En la década de 1970, un joven habanero, graduado de Matemáticas, dirigía el Instituto Preuniversitario en el Campo José Carlos Mariátegui, en la entonces Isla de Pinos. Su edad coincidía con la de muchos estudiantes, de los cuales, a partir de ese momento, se hacía responsable. Aquel joven era Rafael Acosta de Arriba. Tenía 22 años.

Durante su infancia, experimentó una marcada vocación hacia las artes plásticas y las letras. Parecía evidente que ese sería su camino cuando, en cuarto grado, creó un taller literario junto a sus amigos de la escuela donde estudiaba.

Sin embargo, al llegar a la universidad, atendiendo a las necesidades del país en aquel momento, optó por los estudios de Matemáticas en el Instituto Superior de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona porque, aunque la lectura era su mayor preferencia, tenía facilidad para el estudio de los números y la abstracción. Precisamente eso le facilitaba continuar con las responsabilidades como dirigente estudiantil sin afectar su rendimiento.

Al terminar la carrera asumió, a sus 22 años, el primero de numerosos desafíos a lo largo de su trayectoria: la dirección de un preuniversitario en el campo, una experiencia que lo marcó en el ámbito personal por muchas razones. Rafael era el más joven del equipo de trabajo y contaba con la responsabilidad permanente de los estudiantes becados en la institución.

Por eso, decidió entregar toda su energía a esa labor. Aunque vivía en un apartamento en el poblado de La Fe, llegó prácticamente a mudarse para el local de la enfermería de la escuela para mantenerse allí una mayor cantidad de tiempo. Permanecía en su voluntad la exigencia constante de que la escuela funcionara bien. En 1978, el centro fue declarado Vanguardia Nacional y, durante los cinco años en que se mantuvo al frente, fue seleccionado como el mejor de la Isla.

"Fue una prueba realmente agotadora porque, además, los muchachos del preuniversitario, están en la adolescencia y no hay nada más difícil en la vida de una persona que atravesar esa etapa. Aquello fue muy intenso. Exigió de mí todas mis capacidades, mi esfuerzo, mi inteligencia, mi carácter. Trabajé allí desde los 22 a los 27 años, en que decidí regresar a La Habana, pero fue un lustro tremendo para mí.

"En ese tiempo, fui miembro del buró de la juventud comunista y del comité ejecutivo del Poder Popular de la Isla, otras tareas adicionales a la de la escuela. Me entregué por completo a todas en esos cinco años en Isla de Pinos. Guardo muy buenos recuerdos de aquella etapa. Cuando salí de allí me dije: `Ya no habrá trabajo en lo adelante que sea superior a este´. Debo añadir que nunca abandoné el magisterio. Cinco décadas después, sigo enseñando en diversos lugares".

-En 1990, comenzó a trabajar como Jefe del Departamento de Publicaciones y Conservación de la Biblioteca Nacional. En las palabras de agradecimiento por el Premio Nacional de Investigación Cultural (2018) por la obra de la vida, usted declaró que aquellos años que permaneció en la Biblioteca le devolvieron la dirección y el sentido a su vida. ¿Por qué?

—Cuando regresé de la Isla, trabajé varios años en la vida militar. Realmente la vida militar no me gustaba, pero me había resuelto la independencia habitacional que yo necesitaba y que el Ministerio de Educación no resolvió.

"Me facilitaron el apartamento y comencé a trabajar, pero no me sentía a gusto. Mis preferencias se encontraban en la vida cultural, las humanidades y en dar clases. Durante los últimos tres años en aquel trabajo, empecé a retomar el timón de mi vida y a investigar sobre Carlos Manuel de Céspedes, mi tema preferente. Iba mucho a la Biblioteca Nacional y en mis vacaciones viajaba a Bayamo y Manzanillo a reunir información sobre el gran bayamés.

