Desde que comenzó la entrada, Enrique tenía ese presentimiento. Demasiado tiempo en los terrenos de juego para no conocerlo. El béisbol es un deporte irónico y mágico, te aplasta como a un insecto en pocos segundos o te corona para toda la vida en una simple jugada. Enrique sabía que ese era el día de su juicio final. Casi 50 000 testigos, su madre Cira y su padre Chacho ocultos por algún rincón, Dios sentado en el graderío que está detrás del home-plate, e Industriales perdiendo en el noveno episodio tres carreras por dos el juego que decide el campeonato en el estadio Latinoamericano.
A sus 36 años, Enrique dominaba más que nadie de cábalas y casualidades, de multitudes frenéticas, de últimos chances y del significado del color azul que teñía su chamarreta. Comprendía que no importarían lanzadores dominantes ni buenos defensores detrás de las almohadillas; a él le iba a tocar estar en el cajón de bateo en el clímax de esta historia, lo sabía.
Una algarabía tremenda lo sacó de su estupor. El hombre que representaba el empate ancló en la primera base. Enrique no entendió cómo ni se lo preguntó a nadie, solo sintió temblar el piso de la banca mientras en las gradas las cornetas comenzaban su concierto delirante y una potente sirena soltaba un aullido que se le hizo eterno.
Cuando salió al círculo de espera, los malditos demonios que siempre andan vagando por los estadios comenzaron a sobrevolar su cabeza como aves de rapiña. Una y otra vez aquella imagen de hace dos años dejando caer un roletazo que le costó el campeonato a su equipo, seguía proyectándose como un filme surrealista ante sus ojos. La multitud comenzó a desempolvar recuerdos en medio de su euforia mientras miraba a Enrique con el rabillo del ojo.
Fueron solo segundos, apenas pudo hacer un par de swings al aire. Toque de bola por tercera, tiro bajo… quieto todo el mundo. La carrera del empate en tercera, el gane en primera y el ruedo ahogado en un escándalo de dimensiones bíblicas.
Llegó el momento, Enrique fue lentamente y se colocó dentro del casi imperceptible cajón de bateo. Por un instante nadie en el estadio recordó a aquel villano, una amnesia transitoria se disipó como un gas en el ambiente y la fanaticada siguió gritando por inercia, aferrada a su pasión y a la tremenda hambre de victorias.
Enrique ya no podía escuchar nada. El primer lanzamiento cayó en zona mala y un molesto zumbido se alojó en sus oídos. En Centro Habana, alguien se atrevió a cambiarle la espada a Santa Bárbara por un bate, otro hizo una promesa rápida delante de la Caridad del Cobre y algunos corrieron a ponerle una ofrenda a Elegguá por primera vez desde que comenzó el campeonato.
Segunda bola, la banca naranja de primera base se sumió en un denso silencio, los azules lanzaban consejos y palmadas al aire, Cira y Chacho cerraron los ojos y Dios se movió inquieto enmascarado dentro de la multitud.
El tercer lanzamiento venía en zona buena, las deidades divinas se vieron tentadas a intervenir, algún santo pensó por un momento agarrar el bate de Enrique y golpear la bola duro por encima de las cercas para premiar su esfuerzo de tantos años, pero es ley que los mortales tienen que labrarse su propio destino, mucho más los héroes.
Enrique golpeó con fuerza. La esférica se elevó y cayó en terreno de nadie rodando con orgullo hasta lo profundo de los jardines. Las puertas de home se abrieron de par en par en medio de un terremoto apocalíptico… una, dos veces, y el Latinoamericano se convirtió en un escenario indescriptible. Se acabó el partido, Industriales campeón.
Boris: ¡Que artículo...! No pude leerlo sin dejar de emocionarme. Recuerdo aquel juego como si hubiera sido ahora. Fui testigo presencial de como sufrió Enriquito aquel campeonato perdido y lo triste que estuvo por mucho tiempo. Pero también de cómo se levantó, cómo solo saben hacerlo los héroes. Y como disfrutó aquella victoria que era más suya, por derecho propio, que del resto de los mortales. Gracias Boris, no pude terminar de leerlo sin emocionarme.
Dia inolvidable para el béisbol capitalino. Gloria para Enrique. Gracias a Boris por la crónica.
Gracias por este bonito recuerdo de Enriquito Diaz , unos de los peloteros de la capital que no se parece a nadie el es unico.
Ese día fue único un gran juego la capital. Ecesitava el juego .locura azul
QUE DIA ESE TODOS ESTABAMOS NERVIOSO PERO QUIEN MEJOR QUE EL PARA DECIDIR ESE PARTIDO SE HIZO JUSTICIA GRACIAS ENRIQUITO ERES GRANDE AUNQUE EL BEISBOL ES UN TANTO INJUSTO PERO BUENO NADA SOLO LOS HEROES SABEN DAR SU VALIA