Son apenas las siete de la mañana, pese al llamado a solo salir de casa para las necesidades más apremiantes, o el trabajo, me pongo un short, pulóver, tenis, y un pañuelo por nasobuco. En la esquina de la casa, donde siempre tomo un “buchito” de café, no hay ni clientes, ni vendedores. Primer síntoma de que las personas se están cuidando.
Tomo la calle 71 hasta el Combinado Deportivo El Palmar, en el municipio de Cotorro. Durante todo el recorrido me tropiezo con tres personas, todas protegidas por nasobucos. Al llegar, encuentro que la pista, donde siempre hay corredores, hoy está desolada. El silencio que reina en esa instalación es interrumpido apenas por el ruido que hace el machete del custodio al cortar el césped del campo de fútbol, algo que hasta hace apenas unos días era casi impensable.
Me hago el desentendido, entro al terreno y antes que comience a calentar me piden retirarme de esa área, para evitar una posible transmisión de la COVID-19. No digo nada, sé que es una medida necesaria y me retiro aplaudiendo por dentro el celo de ese trabajador que, desde su puesto, vela por la salud del pueblo.
Fuera de la instalación caliento un poco, estiro bien, y salgo a correr unos seis kilómetros. Más que el ejercicio, me motiva ver si las personas cumplen con lo establecido. El que corre no es el atleta, sino el periodista, el ojo está alerta, el oído atento, el paso firme.
Durante todo el recorrido me cruzo con apenas tres coches de caballos con dos personas cada uno, dos ciclistas solitarios y unas cinco personas. Todos con sus nasobucos puestos. Las únicas concentraciones que encuentro son dos grupos de trabajadores de comunales, empeñados en mantenerse en su quehacer pese a las circunstancias, pues la salud del pueblo depende, en buena medida, de su accionar.
Dentro de los Camilitos del Cotorro un grupo de trabajadores da mantenimiento a las áreas verdes de esa instalación. Sólo una persona, con indumentaria deportiva, nasobuco y guantes, corre por la calle en dirección contraria a mí. Ella, como yo, rompe el retiro solicitado. Le saludo con un gesto de la mano y sigo mi camino.
En el regreso a la casa no dejo de pensar en lo vivido. Sin dudas, muchos han entendido el llamado hecho, otros, como la corredora antes mencionada, aún no han interiorizado la necesidad de protegerse a toda costa. Quienes como esa persona y un servidor insisten en salir a hacer ejercicios se exponen ellos, y exponen a sus familias, a contraer una enfermedad que ya ha cobrado miles de vidas en todo el mundo.
Entonces, cabría pensar si no es hora de tomar medidas más severas con quienes, creyendo no va a pasar nada, actúan de forma irresponsable. Otros, como el custodio de El Palmar, cumplen con su deber y al mismo tiempo, contribuyen a tener en forma los terrenos deportivos tal como pidieron las autoridades del Inder en Cuba para que, cuando la vida vuelva a la normalidad, el pueblo se encuentre con instalaciones deportivas renovadas. Toca ahora, que cada cual haga lo que le corresponde y sumar, el resto del personal de esas instalaciones deportivas –tomando las medidas necesarias- al mantenimiento de las mismas, pues, aun cuando se quiera, “una golondrina no hace primavera”.
De cumplir todo lo dispuesto, la vida volverá a la normalidad antes de lo pensado y los amantes del deporte verán como una etapa de renovación este periodo de necesario alejamiento social que ahora estamos viviendo.