"Tuve la suerte de conocer a los historiadores tradicionales de esas ciudades: Enrique Orlando Lacalle, en Bayamo; y Modesto Tirado y Wilfredo Naranjo, en Manzanillo. Revisé en los archivos, entrevisté a personas viejas que aún tenían algún dominio de historias de la tradición oral. En La Habana, conocí a Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, tataranieto del Padre de la Patria y surgió una amistad. Cuando finalmente regresé a la vida civil, pasé a trabajar a la Biblioteca Nacional".

-A lo largo de su trayectoria, también se ha vinculado al cine y a la labor del ICAIC. Hablemos sobre su trabajo como director del Centro de Información Cinematográfica Saúl Yelín del ICAIC; jefe de prensa de los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano; y jefe de redacción de la revista Cine Cubano. ¿Cuáles fueron los principales retos al frente de dichas tareas?

—Estuve tres años en la Biblioteca Nacional. Me fui aclimatando al mundo cultural que tiene sus características muy propias. De ahí pasé al ICAIC, a solicitud de Alfredo Guevara. El reto principal estuvo en los festivales internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano, porque la labor del Centro de Información del ICAIC es bastante equilibrada, serena, como cualquier otra institución del Ministerio de Cultura, pero cuando llegaban los festivales de cine a finales de cada año eran una movilización y un ajetreo tremendos.

Por suerte, conté con un equipo de trabajo extraordinario que me ayudó muchísimo. El primer Festival que afronté, en el año 1992, me conmocionó porque había que ofrecer ruedas de prensa con todas las personalidades que venían a Cuba. Conocí a muchas estrellas del universo del cine, gente mediática como Klaus Maria Brandauer, Ken Loach, Fito Páez, Pedro Almodóvar, Victoria Abril, Peter Greenaway, Eli Walach, Gabriel Retes, entre otros. El cine tiene esa virtud, que reúne a gente de todas las manifestaciones artísticas.

Además, tenía que editar un periodiquito o boletín diario, donde se publicaba lo que había sucedido el día anterior y lo que sucedería en el festival al día siguiente y con entrevistas. De alguna manera, incursioné en el periodismo también en aquel tiempo. Realmente disfruté esos siete años a la par que trabajé intensamente.

-En 1998 alcanzó su primer grado de Doctor en Ciencias Históricas, con una tesis doctoral sobre el pensamiento independentista de Carlos Manuel de Céspedes. Anteriormente había publicado El pensamiento político de Carlos Manuel de Céspedes (1996); y Biobliografía de Carlos Manuel de Céspedes (1997). ¿Cómo fue ese proceso de investigación?

—Como te dije, me había empleado a fondo en la investigación sobre Céspedes, y empecé a publicar los primeros textos estando aún en la vida militar. Cuando comencé en la Biblioteca y me encargué de su revista, todo cambió para mí. Ocupaba el cargo de jefe del departamento de Publicaciones y Conservación.

La Biblioteca fue un oasis para mí. La investigación sobre el Padre de la Patria continuaba a buen ritmo.
Me di cuenta de que esos textos publicados en revistas especializadas se podían unir en un tomo. Hablé con Eusebio Leal, para entonces ya éramos amigos, y me dijo: `Sí, cómo no, y yo te hago el prólogo´. La idea fue suya. Me hizo el prólogo de Los silencios quebrados de San Lorenzo, de la primera edición, en 1999 (prólogo que he mantenido en las ediciones sucesivas del libro). Y no solamente lo prologó, sino que lo presentó.

El doctorado fue en 1998. Ya todos esos textos existían y los conocimientos estaban bastante consolidados, de manera que me lancé a la riesgosa tarea de ingresar en el mundo académico con un doctorado, sin haber pasado por una maestría. Eso fue también muy exigente.

Resultó fundamental la ayuda de la doctora Hortensia Pichardo y de Eusebio. Él porque me acogió la idea del libro, y a la doctora Hortensia Pichardo, la gran cespediana, por su disposición, ya que un día que le toqué la puerta de su casa, me recibió con afecto y a partir de ese momento fui asiduamente a verla y conversar. Me habían dicho que no era una persona muy accesible, que no era fácil de trato, pero a mí me acogió con mucha afabilidad y deseos de ayudar. Fue una suerte de tutora para mí.

