En la recta final del campeonato clasificatorio, cuando el calendario aprieta y el margen de error se estrecha como un embudo, Industriales avanza con la determinación de quien ha aprendido a caminar entre llamas.

Apenas necesitan ganar un tercio de sus duelos pendientes para asegurar el boleto a la tierra prometida de la postemporada, pero lo verdaderamente épico es cómo han llegado hasta aquí: resistiendo, remendando, rugiendo.

Porque estos Leones —los más mediáticos, los más observados, los más exigidos del béisbol cubano— han tenido que jugar con la sombra de las lesiones, los virus inoportunos y la irregularidad de una rotación partida en once brazos abridores.

Aun así, se han mantenido en zona privilegiada, empujados por un pitcheo que ha sido brújula en la tormenta y por una camada de jóvenes y novatos que ha puesto energía fresca donde el cansancio amenazaba con hacer estragos.

Ese cuerpo de serpentineros, segundo más efectivo del torneo, ha sido la columna vertebral del proyecto azul. Los novatos han contribuido sin temblor en la mano: 57 entradas de trabajo, apenas 23 limpias, una victoria sin derrotas y un loable 3.63 de promedio de carreras limpias, números que cuentan una historia de madurez adelantada. En un calendario que les cambió la rotación como quien cambia cartas sobre la mesa, esos muchachos han respondido con serenidad sacerdotal.

A ello se suma la ofensiva, caliente en los momentos que deciden destinos: Industriales es sexto en bateo (.295), pero sus mordidas llegan justo donde más duelen.

Han anotado 10 o más carreras en ocho ocasiones, han propinado cinco nocauts y no han recibido ninguno.

Han firmado tres lechadas y permitido solo dos, y sobre todo, han desmentido el mito de que los Leones pierden los juegos pequeños: en duelos decididos por una carrera, ganan ocho de doce.

Ángel Alfredo Hechavarría y Ariel Sánchez siguen siendo las bujías que prenden la chispa en el cajón de bateo, pero detrás de ellos camina silencioso un grupo de novatos que, aunque apenas batean .228, han empujado 25 corredores de los 104 que encontraron en posición anotadora.

El más iluminado de todos: Carlos Alberto Nieto, que conduce a casa a casi el 29 por ciento de los compañeros que encuentra en esa situación y suma ya 11 dobles, cuarto mejor del equipo.

Sin embargo, como en toda épica, hay una grieta que amenaza la armadura: la defensa, séptima con .967, promedio apenas igual al del torneo, aunque no es la causa principal de sus derrotas, pero sí un territorio donde la incertidumbre se acumula.

La línea central es una zona en constante sobresalto: seis torpederos, siete camareros y 27 errores combinados en esas posiciones, y otros 16 en la antesala. Más del 60 por ciento de sus desgracias defensivas nacen ahí, justo donde se ganan los partidos en silencio.

A esto se añade la fragilidad por parte de los receptores en el control del corrido y robo de bases: 53 corredores les han salido al asalto y solo 19 han sido capturados, para un 35.85 por ciento que exige atención inmediata. Para un equipo con aspiraciones largas, la columna vertebral tiene que ser roca, no arena.

Pero, aun así, Industriales se sostiene. Se sostiene porque el pitcheo agarra los partidos por el cuello; porque los jóvenes trepan al escenario sin miedo; porque la ofensiva sabe encender hogueras cuando la noche amenaza con tragarse el juego; porque donde otros ven presión, ellos sienten combustible.

Son el equipo que más público convoca lejos de casa, el que carga una mochila mediática que pesa como un estadio entero, el que juega sabiendo que cualquier respiro —un error, un fallo táctico, un mal fildeo— será diseccionado durante días.

Pero ahí están: aferrados al sueño. Tan cerca ya de anclar su nave en la tierra de los cuartos de final, que casi puede oírse el rumor del puerto, el crujido de las amarras, el rugido del público azul levantándose como un mar de espuma.

El viaje no ha terminado. Lo mejor, acaso, está por empezar. Nos vemos en el estadio.

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