocentro. A diferencia de Hiroshima, no tuvo lugar la llamada lluvia negra y aunque sus efectos fueron más devastadores en el área inmediata del hipocentro, la topografía del lugar evitó que el radio de destrucción fuera mayor.

El 15 de agosto, Japón anunció su rendición incondicional, haciéndose formal el 2 de septiembre con la firma del acta de capitulación. Con la capitulación concluyó la Guerra del Pacífico y por ende, la Segunda Guerra Mundial.

Por su parte, Einstein, considerado el padre de la bomba atómica por exponer las bases teóricas que posibilitaron su construcción. Había pensado que era preferible que la bomba estuviera en manos de Estados Unidos, pues consideraba que los nazis “habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo”, según un discurso pronunciado en Nueva York en 1945.

En esa ocasión también expresó: “los físicos que participaron en la construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de culpa”, debido al desastre que provocó la bomba en Hiroshima y Nagasaki.

Años más tarde promovió el Manifiesto Rusell-Einstein, en el que convocaba a la unidad de los científicos por la eliminación de las armas nucleares.

En mayo de 1949 el parlamento japonés declaró a Hiroshima como Ciudad de paz y a Nagasaki como Ciudad de la cultura internacional. En ambas ciudades se han erigido numerosos monumentos, esculturas, ceremoniales y parques para recordar y conmemorar los eventos de agosto de 1945.

70 años después de los lanzamientos

En 2015, los hospitales de la Sociedad de la Cruz Roja Japonesa de esas ciudades siguieron atendiendo a miles de personas que sobrevivieron a los estallidos y que sufren los efectos de largo plazo que la exposición a la radiación nuclear ha tenido en su salud.

La Cruz Roja Japonesa ha administrado hospitales para sobrevivientes de las bombas atómicas en Hiroshima desde 1956 y en Nagasaki desde 1969. Durante su periodo de administración hasta el 31 de marzo de 2015, los hospitales atendieron en conjunto a más de 2,5 millones de sobrevivientes de las bombas atómicas como pacientes externos y admitieron como pacientes internos a más de 2,6 millones de sobrevivientes.

La experiencia de Hiroshima y Nagasaki, así como un análisis del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), han convencido al Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja de que las armas nucleares no deben volver a emplearse nunca más.

Se dice que la mayoría de los países no disponen en la actualidad, de un medio eficaz para asistir a una parte importante de los sobrevivientes de una detonación nuclear y proteger, al mismo tiempo, a quienes presten esa asistencia. Tampoco se considera que esa sea una posibilidad viable a nivel internacional.

Han pasado 74 años de aquellos inusitados hechos, y aún es estremecedor pensar en aquellas bombas cayendo irremediablemente sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Ni siquiera los hechos de Pearl Habor, justifican que murieran miles de personas inocentes y otras que todavía sufren las consecuencias, aun cuando la rendición de Japón fuera ineludible.

Referencias

Comité Internacional de la Cruz Roja
70 años después CICR
Enciclopedia cubana Ecured