“¿Voy bien, Camilo”? es una frase popular para la mayoría de los cubanos. Sorprendería a cualquiera que una interrogante de tres palabras atesore en sí historia y sentimiento. Es consecuencia de lo sucedido el 8 de enero de 1959, cuando el Líder de la Revolución Cubana, hizo una pausa en su primer discurso ante la multitud habanera y volteó hacia el compañero de batallas, en busca de apoyo. Espontáneo fue aquel momento en el antiguo Cuartel de Columbia, actual Ciudad Escolar Libertad, en Marianao.

Otro gran amigo de ambos, Ernesto Guevara, afirmó: “…no significa casualidad (…), era la pregunta hecha a un hombre que merecía la total confianza de Fidel, en el cual sentía, como quizás en ninguno de nosotros, una confianza y una fe absolutas”.

Difícil sería fragmentar los lazos de amistad entre estos revolucionarios, capaces de vencer el estrés de los crudos días de la Sierra, o la vorágine de los primeros meses después del triunfo, cuando había tanto por hacer.

“Yo no estoy contra Fidel, ni en un juego de pelota”, recordemos todos la reacción del Señor de la Vanguardia, cuando apareció con

mascota de cátcher, mientras la prensa esperaba verlo actuar como pitcher en el partido entre los equipos Barbudos y Policía Nacional Revolucionaria.  

En el recuerdo de quienes los conocieron y en el alma del pueblo, quedará para épica cada foto, documento o grabación, archivos de tantas experiencias vividas. Así lo confirma la nota del 16 de agosto de 1958, que le escribiera el Comandante en Jefe a Camilo, cuando este junto al Che reeditaba la hazaña mambisa de llevar la guerra a Occidente:

“Apriétate los tornillos y no dejes de tener en cuenta que la fama, la jerarquía y los éxitos echan a perder un poco a la gente. Si llegas a Pinar del Río tendrás un pelo de la gloria de Maceo…”

Y Camilo también alcanzó esa gloria, la de los seres de luz, de los entrañables.