Los árboles conservan sus propios olores, o el de la tierra al caer la lluvia. Las casas también, y en ellas las habitaciones, el baño y la cocina.
Los olores constituyen un medio de transmisión de señales volátiles producidas en forma líquida. Salvo en los gemelos idénticos, que tienen exactamente el mismo olor, el aroma es tan único en cada persona como sus huellas digitales.

Cada quien tiene su propia personalidad, así como, cada persona tiene su propio olor corporal, natural y libre de fragancias sintéticas.
Ese olor está determinado principalmente, por la dieta, la edad, el estado hormonal, la presencia de virus o parásitos y factores genéticos.
Además, los malos olores corporales pueden indicar problemas de salud.

Comidas picantes como el ajo, la cebolla y las grasas, provocan cambios en el olor corporal.
Desde el nacimiento es el sentido más desarrollado, así somos capaces de distinguir el aroma de nuestra madre entre un grupo de personas dentro de una habitación.
Además existe la aromaterapia para diferentes males, que ayudan a mejorar el estrés, la depresión, entre muchas otras enfermedades.
Nuestro apéndice nasal es muy sensible y detecta concentraciones muy bajas de compuestos, más que el mejor de los equipos de detección. Por eso, un adulto distingue entre cuatro mil y diez mil diferentes.
A pesar de ser siete mil millones de personas, nadie despide el mismo aroma.
Las percepciones olfativas pueden clasificarse en diez categorías mínimas: fragante o floral, leñoso o resinoso, frutal, no cítrico, químico, mentolado o refrescante, dulce, quemado o ahumado, cítrico o ahumado, podrido y acre o rancio, según comprobaron los científicos de un estudio sobre este tema.
Los olores nos recuerdan a personas, lugares y acontecimientos de importancia en nuestras vidas y son altamente disfrutados por todos.
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