Creo que fui muy bien preparado al acto de defensa. De todas maneras, resultó algo complicado porque, a mi juicio, quizás esto no debiera decirlo, pero lo voy a decir, el gremio de los historiadores cubanos es bastante excluyente.

Afortunadamente, historiadores muy reconocidos como Enrique Sosa, presidente del tribunal; Jorge Ibarra Cuesta; Diana Abad; Panchito Pérez Guzmán; Eusebio, que estuvieron presentes en la defensa, me apoyaron y eso fue determinante. No creo que les hizo mucha gracia a algunos de los historiadores allí reunidos que un matemático obtuviera el doctorado en Ciencias Históricas.

-Ha dedicado libros, artículos y publicaciones en Juventud Rebelde, Trabajadores y La Gaceta de Cuba a la figura de Carlos Manuel de Céspedes, no solo como personalidad relevante, sino también desde el lado más humano. ¿Cómo y cuándo surge su interés y vocación hacia el estudio de la vida y obra del hombre del 10 de octubre?

—Creo que surgió en 1968. Yo tenía quince años y, como parte de la conmemoración que elaboró el estado cubano por el centenario del 10 de octubre, que fue vasta y muy bien pensada, se le dio la tarea al Instituto Cubano del Libro de publicar una serie de títulos sobre la Guerra de los Diez Años. Ahí se publicaron testimonios de hombres del 68 y libros clásicos que se reeditaron. Fue un festín de la lectura. Me leí aquellos libros con un placer tremendo.

Recuerdo que, en la medida en que todos esos héroes desfilaban ante mi imaginación, la figura que más me impresionaba era la de Céspedes. En tal sentido, empecé a investigar. Digamos que no comenzó como una curiosidad académica, sino como una simple curiosidad personal, pero motivado por la historia de Cuba.

Me metí hasta el fondo en mis búsquedas iniciales y comenzaron a aparecer cosas que no se habían dicho por otros historiadores, sobre todo en lo que respecta al estudio de las ideas. En aquel momento, habían sido publicadas seis biografías de Céspedes, y el tema de las ideas, salvo en el libro de Herminio Portell Vilá, que es la más breve de todas, pero, a mi juicio, la más enjundiosa, no se abordaba suficientemente. En las demás biografías se le pasaba por arriba al tema de las ideas.

Hablaban de las cosas más anecdóticas, de lo fáctico, y yo entendí que si Céspedes había sido grande, no era tanto por la cuestión del hijo sacrificado, ni por haber declarado la independencia de Cuba el 10 de octubre, ambos hechos ciertamente extraordinarios, sino era porque, con toda su actuación durante la guerra, Céspedes había consolidado el independentismo en Cuba.

Me dediqué a hablar de eso. Pocos años antes, hubo una etapa de un marxismo muy extraño, un pseudomarxismo diría yo, que copó los estudios de Historia y Céspedes fue entonces lanzado a la cuneta, en el sentido de que había sido esclavista, terrateniente, un gran señor, y eso no le gustaba mucho a algunos historiadores.

El discurso de Fidel, el 10 de octubre de 1968, justo el día del centenario, puso las cosas en su sitio. Hubo una preparación historiográfica seria por parte de Fidel. No fue solamente un discurso político como los que acostumbraba a hacer, sino que había mucha información rigurosa metabolizada por el orador. Eso hizo que gente que había tirado a Céspedes a la cuneta lo reconsiderara.

En la última edición de Los silencios quebrados… agregué nueve textos, de los cuales algunos van exactamente al centro de la cuestión de las ideas a las que me acabo de referir. Por otro lado, la vida de Céspedes fue heroica de verdad, los sacrificios personales que tuvo que hacer, la muerte de dos hijos y un hermano, la pérdida de todas sus propiedades, sus controversias con algunos de los propios compañeros de la vanguardia patriótica que le atacaron y al final lograron quitarlo de la presidencia de la República en Armas, conformaron un período de cinco años muy duros para él. En fin, su vida a partir de octubre de 1868, fue realmente dramática.

