Testigos del accionar de nuestro equipo de béisbol en el torneo Premier 12, una vez más nos apresuramos desde nuestras trincheras a lanzar reclamos al viento con la esperanza que alguien escuche, analice y ayude a salvar nuestro deporte más querido, el más sagrado, ese que fue declarado hace tres años Patrimonio Cultural de esta nación.

Nuevamente en las arenas foráneas quedan al desnudo nuestras carencias y ahogados en un diluvio de críticas, la mayoría de ellas bien fundadas, volvemos a sentir esa sensación de pérdida ante la decadencia de ese deporte que tanto amamos.

Bastaron los dos primeros partidos de nuestra selección para darnos cuenta que no conocemos a los rivales ni a nosotros mismos, que hacemos una mala lectura del juego de béisbol y que hay problemas con la confección de los equipos, alineaciones, rotaciones de los lanzadores y con las funciones que les damos.

Al contrario de otros países diseñamos largas sesiones de entrenamientos que se extienden varias semanas para jugar cinco partidos y si esto no tiene éxito es que no escogemos a los entrenadores correctos o simplemente nos quedamos estancados en el tiempo.

En algún momento fuimos referencia en el béisbol mundial, pero si ahora eso cambió, por los motivos que sean, no podemos avergonzarnos por pedir ayuda o mirar por encima de la cerca lo que hacen nuestros vecinos.

Eso para tratar de compensar un poco (solo un poco) todos esos fantasmas que nos atacan que vienen dados por los problemas económicos o en algunos casos, por la mala gestión de los fondos que disponemos.

Más allá del bloqueo, de la ausencia de un acuerdo con las Grandes Ligas y de la emigración constante -desde edades cada vez más tempranas- de muchos de nuestro talentos o figuras establecidas, el deporte debe generar sus propias ganancias y no ser jamás una carga para el Estado.

Solo así nuestros campeonatos domésticos mejorarán su calidad, se podrá jugar más desde las categorías infantiles, tener acceso a las nuevas tecnologías y mantener en las mejores condiciones posibles nuestras instalaciones deportivas, elementos que también inciden en los malos resultados en las arenas internacionales.

Nuestro deporte nacional es de todos y hay que escuchar a los aficionados y a los protagonistas, bajar varias rayas la presión que ejercen los directivos a nuestros atletas y trabajar en el campo psicológico, porque es ahí donde se siembra la semilla que dará mañana frutos victoriosos.

Debemos abrir cuanto antes todas las puertas (sin excepción) para buscar oxígeno, tener la valentía para reconocer nuestros errores y por supuesto, permitir que solo aquellos que verdaderamente aman este maravilloso pasatiempo puedan llevar sus riendas.

No podemos dejar que se conviertan en cenizas el orgullo y la pasión que nos dieron nuestros antepasados gloriosos con sus actuaciones legendarias, ni sentarnos con los brazos cruzados a quejarnos por el mundo donde ahora estamos viviendo.

El béisbol no lo merece, por su historia y por lo que representa para cada uno de nosotros. Hay que salvarlo cuanto antes, aún respira. Nos vemos en el estadio.

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