La Jornada académica del Encuentro Latinoamericano y Caribeño de Estudios Gramscianos que concluyó el día 29 de mayo, en la Casa de las Américas, deja la continuidad de un encuentro necesario después de haber compartido el fructífero diálogo en el panel “Análisis de la coyuntura en América Latina, el Caribe y el mundo en perspectiva gramsciana”, con las intervenciones de Gianni Fresu (Italia), Marcos del Roio (Brasil), Luciano Concheiro (México), Luciana Aliaga (Brasil) y con la moderación Anna Chiara Mezzasalma (Italia).
“La teoría de la hegemonía y la concepción gramsciana de la revolución. Desarrollos y controversias en América Latina y el Caribe”, con las ponencias de Llanisca Lugo González (Cuba), Javier Balsa (Argentina), Juan David López García (Colombia), Guillermo Ascencio (Chile) y la moderación: Luciana Oliver (México).
Busqué entre los libros y encontré Hablar de Gramsci, editado por la Cátedra de Estudios Antonio Gramsci, del Centro de Cultura y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, leí: “Al pensar en Gramsci, se me impone ante todo esa dignidad profunda, y viene a mi mente una idea de Fitchte (Johann Gottlieb Fitchte) que repetía un viejo profesor.
Decía aquel, poco más o menos, que si en un solo hombre el pensamiento y la acción se funden en un todo único, en ese hombre, y solo en él, la Filosofía ha cumplido su misión. No es necesario demostrar, en este sentido, que la Filosofía cumplió su misión en Gramsci, cuya vida representa todo un paradigma ético.
“Se piensa como se vive”, expresa la conocida máxima, y no le falta razón. Pero no menos cierta es la aseveración contraria: “Se vive como se piensa”; no como se dice pensar, sino como realmente se piensa. En sentido riguroso, el pensamiento es el modo de acción del ser humano, la serie de sus actos. “Por sus frutos los conoceréis” –dice la máxima bíblica.
El pensamiento de Gramsci es la serie de sus actos, su obra toda, en primer lugar, su obra como revolucionario, la obra de un comunista que encarna la idea que él preconiza del intelectual orgánico, aquel que late con el corazón de su clase y de su pueblo; distante, como una galaxia de otra, del intelectual institucionalizado o de academia. Son conocidos el esfuerzo y las energías que dedicó a la creación del Partido Comunista de Italia. Si su rostro era pálido como el de algunos intelectuales institucionalizados, las sombras de la cárcel fueron culpables de ello.
Gramsci es uno de los hombres infinitos del pensamiento comunista de nuestro siglo. Subrayo esta determinación decisiva –la de comunista– porque tampoco Gramsci ha escapado del desdibujamiento político y académico de la gran tormenta contrarrevolucionaria que nos azota.
Todos conocemos los abusos que se hacen en su nombre, allí donde el pensamiento hegemónico no ha podido silenciarlo del todo, o ha preferido, a través de sus teóricos de cierta izquierda resbaladiza, mellarle todos los fi los anticapitalistas y enrumbarlo, no solo contra consabidos vicios antidemocráticos de la experiencia histórica de construcción socialista, sino contra el propio ideal comunista, hasta convertirlo en un muñeco funcional al sistema de dominación burgués”.
Después de leer la presentación del libro, escrita por Rubén Zardoya Loureda, había pasado, al menos una hora. No podía borrar el desvelo y comprendí la importancia de esta jornada en la Casa de todos.
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