A los 92 años ha muerto el viejo Ochoa. Apenas el día antes, ya hospitalizado y sin poder asistir a la ceremonia de entrega, le otorgó la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) el más alto estímulo: Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida 2023.
Y mientras sus colegas nos sentimos orgullosos de que al fin se le otorgara el premio a un profesional con más que méritos para obtenerlo, siempre nos queda el sabor inconforme de que a veces se deja para muy luego. ¡92 años! Realmente muy excedida a la edad promedio de la expectativa de vida del cubano. Casi milagrosamente lo pudo conocer, pero no disfrutar del reconocimiento.
En lo particular, me parece pueril el criterio de un premio por año, cinco en los ciclos de congresos y en alguna que otra ocasión hasta 10 o más, de estas últimas, el jurado en una ocasión se dio la libertad de entregarlo a menos personas de las posibles, dejando entre ellos a quienes lo merecieron al año siguiente. Incongruencias.
En Cubaperiodistas se aclara: “En determinadas ocasiones han sido entregados varios premios. En 1995, dos; en 1999, en ocasión del VII Congreso de la UPEC, 15; en 2003, por el aniversario 40 de la organización, cinco; en 2005, tres, y en el 2008, año del VIII Congreso y aniversario 45 de la UPEC, cinco. En esa ocasión, de manera excepcional se les otorgó el reconocimiento al Comandante en Jefe Fidel Castro y al Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. En 2013, año del IX Congreso y del 50 aniversario de la UPEC cinco colegas recibieron este galardón y en 2018, año del X Congreso y del aniversario 55 de la organización, siete periodistas”.
Así las cosas, nunca entenderé por qué no se les otorgó a los emblemáticos Guillermo Cabrera y Eduardo Dimas, periodistazos tremendos, columnas vertebrales, ideólogos, maestros de generaciones de periodistas. Después de muertos hace tantos años, siguen siendo referenciales.
No creo que el premio se abarate por darlo cada vez a tantos como lo merezcan, sobre todo, a quienes ya pasan de los 70 y es difícil que sobrevivan a la esperanza de vida después de un covid y las angustia del vivir diario y del vivir en medio de una profesión suficientemente estresante.
Pensemos.
De todas maneras, aquí les va el HOMENAJE DESDE EL AULA. Es la entrevista que le hiciera a Ochoa el entonces diplomante Andy Jorge Blanco para su tesis de Licenciatura La guerra no espera, un libro de entrevistas a corresponsales de guerra cubanos que hoy se encuentra en fase de edición para su publicación por la editorial Ocean Sur, y del que Roger y yo fuimos tutores.
HÉCTOR OCHOA: GANAR LA BATALLA
Por ANDY JORGE BLANCO
Al amanecer del sábado 15 de abril de 1961, Héctor Ochoa Carrillo estaba de guardia en el entonces Palacio Presidencial, en La Habana Vieja. Desde allí vio la humareda negruzca que dejaba atrás el bombardeo de aviones B-26 sobre el aeropuerto de Ciudad Libertad, en el municipio habanero de Marianao. Habían sobrevolado la pista por unos tres minutos. Suficientes.
De pronto, la llamada de urgencia. “Cogí la cámara y salí corriendo para allá”. Trece kilómetros y dieciocho minutos separaban al Palacio de la base área atacada por la fuerza enemiga. La Revolución tenía apenas dos años de existencia y vivía el preámbulo de lo que sería, 48 horas más tarde, una invasión mercenaria apoyada por Estados Unidos.
“Cuando llegué vi unas tres rastras ardiendo. Allí filmé la recogida de dos cadáveres y muy especialmente un trozo de tabla donde Eduardo García Delgado, uno de los jóvenes artilleros ya moribundo, había escrito con su sangre el nombre de Fidel. Tras casi sesenta años no he olvidado la imagen”.
Su memoria ha echado a rodar. Ochoa parece ver los pies de película con que filmó, para la historia, aquella vorágine de sangre y odio que despojó a ese abril de la primavera.
Ahora, a sus 89 años, se mira filmando el sepelio de las víctimas: la tabla y la sangre numerosa que describiera Guillén en su poema; el rostro del muchacho que apenas comenzaba a vivir y que la aviación enemiga lo había acribillado justo a las 5:53 de la mañana de aquel 15 de abril. “Eso le parte el alma a cualquiera”, dice y traslada la historia a la intersección de las calles 23 y 12, en el Vedado capitalino, donde el entonces primer ministro, Comandante Fidel Castro, declaró el carácter socialista de la Revolución Cubana. A dos cuadras, en el cementerio, descansan los caídos en el ataque aéreo.
Cuba entera estaba en pie de guerra. Tras los bombardeos, la invasión era inminente. Cuando se produjo el desembarco de las tropas enemigas por Playa Girón, al sur de Matanzas, Ochoa aún estaba en La Habana. No tuvo tiempo de echarse encima el uniforme de miliciano. Pantalón de civil, camisa blanca, unos mocasines y “arranqué pa’ allá en la madrugada del 18 de abril, con René García y un telefotógrafo”. La guerra no espera.
– ¡Qué sabía yo lo que me iba a encontrar allí! Yo iba pa’ allá a ver cómo era
(Tomado del perfil de Facebook de Iraida Calzadilla)
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