Este domingo comenzará el más polémico y seguido de todos nuestros campeonatos deportivos domésticos; ese que despierta pasiones provinciales como ningún otro y que nos atrae como un campo magnético a los estadios: la Serie Nacional de béisbol.

Cuando este domingo en Bayamo salgan al terreno del Mártires de Barbados los flamantes campeones de Granma y los subtitulares matanceros, se habrán abierto las puertas de la campaña número 61 de la pelota cubana, esa que acaba de declararse Patrimonio Cultural de la nación, una designación que nos enorgullece y nos compromete a todos los nacidos en esta tierra.

Como todos los años, esa caja de Pandora que se mantiene cerrada durante la temporada muerta, se vuelve a destapar de súbito para inundar los barrios con luces y sombras, y con todo un amasijo de sensaciones donde se mezclan las insatisfacciones lógicas con las alegrías más puras de los seres humanos.

Absolutamente nada ha podido jamás desplazar a nuestro deporte nacional de lo más alto del gusto popular. La pelota desde que llegó a Cuba a fines del siglo XIX echó raíces en nuestra idiosincrasia y floreció en el lenguaje, en la música, en las artes, en nuestro comportamiento social, y eso no se puede borrar de nuestra existencia ni con mil bombas mediáticas.

No han podido hacerlo las crisis que nos han azotado, los bloqueos económicos externos ni los mentales internos, las emigraciones constantes de peloteros, las injusticias que se han cometido a lo largo del tiempo, el desinterés de algunos, ni los directivos que en algún momento se han quedado dormidos en los laureles.

No han podido desplazarlo otros deportes con gigantescas campañas propagandísticas, ni los héroes importados, ni las dolorosas derrotas en los ruedos internacionales, ni siquiera las tiendas hambrientas de implementos deportivos.

La pelota en esta pequeña isla es pasión. Se tambalea y cae ante tantos demonios que la atacan, pero luego se regenera y crece, los peloteros salen debajo de las piedras, se llenan los graderíos, y las multitudes vuelven a gritar de júbilo, porque esa es nuestra naturaleza y el legado que nos dejaron los antepasados gloriosos.

Cuando se escuche la voz de Play ball este domingo nadie quedará indiferente: los más fieles fanáticos entonaremos un canto de guerra y ondearemos la bandera de nuestros equipos favoritos, los abuelos volverán a contar historias increíbles, las nuevas generaciones mirarán de reojo, los que odian seguirán escarbando debajo de la arcilla, los críticos estarán de plácemes, y los anónimos buscarán protagonismos en las redes sociales. Nos vemos en el estadio.

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