La puesta en escena, deliberadamente sencilla y cercana, desde el inicio crea un clima de confianza donde el público no es un mero observador, sino un confidente. En este espacio, las canciones no son solo interludios, sino el latido emocional de la historia, y cada dicharacho de Juana, una cápsula de sabiduría popular, curtida por el desaliento y la supervivencia. Es el retrato de una cubana auténtica, cuya corona no está hecha de joyas, sino de cicatrices y ocurrencias.
Desde el instante mismo en que Monse Duany encarna a Juana Bacallao, la atmósfera se transforma. La sinceridad de una larga vida, llena de baches, sombras y rechazos, se percibe a través de sus miradas perdidas, los temblores de su voz, aquellas pausas cargadas de significado y los repentinos cambios de humor que realizó la actriz.
Los textos y la puesta en escena corrieron a cargo del Premio Nacional del Humor 2012, Osvaldo Doimeadiós, director de la Comunidad Creativa Nave Oficio de Isla. El fundamento de la obra se debe, en gran medida, a conversaciones de Juana Bacallao con Lázaro Caballero, amigo y fiel colaborador de la diva antes mencionada. Complementó el trabajo indagatorio la consulta de otros materiales audiovisuales y textos que ayudaron a pulir el retrato de la legendaria artista.
Duany no imita a Bacallao; la habita, transmitiendo con una visible vulnerabilidad el peso del olvido, la lucha contra la incomprensión y la sombra alargada de los rechazos que jalonaron su carrera. Es en estos momentos de quietud y verdad donde la obra trasciende la anécdota biográfica para convertirse en un universal canto a la resiliencia.
La genialidad de la caracterización radica precisamente en esa humanidad. Lejos del cliché de la vedette glamurosa, la actriz nos presenta a la mujer de carne y hueso: una figura que encontró la fuerza entre sombras y locuras.
La intérprete, quien tiene acostumbrado a su público a caracterizaciones fuertes, donde las historias y sufrimientos no contados juegan un rol protagónico, logra un tour de force actoral, sosteniendo la función con una energía y una verdad que hipnotizan, recordándonos que detrás de todo mito, late el corazón, a veces roto, pero siempre indomable.

Con un atrezo sencillo, un maquillaje leve, pero que la igualaba facialmente a Bacallao y el carisma compartido entre la actriz y el personaje que inmortaliza, bastó para tejer la magia. Este enfoque minimalista centró toda la atención en un recorrido vital por la historia de una diva única, permitiendo descubrir a una mujer para quien la máscara de "loca" no fue una etiqueta, sino un disfraz sagaz que le ha quedado a la perfección y servido como armadura para navegar un mundo que nunca terminó de comprenderla.
En aproximadamente una hora de duración, el dominio escénico de Duany fue absoluto. A través de unas transiciones actorales fluidas y llenas de matices, guio a los presentes por el recorrido vital de esa dicharachera, reina sin castillo, pero con un pueblo que la adoraba; la misma Juana espiritista, conguera e impredecible que declaraba hacer en su espectáculo "cualquier cosa" con una libertad desprejuiciada.
La elocuencia de sus gestos, la expresividad de cada mohín y la complicidad de sus miradas tejieron una conexión inmediata con el público, un vínculo tan palpable que parecía materializarse en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes. El auditorio se mantuvo todo el tiempo conectado con la trama, respondiendo con coros espontáneos, aplausos inesperados y objeciones que afirmaban lo que el libreto decía, en una muestra de complicidad que dejó claro que todos sabían para quién y para qué se había hecho esta obra.
Lastimosamente, esta magia se vio interrumpida por los insensibles que no respetan a los presentes. Como ya es habitual en cines y teatros capitalinos, los destellos y zumbidos de móviles atentaron contra la espiritualidad del ritual teatral.
En resumen, la Juana Bacallao de este fin de semana se consolida como un monólogo necesario, un acto de justicia poética que rescata del anecdotario la figura de una artista única. Más allá del virtuosismo actoral y la puesta en escena inteligente, la obra triunfa al humanizar el mito, mostrándonos la astucia y resiliencia detrás de una personalidad excéntrica.
Duany no solo encarna a Juana; le devuelve la dignidad, invitándonos a cuestionar qué etiquetas estamos dispuestos a creer y qué historias de lucha merecen ser contadas. Al final, el espectáculo es un testimonio de cómo la sinceridad puede ser una estrategia de supervivencia, una forma ingeniosa de construir una realidad alternativa frente a la incomprensión. "Porque frente a Mazorra hay una torre -Eiffel- igualita, para que los locos crean que viven en Francia".
Otras informaciones:

![[impreso]](/file/ultimo/ultimaedicion.jpg?1762801981)