La conocí hace más de 20 años, y aunque parezca contradictorio no la conozco del todo… jamás lo haré. No es misteriosa, ni se oculta, simplemente es capaz de transformarse continuamente, como una actriz al interpretar algún personaje, así, con el paso de los años, ha logrado merecer el respeto y cariño de todo el que llega a conocerla.

Leyéndola, observándola, caminando a su lado, incluso conversando con ella, me atreví a decir que era dos personas en una; alegre y llena de vida por un lado, triste y sombría por otro; sin embargo, no podía explicar tal conclusión.

“¡Soy una sola!”, me dijo, su orgullo le impedía decir algo diferente. Y es que siempre y durante mucho tiempo, hubo quienes como yo, creían en la dualidad de su personalidad.

Paseamos una tarde –como muchas otras- por la parte vieja de la ciudad. Escogió esa ocasión para comentarme su historia de amor con un caballero gris, el que se aferró a ella para devolverle colores, vida…

“Él siempre me quiso y no ocultaba su sentimiento, pero mayor que ese amor, era su lealtad hacia mí. Después de mucho tiempo, mi caballero gris me devolvió la sonrisa y la esperanza”, me confesó.
¿Qué más quieres, tienes un hombre que te ha hecho resurgir?, le pregunté. Ante mi desconcierto, la bella dama envejecida responde que a pesar de los esfuerzos de su gran y eterno amor, aún queda una parte de ella que carece de colores, de júbilo. Una parte que no puede lucir como quiere y le duele, la desgarra…

“Mi caballero gris se esfuerza por mantenerme siempre joven; logra que los que me conocen o aquellos que vienen a mí por primera vez destaquen mi atractivo y conozcan los misterios de mi historia. Pero él solo no puede, se agota en el intento de que todos imitan sus intenciones y sigan sus pasos”, me cuenta con cierta tristeza.

Escuchaba a La Habana y sentía en sus palabras el peso de casi 500 años. ¡Cuánto ha vivido! Percibí un sentimiento desgarrador por saber que una parte de ella no gozaba de la belleza de su “otro yo”.
“Cuando me veo sucia y despreocupada sufro, lloro. Al observar la manera en que me maltratan, siento que muero poco a poco. Temo inmensamente perpetuar así y con el devenir del tiempo deje de ser una Ciudad Maravilla, pero no te aflijas mi niña, –dice levantando mi cabeza con sus manos de cultura- confío en el legado de mi caballero gris. Ese leal vagabundo que me considera un estado de ánimo y que no se resigna a estar lejos de mí. Mi eterno enamorado que magnifica mi belleza”.

Comprendí entonces que La Habana, vieja, joven, alegre o sombría, es una sola, que necesita del cuidado, del amor y el respeto de todos los que vivimos en ella. Entendí sus temores, y percibí sus ansias de querer mantener esa belleza y alegría de una Ciudad Maravilla a la que todos los que habitamos es ella nos debemos.