A los hombres que detonaron el 68 Cuba les debe una gratitud eterna porque lo entregaron todo. Hay gente que se va a la guerra porque no tiene nada que perder, pero Céspedes fue un hombre que conscientemente lo entregó todo. Le guardo una admiración muy grande, aunque he tratado de ser crítico en mi acercamiento a su figura porque si no lo que haces es una hagiografía, una historia de santos, y le he huido bastante a esa posibilidad.

-En el texto Una pasión lúcida, que recoge el libro Los silencios quebrados… usted afirmó que a fines de los años noventa comenzó a gestar un proyecto junto a Eusebio Leal, para crear una Cátedra Honorífica Carlos Manuel de Céspedes o Ateneo Cespediano, con fines docentes. También refirió que dicho proyecto llevaba, al momento de la publicación del libro (2013), tres años engavetado en alguna oficina de la rectoría de la Universidad de La Habana. ¿Todavía permanece ese proyecto engavetado? ¿Continúa usted los esfuerzos por materializarlo?

—Continúa engavetado. Hace poco pregunté de nuevo y se me dio la misma respuesta de siempre, que se están revisando las cátedras honoríficas y se debe esperar. Ya van tres años de presentar el proyecto. Ahí sigue engavetado no sé hasta cuándo. Esperemos.

-La escritura de Leonardo Padura (2021), con coautoría de Stephen Silverstein es, hasta la fecha, el estudio más completo que se dedica a la obra del autor de El hombre que amaba a los perros. ¿Cómo fue el proceso de compilación de los textos que conforman el volumen? ¿Cómo surgió la idea de esta investigación?

—Conocí a Stephen en una invitación que me hicieron a la Universidad de Baylor, en Texas, para ofrecer unas conferencias. Después nos encontramos en un congreso académico en Barcelona, y fortalecimos esa relación. Un día conversando me dijo: ``¿Qué tú crees si hacemos este libro? Yo acepté de inmediato por la relevancia adquirida por Padura como escritor en los últimos tiempos y porque, además, sostengo una vieja amistad con él de muchos años.

Hicimos un primer listado de posibles colaboradores a incluir. A algunos había que pedirles el texto, y otros ya los tenían publicados. Por supuesto, le preguntamos a Padura, que se entusiasmó mucho con la idea, fuimos recuperando textos, y armamos el libro que, afortunadamente, el prestigioso Instituto Cervantes de Madrid acogió, y con el cual comenzó una colección dentro de sus publicaciones.

Creo que el libro ha tenido bastante fortuna. Se han hecho varias reseñas críticas, es un volumen muy demandado. Es un libro que apoya una carrera literaria muy sólida de Padura, pues tiene una obra ya consistente y seguida por legiones de lectores en el mundo. Es un trabajador incansable y de gran talento.

-Como creador también se acerca a la poesía, desde un plano más romántico e intimista, aunque también ha relacionado la creación literaria con la fotografía, como en el caso del libro Donde anida la poesía…, de Roberto Chile. ¿De qué fuentes se nutre para escribir poesía? ¿Cuál es su principal fuente de inspiración?

La poesía es un gran misterio. Para mí en particular lo es. Por ejemplo, cuando empecé mi trabajo, a inicios de los noventa, en la Biblioteca Nacional fue que comencé a sentir el deseo de escribir poesía. Antes había escrito algunos poemas, nada del otro jueves, pero entonces, en la Biblioteca Nacional leía mucho y empecé a escribir poesía.

Un día tuve el atrevimiento de entregarle mis poemas a Cintio Vitier y a los días me dijo: ``Ven por la casa. Vamos a conversar sobre lo que me entregaste´´. Me hizo no pocos señalamientos, pero reconoció mis textos como poesía. Ya eso para mí fue fundamental. Me creí que podía armar un libro. Al final fueron seis. El mejor es el último, De vísperas y silencios.

La poesía es muy misteriosa. Creo que responde un poco a una inspiración momentánea y al trabajo cotidiano, uno puede convertirla en materia de trabajo cuando lee a otros poetas tratando de encontrar en ellos una referencia.

