No voy a tocar el tema en estas pocas líneas del acuerdo congelado hace poco más de dos años por la administración Trump entre la Federación Cubana de Béisbol y las Grandes Ligas de Béisbol. Tampoco hablaré de la repercusión que esto trajo para los atletas, sus familiares y este deporte en general.

No tocaré hoy el tema de la emigración de deportistas o del abandono de delegaciones, ni hablaré de necesidades económicas, éticas, compromisos y lealtades, sueños, ni de miserias humanas.

No es la idea de este texto tocar el punto neurálgico del bloqueo de Estados Unidos y su incidencia en el desarrollo de nuestro deporte nacional, ni hablar de carencias o malas prácticas, de crisis económicas o morales, ni de los cientos de problemas que se amontonan a diario dentro de las oficinas de directivos y federativos.

Hoy quiero hablar de un equipo de beisbol categoría sub 23 que a pesar de todos estos demonios que los atacan, salió todos los días al ruedo de los estadios en el marco de la Copa Mundial a batallar contra sus rivales y logró el objetivo de sumar puntos para Cuba en el ranking mundial.

Quiero ponderar a un equipo diezmado por el abandono de varias de sus figuras en pleno campeonato, golpeado psicológicamente por estos eventos, apenas sin jugadores de cambio en la banca y con un bull-pen limitado, en medio de un torneo exigente donde se juega todos los días sin descanso.

Competir bajo esas condiciones –aunque algunos fanáticos frustrados se nieguen a reconocerlo– es muy difícil y eso lo saben todos aquellos que algún día tuvieron el privilegio de jugar béisbol organizado.

Sin hacer mucho énfasis en la psiquis y la fatiga mental de los atletas, es un acto casi heroico lograr victorias (contra el rival que sea) cuando las estrategias de la dirección se reducen al mínimo, cuando hay que exprimir a los lanzadores al máximo, cuidarse de las lesiones como nunca antes y salir al campo bajo el asedio y las lógicas tentaciones que despiertan en el ser humano las ofrendas económicas que les prometen avispados oportunistas.

Sin duda, estas situaciones continuarán repitiéndose una y otra vez en el futuro. No hay antídotos efectivos contra ellas mientras nuestros atletas estén obligados a abandonar su país para poder alcanzar su sueño de jugar en Grandes Ligas. Mientras tanto, respetando siempre a esos jóvenes que se arriesgan a esas aventuras, seguiremos apoyando a los nuestros con todas las fuerzas, a esos que se quedaron hasta el final de la competencia a cumplir su compromiso con el equipo, con Cuba y con los aficionados que aman este maravilloso deporte.

Como bien dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges: “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”.

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