Para definir las razones por las que la selección cubana de fútbol sala se quedó sin opciones de conseguir un boleto para la Copa del Mundo que se celebrará en Lituania entre el 12 de septiembre y el 3 de octubre de 2021, no sería justo hacer un análisis simple que solo aborde el asunto desde las observaciones más elementales.

Tampoco se trata de que sea necesario ahondar demasiado para hallar las causas de una derrota que, inexplicablemente, parece haber sorprendido a más de un entendido en nuestro país y a no pocos aficionados.

Los motivos del fracaso no están escondidos ni hay que aguzar la mirada demasiado para descubrirlos. Más bien, están a simple vista, solo es preciso querer verlos, y no quedarse en un repaso superficial que se limite a actitudes o estrategias puntuales del equipo sobre la cancha.

Más allá de si debió ir este o aquel jugador, o si el cuerpo técnico necesita renovación o no, el efímero paso de la escuadra cubana por la fase de grupos del Campeonato de Futsal de CONCACAF 2021 —que debe concluir hoy en Ciudad Guatemala— fue el resultado de varios antecedentes históricos en cuanto al tratamiento a esta disciplina en nuestro contexto deportivo, dos de ellos puestos de manifiesto de modo más agudo en los últimos años.

¿Qué milagroso desempeño podría esperarse del conjunto de futsal nacional, cuando de la noche a la mañana perdió la sede que lo acogió durante años y le aportó un escenario digno para su desarrollo?

Para nadie es un secreto que la mayor cantera de futbolistas de sala que tuvo y aún tiene el país es La Habana. Demoler la Polivalente Kid Chocolate fue como condenar a la infertilidad a la tierra donde la semilla de jugadores talentosos se fecundaba constantemente para lograr una cosecha de alta calidad, por el bien de la capital y —sobre todo— por el bien de Cuba.

Al no estar acompañada esa decisión con la correspondiente propuesta de un lugar alternativo, nada asombroso es, entonces, que el destino de esta dinámica modalidad del balompié se viera afectado, más temprano que tarde, en lides internacionales.

El futsal, como en sus inicios, otra vez se vio obligado a “hacer la cola” para encontrar un escenario donde entrenar o competir, y en tiempos previos al azote de la COVID-19 más de un campeonato tuvo que jugarse en superficie de concreto.

Además de la herida abierta que dejó —al parecer indefinidamente— la falta de una sede adecuada y disponible, otro antecedente que llevó al triste desenlace que nos dejó sin boleto a la próxima Copa del Mundo fue la mínima cantidad de choques que se efectúan habitualmente, al menos en esta urbe maravillosa.

En los años 90, cuando el desaparecido Juan Antonio Lotina y un grupo de entusiastas organizadores propiciaron el auge del futsal habanero y cubano, cada futbolista intervenía en alrededor de 300 partidos. En años recientes, antes de la fatídica aparición del coronavirus, más de un torneo provincial fue suspendido por diversas causas y los calendarios de esas lides, incluso de certámenes nacionales, se vieron reducidos a la mínima cantidad de juegos posibles, solo válidos para afirmar que se cumplió con el propósito de realizarlos, no para mucho más.

Innumerables capítulos matizan la historia de cómo se forjó el futsal cubano. Unas pocas cuartillas no bastarían… Todos queremos que este apasionante deporte vuelva a imponer respeto más allá de nuestras fronteras, pero es absurdo pedir ni esperar tamaña misión si seguimos siendo incapaces de respetarlo, y hasta reverenciarlo, por las veces que con cada toque, recepción y gol ha puesto a ondear bien en alto la bandera de Cuba en el exigente mapa futbolístico mundial.

Vea también: 

Renovación en Industriales: ¿Punto de quiebre o de partida?

Clavadista capitalina tendrá que esperar oficialización de su boleto olímpico