Para los que habitan en La Habana, el considerarse autóctonos es un término sustentado en el orgullo del patronímico que les funciona como un atributo entre sus conciudadanos cuando necesitan expresar el origen de su “patria chica” en cualquier lugar del país o del mundo.

Tomo prestado y parafraseo el título de libro: Del barro y las voces, del pintor y maestro Marcelo Pogolotti, cuyo nombre recuerda el de un conocido barrio hacia el Oeste, en Marianao; Pogolotti el primer barrio obrero proyectado y construido en Cuba.

A esta experiencia le sucedieron otras pocas, escasas y aisladas, durante la primera mitad del siglo XX, entre las cuales se destaca el llamado Barrio Obrero de Guanabacoa, donde en 1950 el arquitecto Antonio Quintana proyectó, junto a la vivienda unifamiliar aislada, edificios multifamiliares que aun hoy exhiben su calidad de diseño y ejecución.

Lamentablemente el espacio no queda para más y como dice el refrán: “no se puede meter La Habana en Guanabacoa, pero nada sería el barrio sin sus voces. De esta forma podemos epilogar al referirnos al peculiar dialecto de los habaneros y sus defensas para justificar las dislalias regionales en el uso singular del idioma materno: un trastorno en la articulación de los fonemas y la absorción de algunas consonantes que varía, en cada región del país, de acuerdo con las nuevas tendencias en el uso de la lengua. Sin embargo, esta condición ha sido parte de la simpatía generada para el contrapunteo, entre provincias, hasta el punto de asumirse frases y giros idiomáticos, de todas partes, de manera que apenas permite diferenciar a nativos o recién llegados, a la capital de todos los cubanos.

En este artículo es conveniente terminar con las palabras del Historiador de la Ciudad, para destacar el nombre imprescindible de quien hizo posible que La Habana fuera certificada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y compartir otra razón más para festejar, por entonces, el aniversario 495.

“Yo quisiera en este día recordar muy particularmente a la Dra. Marta Arjona, que jugó un papel muy importante en esa defensa internacional del tema. Yo pienso que sería grave ignorarlo. No voy a negar que en todo el mundo, la UNESCO reconoció como una experiencia singular el proyecto de manejo y gestión del Centro Histórico de La Habana, basado esencialmente en el Decreto 143 de octubre de 1994, resultado de la voluntad del Estado, de la voluntad política y del diseño personal que el compañero Fidel realizó en varios días de trabajo en que me consultaba, en que trabajamos sobre el documento que habíamos presentado. Él lo rectificó, lo cambió, lo modificó, creando un modelo muy importante, basado en la experiencia que ya teníamos, cuyo discurso fundamental es que en países como los nuestros no se puede pretender hacer un desarrollo monumental aislado de la cuestión social y del desarrollo comunitario, sobre todo en la ciudad habitada”.