En el béisbol moderno, donde la potencia ofensiva y los grandes batazos suelen acaparar titulares, muchas veces se olvida que el destino de una temporada se define en los llamados "Juegos Chiquitos".
Esos duelos tensos, de escaso margen, en los que cada carrera se convierte en un tesoro y los errores resultan irreparables, son el verdadero termómetro de la solidez de un equipo.
La diferencia entre ganar o perder en esos choques suele recaer en la capacidad de los cuerpos de dirección para leer el momento exacto del partido y reaccionar con sapiencia.
No basta con tener un plantel talentoso: se requiere visión para manejar el bullpen con precisión quirúrgica, para mover las piezas en función de la situación y, sobre todo, para inculcar en los jugadores la disciplina necesaria de ejecutar lo pequeño con la misma seriedad con que se afronta lo grande.
Un toque de bola bien colocado, un corrido agresivo de bases, una sustitución puntual, o la confianza depositada en el lanzador correcto, pueden inclinar la balanza en un marcador cerrado. En esas circunstancias, la estrategia productiva es el arma decisiva, porque la improvisación sin cálculo suele pagarse cara.
Ganar los juegos chiquitos significa que el equipo posee carácter, madurez y dirección efectiva. Ahí se mide la verdadera estatura de un colectivo y de su timonel, porque cuando los batazos largos no aparecen, lo que queda es el béisbol esencial: inteligencia, disciplina y ejecución.
Los Industriales de La Habana, a pesar de su innegable solidez en el papel, han vuelto a mostrar grietas en ese aspecto dentro de la 64 Serie Nacional.
La historia reciente lo confirma: en el partido inaugural, con una ventaja cómoda frente a los Elefantes de Cienfuegos, terminaron dejando escapar la victoria ante un rival inferior. Algo similar ocurrió el pasado viernes, cuando, a solo tres outs de cantar triunfo, los Huracanes de Mayabeque empataron tras un error defensivo y luego definieron en extrainning con un jonrón de dos carreras.
Son episodios que suceden en el béisbol y que, de momento, no resultan alarmantes. Sin embargo, ponen sobre la mesa un tema recurrente en la historia azul: la dificultad para ganar los partidos cerrados, esos que se definen en un par de jugadas y que terminan pesando al final de cada temporada.
Ahí cobra especial relevancia el trabajo psicológico con el equipo y la lucidez del cuerpo de dirección. No se trata solo de alinear a los mejores, sino de mover las piezas con inteligencia, tomar decisiones oportunas y reforzar la confianza colectiva en situaciones límite.
Industriales, un equipo acostumbrado a coquetear con los primeros lugares, carga con la pesada losa de más de tres lustros sin levantar la corona. Esa sequía es el verdadero desafío, y superarlo dependerá, en buena medida, de la capacidad de aprender a cerrar con éxito los juegos cerrados.
La pelota siempre da segundas oportunidades, y con el talento que poseen los Leones, hay tiempo de ajustar lo necesario para volver a brillar como la historia de la franquicia exige. Optimismo sobra, y la afición lo sabe: nos vemos en el estadio.