Hace más de 20 años la conocí y aunque parezca contradictorio no la conozco del todo… jamás lo haré. No es misteriosa ni se oculta, simplemente es capaz de transformarse continuamente, como una actriz al interpretar algún personaje, así, con el paso de los años, ha logrado merecer el respeto y cariño de todo el que llega a conocerla.

Leyéndola, observándola, caminando a su lado, incluso conversando con ella, me atreví a decir, era dos personas en una; alegre y llena de vida por un lado, triste y sombría por otro; sin embargo, no podía explicar tal conclusión.

“¡Soy una sola!”, me dijo, su orgullo le impedía decir algo diferente. Y es que siempre y durante mucho tiempo, hubo quienes como yo, creían en lo doble de su personalidad.

Paseamos una tarde –como muchas otras– por la parte antigua de la ciudad. Escogió esa ocasión para comentarme su historia de amor con un caballero gris, quien se aferró a ella para devolverle colores, vida…

“Él siempre me quiso y no ocultaba su sentimiento, pero mayor que ese amor, era su lealtad hacia mí. Después de mucho tiempo, mi caballero gris me devolvió la sonrisa y la esperanza”, me confesó.

¿Qué más quieres?, le pregunté. Tienes un hombre quien te ha hecho resurgir. Ante mi desconcierto, la bella dama envejecida responde que, a pesar de los esfuerzos de su gran y eterno amor, aún queda una parte de ella carente de colores, de júbilo. Una parte no puede lucir como quiere y le duele, la desgarra…

Obra fotográfica El Sombrero del Quijote. Foto: Roberto Garaycoa Martínez

“Mi caballero gris se esfuerza por mantenerme siempre joven; logra que quienes me conocen o me visitan por primera vez, destaquen  mi atractivo y se percaten de los misterios de mi historia. Pero él solo no puede, se agota en el intento de que todos imiten sus propósitos y sigan sus pasos”, me cuenta con cierta tristeza.

Escuchaba a La Habana y sentía en sus palabras el peso de casi 500 años. ¡Cuánto ha vivido! Percibí un sentimiento desgarrador por conocer esa parte de ella la cual no gozaba de la belleza de su “otro yo”.

“Cuando me veo despreocupada, sufro, lloro, temo inmensamente perpetuar, pero no te aflijas mi niña –dice levantando mi cabeza con sus manos de cultura- confío en el legado de mi caballero gris. Ese leal vagabundo quien me considera un estado de ánimo y no se resigna a estar lejos de mí. El eterno enamorado magnifica mi belleza”.

Comprendí entonces que La Habana, vieja, joven, alegre o sombría, es una sola; necesita del cuidado, amor y respeto de todos los que vivimos en ella. Entendí sus temores y percibí sus ansias de querer mantener esa belleza y alegría de una Ciudad Real y Maravillosa, a la cual nos debemos.