Este 18 de mayo, quizá muchos lo pasen por alto. La mayoría, de seguro, no recordará o no sabrá que, en esa fecha, en 1968, tras casi un cuarto de siglo de su última participación en una pelea de boxeo, el
nombre del púgil capitalino Giraldo Córdova Cardín, volvería a resonar en una instalación boxística.
Fue el 18 de mayo de 1968 cuando, en la capital, tuvo lugar el primer torneo que lleva el nombre del gran boxeador cubano. En esa oportunidad solo asistieron púgiles cubanos, sin embargo, a partir de 1969, el evento cobró carácter internacional al asistir representantes de la antigua Unión Soviética. Después de esa segunda edición siguieron sumándose países al torneo, cobrando cada vez mayor fuerza a nivel internacional.
Ese incremento de púgiles foráneos está dado por la reconocida calidad de los boxeadores cubanos, de los cuales el joven Giraldo es un digno representante. En 1953, con cinco victorias y una tabla, el púgil capitalino se tornaba un adversario joven, pero de cuidado, cuyo nombre comenzaba a ser seguido por los apasionados del boxeo.
Sin embargo, el 25 de julio de 1953 los aficionados reunidos en la arena Rafael Trejo se quedaron con las ganas de verlo en acción y, de esa forma, el muchcacho del Cerro sufrió, por no presentación, su primera y única derrota dentro de un cuadrilátero, siendo ganador del combate el púgil Julito Rojo.
Ese día, Giraldo Córdova Cardín, con apenas 22 años, estaba en el oriente cubano, en plena preparación para un combate mucho más importante, uno en el cual se ponía en juego el destino de la nación, y que tendría lugar en la madrugada del 26 de julio. Como dijese Fidel, no se podía dejar morir al Apóstol en el año de su centenario, y Giraldo estaba consciente de ello.
Por eso, el púgil capitalino cambió los guantes por el fusil, y el cuadrilátero por el imponente Cuartel Moncada, en lo que constituyó, no un asalto a esa instalación militar, sino el despertar de la conciencia de un pueblo, por años explotado.
Desde 1968, en cada nueva edición del Torneo Giraldo Córdova Cardín, parece como si él mismo estuviese entre las cuerdas, con la mirada escrutadora, atisbando el horizonte, dispuesto a lanzar el golpe preciso, a defender su invicto; se le puede sentir presente, con los puños alertas, listo para, de ser necesario, volver al combate.
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