Nada sobre la faz de la Tierra ha escapado del alcance negativo de la COVID-19, cuya presencia indeseable no solo ha hecho estragos en la salud de los seres humanos, sino que también va adjudicándose la autoría o la capacidad para sacar a la luz desastres políticos, sociales, económicos, sanitarios…

En medio de ese caos internacional generado por la enfermedad, los más fieles seguidores del deporte –entre quienes se incluyen atletas, aficionados, entrenadores y practicantes informales– han visto cómo desaparecieron o disminuyeron hasta la mínima expresión las competencias, el bullicio de las gradas, los planes de entrenamiento y la práctica deportiva espontánea.

Jonrones, goles, canastas, remates… lamentablemente dejaron de promover grandes emociones que acaso hoy fueron reemplazadas por otras más intensas y serias, porque un virus irrumpió como protagonista macabro y se erigió en implacable rival de ese equipo mayor que es toda la Humanidad.

Desde astros del mundo atlético, hasta niños, adolescentes o personas de cualquier edad –quienes se deleitan al convertirse ellos mismos en deportistas informales– echan de menos ese irrepetible estado de gracia que suelen experimentar quienes tocan un balón, empuñan un bate, saltan sobre la red o simplemente ejecutan una acción en cualquiera de sus disciplinas preferidas.

Ante esa certeza, y cuando varios certámenes de élite comienzan a dar señales de que pronto serán reanudados, bien vale la pena controlar el esperado entusiasmo que inevitablemente reaparecerá al volver a disfrutar de ese espectáculo.

La actividad atlética, como negocio de considerables dimensiones, en algunos escenarios no esperará a que pase la pandemia. Aun cuando anuncian que respetarán todos los protocolos para evitar contagios –y no habrá público en las sedes– la televisión cumplirá su función de llevar cada incidencia a los aficionados de todas las latitudes.

Tal estímulo visual con frecuencia motiva a los más jóvenes a salir a parques, terrenos o canchas improvisadas después del pitazo final de un partido de fútbol, del último out de un noveno inning o cuando el reloj señala que se agotan los segundos en la cuenta regresiva de un encuentro de baloncesto.

Por eso, el llamado ha de ser a no ceder ante la “provocación sensorial” que significará volver a ver en vivo algunas muestras de lo mejor del deporte en el planeta. En medio del necesario aislamiento social será positivo –como entretenimiento– poder ocupar un asiento ante la TV y asumir el rol de espectador pasivo de cada acción, pero cuando la humanidad disputa un partido crucial para su supervivencia, solo se impone hacer una jugada magistral para alcanzar la victoria: quedarse en casa.