Foto: Ecured

El 31 de agosto de 1883 nació en La Habana un hombre que pasaría a los anales de la historia como el más grande esgrimista cubano de todos los tiempos y uno de los cien mejores atletas de la historia del deporte en Cuba: Ramón Fonst Segundo.

Conocido como el Zurdo o “el nunca segundo”, ganó su primera medalla olímpica en París, 1900, cuando solo contaba con 17 años, pero también con el valor, el arrojo y la valentía capaz de rendir a un jurado reticente ante el origen del muchacho que a pesar de haber pasado la mayor parte de su infancia y juventud en Francia, se sentía cubano y quería competir por la Isla.

No fue esta medalla solo para Fonst, lo fue también para la Mayor de las Antillas y para Latinoamérica toda, convirtiéndose así en el primer campeón olímpico de Cuba y el continente al sur del río Bravo.

Detallar todas sus conquistas en escenarios internacionales solamente engrosaría las líneas de un comentario que pretende hurgar en la historia simbólica de Fonst para el deporte en Cuba, pero igualmente es necesario mencionar que el habanero fue nombrado, en honor a sus resultados, Caballero de la Legión de Honor Francesa, y que recibió entre tantas otras, la Gran Cruz de la Orden de Carlos Manuel de Céspedes, la Orden del Mérito Militar en 1928 y la Orden del Mérito Deportivo.

Un total de 125 medallas y 25 trofeos, le valió ser inmortalizado en el Salón de la Fama de la Federación Internacional de Esgrima y en su honor fue creada por la Federación Amateur de Esgrima de Cuba la Orden del Mérito a la Esgrima Ramón Fonst, una sala polivalente lleva su nombre en La Habana y desde 1966 se celebran en su honor los Torneos Internacionales Ramón Fonst in Memoriam.

Cuando la mayoría de los atletas ya han sido retirados o se vuelcan a entrenar nuevas figuras, Ramón Fonst alcanzaba su último y gran resultado, al ganar medallas de oro y plata como integrante de los equipos de espada y florete, respectivamente en los IV Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamá, 1938. Para ese entonces, eran ya 55 años vividos sobre sus piernas y brazos.

Cualquiera pensaría que los reflejos se atenúan con la edad, que el poder de tomar decisiones tácticas se adormece y que ya nada es igual cuando se supera el medio siglo de vida, ni siquiera los nervios conservan la serenidad, la paciencia y la seguridad que demanda la esgrima.

A pesar de su muerte el 10 de septiembre de 1959 ahí, en la Historia, vive Fonst, un cubano de principios de siglo que puso el nombre de Cuba en lo más alto, una figura descollante en un deporte siempre dominado por las élites, que aun en el mundo entero es asunto de ricos, demostrando en la distancia lo que se puede hacer con voluntariedad, disciplina y real espíritu deportivo.

Foto: Ecured

Halagüeñamente, la esgrima cubana ha alcanzado notables resultados en las últimas competiciones internacionales, aunque aún no se muestran los niveles que una afición consciente del potencial de sus atletas quisiera disfrutar. Muchos y variados son los factores que influyen en ello y seguramente habrá un espacio en Tribuna de La Habana para debatir sobre ellos.

Por ahora, sirva recordar al grande entre los grandes en el aniversario 136 de su natalicio; al Fonst que desde 1900 y hasta siempre, a punta de espada, sable o florete, señala para los esgrimistas cubanos y en especial, habaneros, el camino de lo posible.