Aun cuando varios medios nacionales y provinciales se quedaron sin reseñarlo, Harold Lázaro Quintana Figueroa logró la hazaña. No necesita la grandeza ser vista por muchos. No necesita ser difundida exageradamente. Su dimensión auténtica se esparce por sí sola… unas decenas de testigos privilegiados bastan para dar fe del suceso. Ellos y el protagonista son suficientes para, incluso, poner cimientos a la leyenda desde un fundamento verídico.
Sucedió el sábado 10 de septiembre. El club recreativo del reparto Fontanar fue el lugar donde por fin se realizaría el añorado récord. Allí Harold dejaría boquiabiertos a más de un aficionado, sobre todo a quienes no lo conocían, a algunos que llegaron hasta allá para enterarse, de primera mano, de qué materia estelar está hecho este hombre excepcional.
A otros nos embargó la emoción, la alegría, la satisfacción por ver al recordista y al récord… pero no hubo espacio para la sorpresa en quienes lo conocemos. De sobra sabíamos que lo lograría. Su talante de campeón nos lo anticipó… solo era cuestión de tiempo. Solo debía llegar el día, la hora y el lugar adecuado y el muchacho oriundo de Santiago de Las Vegas se ocuparía de lo demás.
Fueron 692 toques consecutivos al balón. Cada uno de ellos es capaz de resumir las virtudes del singular dominador: técnica, maestría, entrega, esfuerzo, perseverancia… cada toque saca a relucir la personalidad del irreductible Harold.
Desde el inicio de este posible largo viaje hacia las páginas del Libro Guinness lo acompaña otro fuera de serie: Luis Carlos García, quien ya plasmó su nombre en el prestigioso compendio. Consejos oportunos, preparación física, apoyo incondicional puso este entrenador a disposición de su pupilo… y el alumno —de sobra lo sabemos— no defraudó al maestro.
Horas después de implantar la marca, con el pundonor que caracteriza a los campeones genuinos, confesó: “Pasé un momento difícil, quería dar muchos más toques. Sentí frustración por no haber dado más toques a la pelota…”.
Así de expandidos ve los límites esta naciente estrella del dominio del balón. No hay alarde en sus palabras. En varias ocasiones, durante los controles previos a la proeza realizada, consiguió tocar la esférica más de mil veces. Fueron la emoción y algo de nerviosismo en su brillante debut a lo grande, lo que le impidió llegar a su ambiciosa meta personal.
No obstante, inscribió en su recién estrenado expediente deportivo un indudable récord mundial. Lo hizo, a pesar de padecer artrogriposis múltiple congénita, una condición identificada por diversas contracturas articulares, en su caso, con todas las extremidades afectadas. Ante eso y mucho más, Harold se impuso. Esa es su naturaleza, desde siempre, solo que justo ahora comienza a salir a la luz en todo su esplendor.
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