A la historia del movimiento deportivo cubano le faltarían varias de sus mejores páginas sin la labor de profesionales como Manuel Magariño Flores, un hombre que durante cuatro décadas dejó su impronta en la cinematografía relacionada con el deporte, ya sea como camarógrafo, realizador o como director de importantes documentales y filmaciones de particular valor.

Su trabajo —desde cada sede— coadyuvó a que quedara testimonio audiovisual de lo acontecido en cuatro Juegos Centroamericanos, cinco Panamericanos, tres Olimpíadas, tres campeonatos mundiales de béisbol, uno de levantamiento de pesas y otro de esgrima, además de una Universiada y un Centroamericano de Atletismo.

Por si fuera poco, su cámara también sirvió para documentar la preparación de los rivales más exigentes que tuvieron nuestros atletas en aquellos años de gloria, práctica que por diversas razones no tuvo continuidad en eventos posteriores.

Magariño ahora tiene 81 años, pero todavía se le iluminan los ojos cuando habla de aquellos tiempos. Se jubiló en 2002 y desde entonces su esposa Oria y los recuerdos de su rica vida profesional suelen bastarle para mantener a raya a una soledad impuesta por el olvido injusto e inmerecido que padecen él y su obra.

No obstante, su entrega al trabajo mientras se mantuvo activo y su amor a la Revolución quedaron avalados por reconocimientos como la medalla Rafael María de Mendive, la distinción Félix Elmuza, la medalla Raúl Gómez García, la Juan Gualberto Gómez y la Mártires de Barbados.

Las vivencias de un periodista que dedicó la mitad de su prolífera vida a captar en imágenes la epopeya del deporte cubano, no las puede abarcar un diálogo de pocas horas. Sin embargo, su voz firme y su memoria envidiable hacen posible una charla enriquecedora.

¿Cómo llega al fascinante mundo de la cinematografía deportiva?

—Me gradué de periodismo en 1984, pero desde 1962 llegué al cine. En 1961 trabajé en un laboratorio fotográfico a color que cerró definitivamente, entonces pasé a laborar en el INDER, en el departamento de fotografía. Al poco tiempo tuve la oportunidad de estudiar cine deportivo en la Unión Soviética y desde ese momento fue pasión y profesión.

¿Qué trabajos recuerda de manera especial?

—Todo lo que se hace con amor se mantiene en el recuerdo. Puedo decirte, por ejemplo, el documental de los Panamericanos de 1971, se llamó Cali 254. Con ese tuvimos la satisfacción de recibir una mención de honor en Italia. Otros, como El deporte en Cuba o el de los Juegos Olímpicos de Múnich —Cuba lugar 14— también fueron premiados. Aunque igualmente me enorgullece haber estado entre los realizadores de Cerro Pelado.

Hábleme de ese documental…

—Lo dirigió un fuera de serie, Santiago Álvarez. Tuve la suerte de trabajar con él y de que usara muchas de mis imágenes para el documental.
“En cuanto a lo acontecido en esos X Juegos Centroamericanos de San Juan, recuerdo que en el barco constantemente nos asediaban naves y aviones norteamericanos. No dejaron que el Cerro Pelado se acercara a tierra puertorriqueña. Directivos del deporte en Puerto Rico fueron a buscar en trasbordadores a la delegación cubana el día inaugural. No olvido la fortaleza de los atletas, entrenando en la cubierta, y cómo otro tipo de asedio continuó durante los días de competencia.

¿Considera que hizo algún aporte al desarrollo del deporte en Cuba?

—Me he sentido parte del movimiento deportivo cubano y creo que he contribuido a dar a conocer su grandeza durante muchos años. En lo personal me satisface, además, haber hecho diversas filmaciones de uso específico que apenas salían a la luz. Eran de detalles técnicos, para mostrar cómo entrenaban o competían deportistas extranjeros que fueron potenciales rivales de los nuestros. Esos materiales se los entregábamos aquí, en Cuba, a especialistas en biomecánica y después ellos los analizaban y hacían llegar sus valoraciones a entrenadores y atletas de acá.

¿Cómo son sus vínculos actuales con el INDER, la UPEC…?

—Hace algún tiempo me convocaron para participar en un acto de conmemoración por lo del Cerro Pelado, fue bueno volver a ver a colegas y demás compañeros en aquella ocasión. Desde entonces permanezco en casa a la espera de que suene el teléfono o toquen a la puerta, con más esperanza que certidumbre, para revivir recuerdos y la experiencia de cuando miraba el mundo a través del lente de la cámara.