-Me hubiese gustado otro tipo de foto-, dijo mi tutora hace un tiempo, luego de mostrarle uno de mis retratos preferidos.

La imagen muestra a una señora sentada en el suelo del parque G. De su rostro pude captar una sonrisa enajenada, esa sonrisa de alguien que vive -o sobrevive- alejada de la realidad, o mi realidad, pues no tienen por qué ser la misma.

Cerca de una veintena de instantáneas le robe ese día, hasta llegar a la foto de la controversia. Fueron hechas al terminar una clase en el Instituto de Periodismo. Andaba con un colega y buen amigo, y llamó nuestra atención la manera en que la señora realzaba la belleza de un día y que ahora escondían las grietas de su rostro. Tiempo atrás fue una hermosa mujer –aunque aún quedan evidencias de ello-, y en esa ocasión se pintaba para ser observada en ese parque de presidentes.

La señora de aproximadamente 50 años, o menos, teniendo en cuenta su estilo de vida y sin conocer su historia, no temió al lente de la cámara, menos a que me acercara con cautela, persiguiendo mis deseos de tener su figura guardada en mi computador.

En medio de su fantasía, aquella mujer posaba sin una pizca de recelo, sin enojo ante mi capricho de interrumpir su “privacidad”. Cada gesto que me regalaba mientras apretaba el obturador, lo acompañaba con alegría y vanidad envidiables, digna de una reina.

-Hay que tener cuidado con esas imágenes-, señalaba mi tutora. No comprendía a la vieja periodista, pues aun considerando esa imagen como una de mis preferidas, no había reparado en los distintos mensajes que podía transmitir.

Aquella mujer negra, cubanísima, quedó inmortalizada en el momento que extendía su mano para ser acariciada por los dedos de la juventud.

-¿Sabes cuántas lecturas tiene esa foto?- siempre pregunta la tutora.

-Todas las que la mente y el ojo humano sean capaces de dar-, respondí.

Pero si le mostrara nuevamente esa fotografía y mi tutora repitiera su pregunta, le diría que en esa mujer y en esa estampa veo a La Habana, porque La Habana es negra, es blanca, es luz y oscuridad.
La Habana es alegría y tristeza, es delicada y dura. La Habana es pasado y presente, vejez y juventud. Es seguridad e incertidumbre, odio y añoranza.

La Habana es espejismo y realidad, calma y turbulencia. La Habana es todo y nada, nada y todo, pero indiscutiblemente es eso: La Habana.