El Ballet Nacional de Cuba (BNC), bajo la dirección de Viengsay Valdés, fascinó al público con tres funciones, los días 1, 2 y 3 de agosto, en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. Las presentaciones ofrecidas convocaron a un público eufórico que celebró la combinación de técnica y pasión escénica de la Escuela Cubana de Ballet.

Según refiere en el libro Ballet Nacional de Cuba: Siete décadas de creación coreográfica, escrito por el historiador de la propia compañía danzaria, Miguel Cabrera, el 6 de julio de 1988, en el Gran Teatro de La Habana, fue el estreno de Don Quijote (versión completa) en Cuba.

En aquel entonces, los intérpretes fueron: Ofelia González (Kitri), Lázaro Carreño (Basilio), José Zamorano (Torero Espada), Gloria Hernández (Mercedes), Rafael Padilla (Don Quijote), Gabriel Sánchez (Sancho), José Medina (Lorenzo, padre de Kitri), Álvaro Carreño (Camacho), Ana Leyte (Cupido), Gladys Acosta (Reina de las Dríadas), acompañados de los solistas y el cuerpo de baile.

Un fin de semana de maestría

La firmeza en cada paso y la casi perfecta sincronía del cuerpo de baile cautivaron a los asistentes, que ovacionaron algunas interpretaciones o bailarines con entusiasmo.

Grettel Morejón y Yankiel Vázquez, Kitri y Basilio, respectivamente. Foto: Danza Pública

La alternancia de roles principales estuvo entre Gabriela Druyet-Ányelo Montero, Anette Delgado-Dani Hernández, Grettel Morejón y Yankiel Vázquez permitiendo apreciar -en ocasiones- la profundidad del talento de la compañía; logrando hacer visible que lo mismo encarnan en príncipes, princesas y cisnes, con la elegancia, delicadeza, emociones (triste o contento, preocupado) que esto conlleva o la picardía, risas y gitanerías propias de la Madre Patria.

Gabriela Druyet y Anyelo Montero, Kitri y Basilio, respectivamente. Foto: Danza Pública

Mientras que Nadila Estrada, Alejandro Alderete, Laura Kamila, Luis Fernández, Yotuel Méndez, Dairon Darias, Andria Fernández, Ernesto Díaz, Carlos Lino, Carolina Estrada, Loiret Ortega, Victoria Casals, José Ángel González, Bertho Rivero, Ángel Rojas, Álvaro Toranzo, Erick Solórzano, Roque Salvador y el cuerpo de baile enriquecieron las escenas con su carisma y precisión.

La combinación de juventud y experiencia en el escenario creó un espectáculo vibrante, donde la tradición del ballet clásico y la herencia hispana se fusionaron con la pasión característica.

Fiesta española y virtuosismo

El primer acto de Don Quijote, con música de Ludwig Minkus y coreografía de María Elena Llorente y Marta García bajo la dirección artístico-coreográfica de Alicia Alonso, transportó al público a una plaza española.

La producción, con diseños de Salvador Fernández (vestuario) y Frank Álvarez (escenografía), destacó por su colorido y su fiel evocación del espíritu ibero.

El primer bailarín Ányelo Montero (Basilio) fue una revelación de carisma. Con una sonrisa contagiosa y un dominio escénico que lo caracteriza, su interpretación osciló entre la elegancia del ballet y la picardía de cualquier bailable habanero. A su lado, Druyet, en su debut profesional, aportó seguridad y gracia. Su Kitri destacó por su expresividad.

El primer bailarín del BNC, Anyelo Montero en el primer acto de Don Quijote. Foto: Ramsés Valdés Hatman

"Ha sido en un breve lapso de tiempo, por lo que resulta un poco difícil para mí. Aunque en esta ocasión solo se bailará un acto de cada ballet, no deja de ser desafiante. En el caso de Kitri, es un papel que no tiene mucho que ver conmigo en cuanto a mi personalidad. Soy más suave, calmada, y este es un rol que lleva mucha energía", comentó la joven bailarina principal a Tribuna de La Habana durante una entrevista previa a las funciones.

Druyet comenta con beneplácito que en las últimas preparaciones tuvo la asesoría de la primera bailarina recientemente retirada, Sadaise Arencibia (bailarina cubana que chispeaba escenarios cuando interpretaba a Kitri, haciendo delirar al público con sus developpés o los sissone in attitude cambré). Además, se nutrió de otros grandes referentes cubanos como Grettel Morejón, Anette Delgado y Viengsay Valdés.

La bailarina principal de la compañía, Gabriela Druyet interpretando a Kitri. Foto: Danza Pública

Los toreros, el cuerpo de baile y otros roles aportaron mucha energía, aunque hubo momentos donde la poca personificación de personajes como Camacho, Sancho Panza y Don Quijote se coló entre las filas.
Por suerte, ya para las funciones del sábado y domingo mejoraron. Al parecer recordaron las técnicas que les ofreció el primer bailarín de carácter de la compañía, Ernesto Díaz, cuando les comentaba durante los ensayos que la pantomima, el careo entre los bailarines, la picardía y los movimientos debían ser primarios en este primer acto, haciendo énfasis en las mímicas. La escena de la taberna, con sus giros y matices de colores, a pesar de todo, fue un derroche de ritmo, celebrado con ovaciones.

