Tal y como se esperaba, los dos paratletas habaneros que compitieron en los Juegos Paralímpicos de París 2024 –Leydis Posada y Robiel Yankiel Sol– consiguieron resultados acordes con los vaticinios. Ella, en el tiro con arco, no pudo superar a la pararquera turca Yagmur Sengul, quien sacó a relucir su mayor  experiencia ante la cubana para imponerse 6-0 en los dieciseisavos de final del evento de arco recurvo
individual, y él, en el salto de longitud (categoría T47), conquistó la medalla de oro tras un estirón inalcanzable para el resto de los contendientes.

Para nadie fueron sorpresivas estas actuaciones. No obstante, en un certamen multideportivo donde ineludiblemente hay “ganadores” y “perdedores”, la evidencia muestra de que todos son personas excepcionales.

Si en los Juegos Olímpicos la mayor satisfacción de los aficionados es ver competir a los mejores del planeta y disfrutar del éxito de los atletas que defienden la bandera propia, en los Juegos Paralímpicos no solo se
disfruta del desempeño puramente atlético o del triunfo del competidor que nos representa.

El escenario paratlético, y lo que acontece en él, transmite un mensaje con una dimensión mayor a la del propio deporte. Y ya sabemos que el deporte, el olimpismo, sus leyendas… erizan la piel y tocan fibras especiales.

Pero en el ámbito paradeportivo cada paratleta se encarga de revelarnos la grandeza de la especie humana, su bendito irrespeto por los límites físicos y mentales, su capacidad para no rendirse ante retos o metas
difíciles.

¿Quién puede decir “no se puede” después de ver a estos colosos en acción? ¿Qué espacio dejan para el pesimismo, para la negatividad o para no atreverse estos maestros ejemplares de conductas humanas de vanguardia?

Citar nombres de estos seres sobresalientes no tiene ningún sentido, porque absolutamente todos aceptaron el reto con la valentía implícita en quienes ni siquiera sospechan de la grandeza que los lleva a asumir cada desafío con pasmosa naturalidad.

Los Juegos Olímpicos nos dan campeones, medallistas y emociones que nos estremecen. Los Juegos Paralímpicos nos recuerdan la inmensidad de nosotros mismos; nos dejan la certeza de que, en cualquier circunstancia, siempre tendremos la asequible opción de ser un verdadero y sempiterno ganador.

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