La imagen del inicialista Leonardo Junco tendido en la arcilla entre las lágrimas y el polvo siendo consolado por un grupo de peloteritos rivales después de la derrota de Cuba, quedará en el recuerdo.

Segundos antes, par de cuadrangulares de los mexicanos habían eliminado a los Bombarderos de Santa Clara de la Serie Mundial de las Pequeñas Ligas de béisbol con sede en Williamsport, Pensilvania.

Un out era todo lo que necesitaba la pequeña tropa de la mayor isla del Caribe para avanzar en el torneo, luego de vencer en su debut a la República Checa y caer en las postrimerías ante el fuerte equipo de China Taipéi.

Junco no fue el único que rompió en llanto dentro de la escuadra antillana, pero le tocó congelarse para la eternidad en una instantánea que refleja la escencia de un evento necesario y muy bien organizado.

Vergüenza, entrega, camaradería y juego limpio son solo algunas lecturas que afloran en una imagen que capta apenas un ápice del bombardeo de emociones inéditas vividas por los niños de todos los equipos por aquellas tierras.

Dijo Jorge Luis Borges que hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria y esta, dolorosa e inesperada, fue una de ellas.

Aunque los organizadores hicieron lo posible para buscar la igualdad entre todos los participantes, al repartir uniformes e implementos a cada uno de ellos, los nuestros salieron en desventaja a la grama del Estadio de los Voluntarios.

No solo por esos lanzamientos rompientes que están prohibidos en nuestra liga y que llevaría un análisis aparte; los calendarios exiguos de los campeonatos nacionales, las necesidades económicas y la falta de especialistas en esas categorías, hacen que la actuación de los cubanos se engrandezca.

Minutos después de finalizado el partido, cuando llantos y lamentaciones desaparecen y recordamos al Principito decir que «El fracaso fortifica a los fuertes», nos damos cuenta que esos niños ya habían obtenido el triunfo de sus vidas mucho antes que se lanzara la primera pelota.

La experiencia -única e irrepetible- no tiene parangón y es un premio al sacrificio de atletas, profesores y sobre todo de los familiares, héroes anónimos que apuntalan esas categorías con su apoyo moral y económico.

Los criollitos, más allá del momento amargo captado en la fotografía, disfrutaron su estancia, recorrieron lugares de interés cultural e histórico, socializaron, recibieron regalos, compartieron con algunos de sus ídolos de este deporte y fueron felices.

La alegria de esos que son la esperanza del mundo, es la mejor medicina para el alma y eso vale más que todo.

Santa Clara y Cuba deben estar orgullosas por estar allí representadas, gracias a las ofertas automáticas rotativas que ofrecen los organizadores del evento.

El año que viene se complejiza porque el campeón nacional tendrá que buscar su boleto en la región del Caribe. El bombardeo de emociones continuará. Nos vemos en el estadio.

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