También, cuando se busca las imágenes adecuadas y se debate consigo mismo trabajando la metáfora correcta, encontrando el ritmo y el tempo. Es decir, inspiración y trabajo, ambos confluyendo. Por ejemplo, Octavio Paz, César Vallejo, Luis Cernuda, Charles Baudelaire y Jaime Sabines son poetas que realmente me gustaron, me gustan muchísimo y poemas suyos inspiraron ideas que después convertí en poemas.

Es un misterio, y me gustaría dejarlo así, no tratar de desentrañarlo. Llevo mucho tiempo sin escribir poesía. Ese poema mío que aparece en el libro de Roberto Chile fue porque él me pidió un texto y porque la imagen que seleccioné me inspiró el poema. El hecho de sumergirme en el ensayo a tiempo completo me ha desvinculado de la poesía. Quisiera regresar, pero eso no es algo que uno decide.

-Hablemos sobre su labor como presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP), en 1999. ¿Cómo fue la experiencia al frente de esa institución?

—Fueron siete años muy exigentes. Yo venía del ICAIC y me dije cuando pude aquilatar el volumen de trabajo: Lo que en el ICAIC eran los festivales de cine, aquí es el año entero. El Consejo de Artes Plásticas era un organismo muy endeble como institución de la cultura. En aquel momento, varios de los artistas de la plástica estaban entre los artistas más solventes del país.

Y se daba esa contradicción, que la institución que tenía que desarrollar la política cultural con ellos era sumamente pobre. Me provocó muchos problemas internos entender eso y reclamar su transformación, lo cual creo que logramos, pero llegó un momento en que ya quería terminar ese trabajo.

Afortunadamente, creo que se hicieron cosas que se recuerdan. Realizamos exposiciones que son hitos en el panorama expositivo cubano, como las de Robert Mapplethorpe, Louise Bourgeois y Manuel Álvarez Bravo, entre otras.

Se regularizó la revista Artecubano, que anteriormente salía solo muy aleatoriamente; se creó la revista Fotografía cubana, que solo tuvo dos números: ese inicial y otro que salió tres años después. Luego el Consejo la abandonó. He hablado con cada uno de los presidentes que me sucedieron y ninguno ha tomado la decisión de retomarla. Con la situación precaria del papel y demás recursos hoy sería muy difícil. La fotografía cubana requiere de una revista que registre su desarrollo. Tenemos muchos buenos artistas del lente.

Prosigo con el recuento de aquellos años. Regresamos a la gran feria madrileña de Arcos, de la cual nos habían desplazado; participamos en eventos importantísimos; llevamos el arte cubano a muchos países. Trajimos a Cuba a World Press Photo, la exposición de fotografía de prensa más importante que existe. Visitaron el país grandes artistas. Fueron siete años muy intensos.

-También dirigió la revista Artecubano…

—Sí. Durante ese espacio de tiempo, creo que la publicación mejoró y regularizamos su frecuencia, además de recoger firmas muy reconocidas en sus artículos.

-En el libro Los silencios quebrados… declara que tiene temor escénico. ¿Cómo es eso posible? ¿Cómo logra manejarlo para hablar en público con tanta naturalidad?

—Creo que es parte de mi carácter. Es inexplicable. Mientras estudiaba en el preuniversitario, hablaba en público a mis compañeros porque era dirigente de la FEEM. En la universidad, fui presidente de la FEU de mi instituto y también tenía que intervenir en asambleas. En la escuela de Isla de Pinos, estaban los matutinos diarios. Toda mi vida he tenido que hablar en público forzosamente, pero no porque esté entre mis preferencias. Siempre he sentido ese temor inicial. Es así. No sé por qué.

-¿Tiene algún ritual o costumbre durante el proceso de creación de sus libros o artículos?

—Me gusta escribir de noche, pero lo hago a cualquier hora del día. Cuando hay una idea revoloteando en mi cabeza, me siento frente a la computadora. Durante mucho tiempo escribí con lápiz, pero había que entrar a lo nuevo. Creo que lo fundamental para escribir es leer. Es la escuela principal y el estímulo mayor. Leer buena literatura.

