Llegó la tarde noche del sábado 9 de noviembre, y La Habana se tiñó con el gris de las nubes. Las calles sintieron durante horas el frescor de la lluvia. No fueron pocos quienes se preocuparon ante la persistencia del agua. Otros confiamos en que, como dice el refrán “siempre que llueve escampa”, y agregábamos su conveniencia para refrescar la calle.
Sobre las 3:00 a.m. lloviznaba en la capital cubana. El cielo, por momentos, prometía despejarse. Algunos insistían en que era una “locura” salir a correr así, otros respondían que no había problema. Además, la fiesta no se podía detener, La Habana celebra sus primeros 500 años y el aporte de cada uno importa, así sea dentro de una muchedumbre, de forma anónima.
Ambos bandos tuvieron razón. Por un rato las aguas se calmaron. Un ligero chubasco antes de las 6:30 a.m. preocupó a muchos de los que este domingo 10 de noviembre se dieron cita para correr la 33 edición de Marabana. Pero ya estaban allí. Habían luchado contra el mal tiempo, contra la falta de transporte, contra el sueño, contra intensas jornadas de entrenamiento. Nada ni nadie los iba a detener. Los silbatos tronaron en homenaje al Andarín Carvajal. Apenas faltaba un minuto para dar inicio a la competencia. Un campanazo dio la salida.

Lentamente la gran serpiente multicolor, articulada por unos 1449 corredores llegados de 64 países y más de 3 000 cubanos echó a andar. Primero lento, después alargándose, ganando en tamaño a lo largo del Paseo del Prado. Al llegar al Malecón, el Dios Neptuno hizo volar las olas en saludo a los andarines y a una ciudad que festeja su medio milenio de existencia.
El mar danzaba junto con los corredores, se escurría con prisa sobre el asfalto y dejaba en la piel de las personas su perfume hecho de salitre. Sin embargo, al parecer San Pedro se sintió celoso y nuevamente se hizo presente, primero con una suave llovizna, después con un vendaval que se extendió más allá de lo deseado. Los corredores no abandonaron, no buscaron refugio donde amainar el temporal. Ya habían echado a andar y se negaban a detenerse.
Muchos subieron las cuestas con la lluvia de frente, empapando cada milímetro de su cuerpo, los pies encharcados, el calzado pesado cual botas de construcción. Nadie se detuvo. La vuelta a la Ciudad Deportiva fue un verdadero reto, tanto para los corredores de 21 kilómetros como para los de la maratón.
Del otro lado de la competencia, los voluntarios permanecían atentos a cuanto pasaba. Los pomos de agua en la mano. La orientación precisa, en el momento indicado. El refresco en otra. El hielo a la orden. San Pedro no pudo espantarlos, su papel era fundamental en el evento, ellos lo sabían y ninguno se movió. Otro tanto ocurrió con los agentes del orden público, enfundados en sus capas mantuvieron todo el tiempo la seguridad de los corredores.
Era el “Bautizo” que los dioses ofrecían a la ciudad en su cumpleaños y que llegó por igual a todos los presentes, incluso aquellos que decidieron desafiar el temporal para alentar a los andarines.
Más de un camarógrafo resguardó su equipo bajo un estuche de nailon, y siguió tirando fotos. Después, por fin, el tiempo se calmó. Entonces solo quedó la voluntad de acero de no parar. El cuerpo sintió el cambio de temperatura. Algunos tuvieron calambres, otros se llenaron de ampollas los pies. Ya, a esas alturas, solo una cosa importaba, terminar la competencia. Los dioses habían puesto a prueba, una vez más, la voluntad del ser humano, y este respondió sin titubear.

Sobre las 12:00 del día llegó el momento de premiar a los primeros que cruzaron la meta en ambos sexos. Aún varios andarines seguían en el recorrido. A la espera de ellos, los voluntarios, dispersos en distintos puntos del recorrido. En la meta, los masajistas, atendiendo cuanto corredor pedía sus servicios.

Por 33 ocasiones consecutivas, La Habana celebró la mayor fiesta de los fondistas de Cuba. Esta, al decir de Carlos Gattorno, director del proyecto Marabana-Maracuba ha sido una de las más complicadas por las condiciones climatológicas y puso a prueba, tanto a corredores como a los voluntarios del equipo.
Esa entrega, calificada por unos de “heroica” y por otros de “divina locura”, constituyó el homenaje de los andarines a esta ciudad donde el azul del mar y el verde de sus parque se entretejen de forma armoniosa.
jajajaj alla estoy yo, al ver al corredor de Puerto Rico lo alcance a la subida de 12 .. lo acompañe casi dos cuadras dandole animo pq de verdad que si de frente estaba duro imaginate correr de espaldas, en loma y bajo torrencial lluvia, aquel de la camiseta amarrilla y compresoras negras soy yo.
Fue inolovidable correr bajo la lluvia este 10 de noviembre en el evento de mayor participacion del pais.
Muy buena crónica amigo, los seguí de cerca aún estando lejos, me alegro mucho por tus logros, espero sigas con más. Felicidades
Para mi la lluvia fue un desafío, pero también una bendición fue una carrera emocionante y bravia