Sin embargo, la noche del viernes no estuvo exenta de un desliz organizativo: tras el primer acto de Don Quijote, la falta de coordinación para los saludos a los bailarines fue interrumpida por un "receso abrupto de 15 minutos", opacando brevemente el momento del debut de varios bailarines, dígase Druyet y otros miembros del cuerpo de baile. Pero el cariño del público lo remedió con una lluvia de aplausos y vitoreos, convirtiendo el imprevisto en un espontáneo homenaje a los artistas.

Anette Delgado y Dani Hernández, Kitri y Basilio, respectivamente. Foto: Cortesía del Ballet Nacional de Cuba

La danza de los toreros, liderada por el carismático Espada, fue un punto álgido. Los pasos, ejecutados con decisión y acompañados por el movimiento de capas, evocaron gallardía. La sincronía – casi siempre- de los toreros añadió un toque teatral que el público celebró con entusiasmo.

Ányelo Montero (viernes), Yankiel Vázquez (sábado) y Dani Hernández (domingo) encarnaron a Basilio con un partneo electrizante.

El rol de Mercedes, interpretado el viernes por Laura Kamila fue un deleite. Su danza, impregnada de un estilo flamenco, destacó por la sensualidad de sus movimientos y el uso expresivo de su rostro, brazos y demás atuendos que recordaban la gracia de una bailaora. Su interacción con los toreros añadió profundidad a la escena, consolidándola como un personaje vibrante y esencial no solo como la amante de Espada, sino también como gitana (sábado).

Laura Kamila interpretando a Mercedes, la amante de Espada. Foto: Ramsés Valdés Hatman


Cada bailarina en Kitri aportó matices únicos: Druyet con intensidad, Morejón con una elegancia serena y Delgado con una picardía encantadora que elevó en cada movimiento.

Las variaciones del primer acto fueron sólidas y llenas de energía. Pero si hubo un momento que arrancó ovaciones, fue la espectacular participación -el domingo- de Dani Hernández en los pas de deux junto a Anette Delgado.

Hernández, con una fuerza y control asombroso, ejecutó unas magníficas cargadas. En un arranque de virtuosismo, levantó a Delgado con una sola mano, manteniéndola en alto mientras se desplazaba erguido y con impecable elegancia, como si el peso y la gravedad fueran meros detalles en su dominio escénico.

El Lago de los Cisnes: poesía en movimiento

El segundo acto de El lago de los cisnes, con música de Piotr Ilich Chaikovski y en la versión de Alicia Alonso sobre la coreografía original de Lev Ivánov, trasladó al público a un mundo de lirismo y magia.

Anette Delgado y Dani Hernández (viernes y sábado), danzaron transmitiendo la fragilidad y minuciosidad propia de este acto, aunque en ocasiones pareciese que la propia Anette era quien quería escapar de su cuerpo de bailarina y no Odette de su hechizo.

Anette Delgado Foto: Danza Pública

Grettel Morejón y Yankiel Vázquez (domingo) interpretaron los protagónicos de El lago con una sensibilidad que podía conmover al público. Morejón destacó por su pureza y control, aportando una Odette de contornos dramáticos, que transmitía el choque de emociones de aquella hechizada princesa. Su combinación de entrechats y passé en la coda (parte final) fue fabulosa, incrementando la magia del momento con miradas hacia el espacio con un matiz de suspensión, búsqueda y delicadeza. Tuvo una elevación limpia y control absoluto del torso y manos, como si fuera un ave que apenas quisiera rozar el suelo.

Mientras, en el pas de deux, su pareja de baile cuidó -con su danza- cada movimiento de ella, haciendo visible la conexión entre ambos y solo igualándose a la delicadeza de un jardinero con su rosa.

El cuerpo de baile, representando a los cisnes, fue un espectáculo en sí mismo. Las formaciones en líneas y círculos, crearon un ambiente que reflejó la poesía del ballet cubano.

Foto: Ramsés Valdés Hatman

Vale resaltar que la famosa Danza de los Cuatro Cisnes, con sus pasos entrelazados y precisión milimétrica, arrancó ovaciones en cada función.

Más de medio siglo aportando a la danza en Cuba

El pasado domingo fue una tarde especial para los allí presentes. Pues se dieron cita Aurora Bosch, una de las Cuatro Joyas del Ballet Nacional de Cuba, y el reconocido director Roberto Ferguson, quien celebró su cumpleaños rodeado de colegas, admiradores y bailarines. Ambos han dedicado más de 50 años a la compañía: ella en el escenario y las aulas, él tras cámaras, inmortalizando cada función.

La directora general del Ballet Nacional de Cuba, Viengsay Valdés, conversa con una de las Cuatro Joyas de la compañía, Aurora Bosch. Foto: Ramsés Valdés Hatman

Bosch, símbolo de la escuela cubana de ballet, sigue inspirando con su legado. Ferguson, por su parte, ha sido clave en documentar y difundir el trabajo del BNC. Juntos representan la entrega absoluta al arte.

Viengsay Valdés junto a Ferguson y directivos del Teatro Nacional de Cuba. Foto: Ramsés Valdés Hatman

Un legado que brilla

Estas funciones no solo reflejaron la actualidad del Ballet Nacional de Cuba, sino también su capacidad para no dejar que muera su repertorio clásico. La reciente gira por 13 ciudades de China, donde la compañía presentó 18 funciones de El lago de los cisnes, y la próxima actuación de Don Quijote en el Teatro Real Danés de Copenhague confirman el prestigio internacional de la agrupación.

El público cubano, consciente y alegre, respondió con fervor, llenando la Sala Avellaneda de aplausos y vítores.

Otras informaciones:

Museo Biblioteca Servando Cabrera anuncia inauguración de la exposición Umbral Feliz