Debo agregar que me cuesta mucho trabajo escribir. En ocasiones, tengo la idea, pero después llevarla al papel me cuesta trabajo: rectifico, borro, agrego. No soy de esa gente que redacta un texto de una sola sentada. Para mí un texto implica mucho trabajo.

-¿Es un hombre de fe?

—Fe religiosa no, pero tengo fe en algunas cosas, en primer lugar en el ser humano, como aquello que decía Martí: "Tengo fe en el mejoramiento humano", aunque realmente cada día uno se desilusiona más. Tengo la impresión de que el ser humano desde hace décadas se va distanciando de la esencialidad, de la semilla, de su ser.

Veo cosas que me frustran bastante, pero después recobro la fe con los artistas, los libros, las grandes obras de la cultura, con la gente buena que conozco que me vuelve a llevar a la fe. En ese sentido, puedo decirte que soy agnóstico, soy una persona racional y que aspira al pensamiento científico. Creo en lo que puedo probar y ver, no en otras cosas. Al mismo tiempo, lucho por no ser manipulado.

-Ahora le diré unas palabras. Respóndame con una frase que exprese qué significa cada una para usted:

Historia: "El devenir humano".

Literatura: "Una de las grandes creaciones de la inteligencia del hombre".

Fotografía: "Cambió la visualidad del mundo".

Cine: "Ayudó a ese cambio que comenzó la fotografía, al integrar música, fotografía, literatura, teatro".

Artes plásticas: "Digamos que es el arte más antiguo que practicó la humanidad".

Cultura: "El antídoto a tanta perversidad que hay en el mundo".

Carlos Manuel de Céspedes: "Un hombre extraordinario".

Éxito: "Algo temporal a lo que no puede hacérsele mucho caso".

Amor: "Una de las cosas que define al ser humano".

Familia: "El reducto donde uno puede guarecerse siempre".

Amigos: "La amistad es algo básico, necesario".

La Habana: "Amo La Habana. Me duele La Habana".

Cuba: "Igual. Siento mucho amor por mi país y me duele muchísimo la situación en la que se encuentra".

-A los 20 años, durante un festival estudiantil realizado en Berlín, en 1973, tuvo su primer encuentro con la fotografía. ¿Cómo recuerda esa experiencia?

—Fue una experiencia muy agradable. Me prestaron una cámara Kiev, y me fui para el festival en la antigua RDA. Hice como quinientas fotografías. Aún guardo los negativos e imágenes impresas. Cuando nos llevaron a los museos, no se podía fotografiar allí, pero colaba la camarita, como hice en el Hermitage, en el antiguo Leningrado (hoy San Petersburgo), donde tomé fotos de obras de arte fundamentales. La fotografía es la mezcla más lograda, hasta el momento, de la inteligencia y la visualidad humana. Me apasiona y he escrito bastante sobre ella.

-La espiral de la imagen (2012); La seducción de la mirada. Fotografía del cuerpo en Cuba (1840-2013) (2014) y Estudios críticos sobre fotografía cubana (2019) son algunos libros que ha dedicado al estudio de la fotografía cubana. ¿Por qué considera importante dedicar parte de su obra al abordaje de este tema?

—Por la importancia que tiene el tema. Por otra parte, en Cuba ha habido y hay buenos fotógrafos. En la década de los sesenta del pasado siglo existía la denominada Fotografía de la Épica, que la hizo un grupo de fotógrafos muy talentosos: Raúl Corrales, Korda, Liborio Noval, Ernesto Fernández, Osvaldo y Roberto Salas, entre otros. Y antes estuvo el Club Fotográfico de Cuba, con excelentes artistas.

Después vino la generación rompedora: Marta María Pérez Bravo, René Peña, Abigail González, Cirenaica Moreira, Juan Carlos Alom. Ese grupo revolucionó la fotografía cubana y la puso a un nivel que estaba a la altura de cualquier país de Latinoamérica.

