Aquella fría noche de enero de 1986 quedó tatuada en la historia del béisbol cubano. Don Agustín, ese veterano que hacía más de 20 campañas atrás se había llevado el título de Novato del Año con un escandaloso número 40 en la espalda de su chamarreta azul y un estilo nada ortodoxo en la caja de bateo, se robó todos los titulares de prensa.

Su jonronazo a la altura del capítulo 12 frente a los envíos del “Ciclón de Ovas” Rogelio García para darle el campeonato a Industriales después de una sequía de títulos que se extendía a 13 años, lo marcó para siempre y dejó una huella en todos los que estábamos presentes ese día en el majestuoso estadio Latinoamericano.

La clásica cuclilla antes del entrar al rectángulo, un suspiro, un swing potente que golpeó un temible “tenedor” que se quedó en zona bateable para mandar la esférica a los graderíos detrás del jardín derecho, su trote, las manos en la cabeza, el saludo honorable del torpedero rival Giraldo González antes de rebasar la segunda almohadilla, y su figura perdida dentro de una multitud frenética que se lanzó al terreno; no lo olvidarán jamás los capitalinos ni todos los amantes a este mágico deporte.

No le bastó al también llamado Toletero de Alquízar para asegurarse un lugar en la historia, aquel bambinazo legendario que conectó en la madrugada del 2 de diciembre de 1972 para darle el triunfo a Cuba frente a los Estados Unidos en el Campeonato Mundial de Nicaragua.

Tampoco fueron suficientes para él los más 200 cuadrangulares que sacudió en su gloriosa carrera, ni encontrarse en ese momento entre los cinco primeros de por vida en la mayoría de los departamentos ofensivos en Series Nacionales.

Un bateador de esa estirpe no estaba conforme con dejar su nombre en los libros como tantos otros, ni con haber vestido con orgullo el uniforme del equipo nacional en seis campeonatos del orbe, tres Panamericanos, dos Juegos Centroamericanos y del Caribe, y una Copa Intercontinental.

Don Agustín Marquetti, con ese batazo que disparó en la fría noche de aquel 19 de enero, considerado por muchos como el más espectacular de los jonrones que se hayan conectado en nuestros campeonatos de casa, descansó tranquilo porque sabía que así se elevaba al Olimpo y se aseguraba un lugar de privilegio por toda la eternidad al lado de los dioses beisboleros y de otros inmortales que le han dado color a nuestro deporte nacional.

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