En Cuba hay artistas del lente que han llegado a un reconocimiento internacional grande. Fueron los artistas jóvenes en aquel momento de los ochenta, quienes problematizaron la imagen fotográfica y la modernizaron. Se negaron a hacer una imagen sencilla y desplegaron en ella un grupo de discursos culturales y políticos. Es decir, siempre ha existido en Cuba un apreciable desarrollo de la fotografía.

-En 2018, la fotografía regresó al Museo Nacional de Bellas Artes con la muestra colectiva La imagen sin límites. Exposición antológica de fotografía cubana, de la cual usted fue autor y curador. ¿Qué características comunes pudo identificar en la fotografía cubana a partir de las obras expuestas en dicha muestra? ¿Cómo fue el proceso de selección?

—Fue un reto tremendo porque se estaba sintetizando casi 120 años de fotografía en un espacio limitado. Disponía de una de las salas transitorias del museo, que no es muy grande. Seleccioné 50 artistas, cada uno con dos imágenes. Toda selección implica desacuerdos y disgustos. Tuve que pasar por eso. Creo que no estaban todos lo que son, pero los que estaban sí merecían estar. Como características comunes traté de buscar el talento de los autores e imágenes emblemáticas suyas para no fallar. En el caso de los más jóvenes, eran imágenes que se exponían por primera vez.

La fotografía estaba perdida del Museo desde hacía mucho tiempo porque se había tomado una decisión hacía años un tanto extraña sobre que el Museo de Bellas Artes entregara su fondo fotográfico a la Fototeca de Cuba. Esta se convirtió, cuando fue creada en 1986, en la institución de y para la fotografía, lo que provocó disgustos entre el personal del museo, que nunca entendieron aquello, los que aún estaban latentes en 2018.

En el despliegue del Museo, la colección permanente de fotografía existente solo ocupa un breve espacio. Entonces, con esa exposición, de buenas a primeras había una sala transitoria llena de fotografía. Encontré financiamiento y se hizo un catálogo que es un libro que contiene valiosos textos, además de todas las imágenes expuestas. Creo que esa exposición fue un gran homenaje a la fotografía cubana.

-Ha realizado alrededor de 20 curadurías de exposiciones, entre ellas, La imagen sin límites (2018); y La ciudad como imagen (2019). Muchas veces se desconoce todo el trabajo de investigación y preparación profesional que existe detrás de un proceso de curaduría. En su caso, ¿cuáles son los principales elementos a tener en cuenta a la hora de la selección y el montaje de una muestra expositiva?

—La curaduría de una exposición la equiparo con una investigación de ciencias sociales llevada a término, o lo que es igual a un ensayo o una maestría, en dependencia del tamaño de la muestra. Para mí una buena curaduría implica una investigación a fondo del tema que trata la exposición.

En el caso de la que estamos hablando, implicó un tiempo fuerte investigando y leyendo. Encontré textos sobre fotografía cubana que estaban engavetados y los desempolvé e incluí en el libro de Estudios críticos… Ambos productos, exposición en el MNBA y el libro, fueron procesos concomitantes dentro de mis investigaciones.

-En una entrevista que le realizó Ana María Domínguez Cruz, publicada en La Jiribilla, en 2018, usted declaró: "La fotografía artística cubana ha evidenciado las mutaciones de nuestra sociedad en los últimos 25 años". Seis años después, ¿considera que la fotografía artística cubana continúa ese camino?

—Sí. Se ha democratizado mucho, pero lo mejor de nuestra fotografía artística se mantiene en desarrollo. En esencia, las mejores fotografías y ensayos fotográficos siguen funcionando como registros de la sociedad actual. Hay jóvenes muy buenos. La fotografía cubana sigue con un buen estado de salud.

-Por su trayectoria ha sido merecedor de numerosos premios y reconocimientos como el Premio Nacional de Investigación Cultural a la obra de la vida (2018); la Orden Carlos J. Finlay (2021); la Distinción por la Cultura Cubana; y es Miembro de número de la Academia de la Historia de Cuba, así como miembro titular de la Academia de Ciencias de Cuba. ¿Qué representa para usted ser reconocido con estos premios?

—Ser premiado es ser reconocido. Por esa parte, es agradable, pero no le hago mucho más caso que ese porque te puedes confundir, como se dice en la calle ``creerte cosas´´. Es un acto de reconocimiento válido y, en ese sentido, es placentero, pero hasta ahí. Lo fundamental está en la obra que dejas. Significa que hay un grupo de personas calificadas que han pensado que lo que tú has hecho tiene alguna importancia.

-¿En qué proyectos se encuentra trabajando actualmente?

—Tengo un libro que quiero terminar sobre el Congreso Cultural de La Habana, un evento que se realizó en la capital, en enero de 1968, en una coyuntura muy difícil dentro del desarrollo de la Revolución cubana. En ese momento, vino a Cuba la crema y nata de la intelectualidad occidental. Siempre ese evento me ha parecido muy interesante. El libro lo tengo en un ochenta por ciento, pero necesito sosiego para poder terminarlo.

Quiero empezar la biografía de Carlos Manuel de Céspedes. Ya lo he dicho públicamente. No quiero arrepentirme porque es un trabajo muy absorbente. Debo volver a atrás sobre otras lecturas y notas. Una biografía es un género literario en sí mismo. Nada más escoger el estilo que emplearás para hacerla es un problema que no he abordado todavía.

Me enviaron unos libros sobre lo último que se está discutiendo internacionalmente sobre el género biográfico y tengo que empezar por ahí, por actualizarme, porque información sobre Céspedes tengo más que suficiente. Tengo las ediciones príncipe de las seis biografías anteriores de Céspedes, apuntes de revistas, notas de archivo, los ensayos publicados. En eso estoy. Son los dos proyectos más a la mano que tengo.

-En una entrevista que recoge el libro La soledad de América Latina, ante la pregunta de cuál considera que es el libro de su vida, Gabriel García Márquez declaró que sería "el libro de la soledad". Ahora le pregunto, ¿cuál es el libro de la vida de Rafael Acosta de Arriba?

—El libro del amor.

-¿Por qué?

—Porque creo que de los tres o cuatro sentimientos que pueden salvar al ser humano, ese es el más fuerte. Estamos condenados a la destrucción: el cambio climático que es una amenaza cierta, no un cuento de académicos, y una posible tercera guerra mundial, que con lo que ocurre en Gaza y Ucrania la estamos bordeando, entre otras amenazas tangibles de la geopolítica actual. Entonces, quizás soy un poco iluso, un poco ingenuo, pero el amor es lo único que puede resolver ese escenario catastrófico. El amor puede conducir a la cordura.

-¿Qué mensaje le envía a los jóvenes que sueñan con dedicarse al arte, a la historia, a la fotografía o a la literatura?

—Que lo hagan con seriedad, que no lo vean solo como una manera de ingresar dinero. En uno de mis últimos libros, Cortando amarras, de ensayos sobre arte, en el texto final expongo mi disgusto con el panorama actual de las artes visuales en el mundo porque se han entregado de una manera absoluta al mercado, algo que da pena.

Mucha gente entra a ese mundo porque posee un don, pero no están pensando en crear una obra sólida y plena, sino en ingresar dinero rápidamente. Eso me parece frustrante. Les aconsejo a los jóvenes que se lo tomen muy en serio. En el arte lo principal es lo que se pretende decir y cómo decirlo. El dinero hace falta, sin dudas, pero veo a mucha gente equivocada sobre tal asunto. Los jóvenes debieran conocer bien la diferencia entre precio y significación.

-¿Qué lo hace feliz?

—Muchas cosas. En primer lugar, ver crecer bien a mis hijos, la familia, los amigos, también cuando una investigación empieza a dar resultados y veo que estoy gestando un conocimiento. Ver felices a los demás me hace feliz.

-¿Cuál ha sido su mayor logro?

—Mis hijos. Son buenas personas, tienen salud, creo que cada uno de ellos tiene un futuro por delante. ¿Qué más pedir?

-¿Y un sueño por lograr?

—La biografía de Céspedes. Cuando yo logre eso estaré satisfecho.

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